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La guerra en Gaza no sólo amenaza con propagarse a todo Oriente Próximo, sino también con desestabilizar algunos países. Para impedir este riesgo, la Policía egipcia blindó este viernes el centro de El Cairo y dos de sus mezquitas más importantes, Al- Azhar y Al- ... Hussein, una frente a la otra. Ante el llamamiento de los grupos propalestinos a manifestarse contra Israel tras el rezo del mediodía, un fuerte dispositivo antidisturbios se desplegó alrededor de ambos templos y por los principales puntos neurálgicos de la capital. Entre ellos la plaza Tahrir, escenario en 2011 de la revolución de la Primavera Árabe que derrocó al dictador Mubarak.
Para no acabar como él, el presidente y también antiguo militar, Abdulfateh al-Sisi, no dio oportunidad a que ocurriera lo mismo que el viernes pasado. Ese día, y también tras la oración del mediodía, una marcha apoyada por el Gobierno a favor de Palestina se dirigió hacia Tahrir entonando las proclamas de la Primavera priÁrabe: «Pan, libertad y justicia social». Según informan algunos medios, más de cuarenta personas fueron detenidas.
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Con ese precedente, y la tensión por las nubes por el dron y el proyectil caídos al sur de la península del Sinaí, la Policía tomó las calles y vigiló con varias barreras de antidisturbios los accesos a la plaza Tahrir. El riesgo era que los grupos propalestinos e islamistas aprovecharan la marcha para manifestarse contra Al-Sisi, quien ha endurecido la represión desde el golpe de Estado con que derribó hace diez años a Mohamed Morsi, el primer presidente salido de unas elecciones libres en Egipto. Desde entonces, su grupo islamista, los Hermanos Musulmanes, ha sido ilegalizado y decenas de miles de seguidores encarcelados. En medio de un fuerte control social y censura de los medios, Al-Sisi teme que cualquier movilización callejera con el pretexto de la guerra se vuelva en su contra.
Para abortar el más mínimo conato de protesta, no sólo la Policía antidisturbios tomó las calles, sino también miles de agentes de paisano y matones al servicio del régimen. Forzudos, malencarados y con ajustadas camisetas negras que les marcaban los pectorales y los bíceps, era fácil distinguirlos en torno a sospechosas furgonetas blancas con las puertas abiertas listas para llevarse de inmediato a quien empezara a armar jaleo. A ellos se sumaba la legión de chivatos que pulula por las calles y avisa a las autoridades cuando alguien sospechoso toma fotos o graba vídeos con el móvil, por lo que fue muy difícil recoger imágenes del dispositivo policial.
A empujones, los agentes de paisano dispersaban rápidamente a los fieles que salían del rezo, que no tenían así tiempo de organizarse. En los patios de las mezquitas, custodiados por la Policía, estaban aparcadas también las furgonetas blancas con las puertas abiertas preparadas para quitar de en medio a quien ofreciera resistencia. A tenor de algunos mensajes que circulaban por las redes sociales, la Policía revisaba los móviles de los asistentes para que no tomaran imágenes.
Intentando pasar desapercibido, este corresponsal tomaba un té en una terraza justo enfrente de la mezquita de Al-Azhar, donde unos policías de paisano charlaban a voces confiados. «¡Cómo corren estos tipos! Hemos pillado a dos con una bandera palestina, pero uno ha salido huyendo y no había manera de atraparlo. Finalmente, lo hemos encontrado escondido debajo de un coche», contaba uno de ellos, quien parecía ser un superior. En cuanto se marchó, los otros se quejaron de que no les habían dado dinero para comer ese día y habían tenido que pagarse el almuerzo de su propio bolsillo.
Gracias a este fuerte operativo, el Gobierno desactivó cualquier atisbo de protesta. En la emblemática plaza Tahrir, que suele estar muy vigilada por los antidisturbios, unos agentes patrullaban para que nadie se subiera a los leones que protegen el obelisco de Ramsés II instalado en 2020.
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Rafael M. Mañueco
Una vez concluido el rezo y desalojadas las mezquitas de Al- Azhar y Al-Hussein, sus puertas fueron cerradas mientras algunos fieles se amontonaban pidiendo que las abrieran. Pero no se registraron incidentes y la tensión empezó a relajarse cuando se despejó la salida de la oración. El tráfico, infernal como siempre, volvió a embotellarse, los mendigos siguieron pidiendo donaciones de comida en los cafés y los turistas reaparecieron para explorar los puestos del mercado adyacente.
Salvado el día, el Gobierno puede dedicarse a investigar las explosiones que se registraron por la mañana en dos ciudades turísticas al sur del Sinaí.
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