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El encuentro entre el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y el primer ministro sueco, Ulf Kristersson, un día antes de la reunión de la OTAN en Vilna, no invitaba al optimismo. Poco antes de la reunión, el líder otomano había criticado las manifestaciones de simpatizantes ... del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en Suecia y había vinculado la adhesión del país a la Alianza Atlántica a posibles avances en el proceso de entrada de Turquía en la Unión Europea. Sin embargo, todas las previsiones saltaron por los aires sobre las diez de la noche (hora local) cuando el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció que se había alcanzado un acuerdo para que Ankara retire su veto y ratifique el ingreso del Estado nórdico en la organización militar.
A cambio, Erdogan ha logrado un compromiso por parte de las autoridades suecas y la Alianza para «reforzar» la lucha contra el terrorismo, creando el puesto de Coordinador Especial de Contraterrorismo, y Suecia deberá presentar su «hoja de ruta» para combatirlo «en todas sus formas». Además, los dos países seguirán trabajando de forma bilateral para impulsar su cooperación a largo plazo. Con esas concesiones, el presidente otomano transmitirá el Protocolo de Adhesión de Suecia a la Asamblea Nacional turca para su ratificación final.
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La entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN se acordó hace un año en la cumbre de Madrid. El ingreso de Estocolmo, sin embargo, ha chocado con el veto de Ankara, que acusa a las autoridades suecas de ofrecer refugio a miembros del PKK, al que considera «una organización terrorista». Desde entonces, Stoltenberg ha defendido los avances suecos en la lucha contra el terrorismo, con la modificación de su Constitución y la aprobación de leyes. «Es un paso histórico que hará más fuerte a la Alianza», destacó.
La unidad de los aliados en torno al apoyo a Ucrania también pasará su prueba de fuego en la cumbre de Vilna, que se celebra este martes y miércoles. Los Estados miembro tratarán de sacar adelante un nuevo paquete de ayudas a Kiev y de darle «señales claras» de que su futuro está dentro de la organización militar. El clima, sin embargo, no parece el más propicio para lograr grandes pactos. Muchos líderes acuden a la cita molestos por la decisión de Estados Unidos de entregar bombas de racimo al ejército ucraniano.
«Enfrentamos una guerra brutal y las dos partes están usando bombas de racimo. La diferencia es que Rusia las usa para invadir a otro país, mientras que Ucrania se está defendiendo», aseguró esta semana el secretario general de la OTAN, al ser preguntado por la decisión de Washington de entregar este tipo de armamento a Kiev.
La organización militar no tiene una posición común sobre este tipo de arma, prohibida por un centenar de países por su capacidad destructiva y su posible uso en ataques indiscriminados contra civiles. Alemania, España, Francia, Italia y Países Bajos sí que firmaron el tratado para vetar su uso en 2008 -que se considera, desde entonces, un crimen de guerra- y Berlín fue una de las primeras capitales en mostrar su rechazo a la entrega de bombas de racimo, como parte del paquete de 734 millones de euros en ayuda anunciado por el Ejecutivo de Joe Biden.
El presidente norteamericano, que aterrizó este lunes en la capital lituana, tratará de imponer su papel como líder dentro de la Alianza Atlántica para impulsar la ayuda a Ucrania entre los 31 aliados y también con los países socios presentes en la cumbre (Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur). Pese a todo, no se esperan grandes decisiones materiales -como la entrega de cazas F-16-, pero sí mensajes políticos que acerquen a Kiev a la OTAN. Se espera que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, acuda a Vilna para presionar a los líderes de la organización militar.
La capital de Lituania se ha blindado para acoger la cumbre de la OTAN. Vilna está situada a escasos 35 kilómetros de la frontera con Bielorrusia, cuyo Gobierno se ha alineado con Moscú desde el inicio de la agresión a Ucrania, y para garantizar la seguridad de los 31 líderes se han desplegado en la zona cerca de 3.000 soldados del ejército lituano, además de otros 1.000 de la Alianza Atlántica. El cielo estará vigilado por sistemas Patriot alemanes, capaces de interceptar misiles balísticos y aviones de combate, y por una batería de misiles antiaéreos Nasams españoles. Francia también contribuirá a proteger el espacio aéreo con cazas Mirage.
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