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Sólo unas horas ha tardado Rusia en responder a la controvertida decisión del Gobierno de Joe Biden de suministrar bombas de racimo a Ucrania. Lo hizo a través de su embajador en Estados Unidos, Anatoli Antonov, que elevó la tensión entre ambas potencias al acusar ... a Washington de adoptar una medida que «acerca a la humanidad a una guerra mundial». La advertencia no es nueva –el propio Vladímir Putin ha amenazado con tal escalada bélica en más de una ocasión– pero el Kremlin sabe de la polémica generada por el envío de este arma prohibida por más de un centenar de países, y la aprovecha para aumentar ese malestar.
El suministro de bombas de racimo –que formarán parte de un nuevo paquete de ayuda militar de EE UU a Ucrania valorado en 800 millones de dólares, unos 734 al cambio en euros– no ha sentado bien en la comunidad internacional y ya son varios los estados que han evidenciado sus recelos. Alemania, el Reino Unido o Canadá se han pronunciado en las últimas horas contra su utilización, aunque han evitado cargar contra el Ejecutivo norteamericano que, curiosamente, ha comunicado este sábado que había acabado de destruir por completo su arsenal de armamento químico.
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Washington «ha ignorado las opiniones negativas de sus aliados sobre los peligros de su uso indiscriminado», comentó Antonov, que equiparó esa actitud con «la vista gorda ante las bajas civiles». El propio Biden reconoció el viernes que el envío de este arma de enorme capacidad de destrucción contra posiciones militares pero también contra la población civil había sido una «difícil» decisión. «Es un gesto de desesperación», tachó el embajador del Kremlin en EE UU. «Está tan obsesionado con la idea de derrotar a Rusia que no se da cuenta de la gravedad de sus acciones», siguió sobre un movimiento que consideró otra «provocación» hacia Moscú. Aunque ésta, matizó Antonov, se encuentra «realmente fuera de escala».
No se sabe en qué cantidad llegarán las bombas de racimo a Ucrania –se habla de cientos de miles– ni cuándo, pero el anuncio de su envío se ha hecho en plena contraofensiva y con Kiev, según afirmó Biden «quedándose sin munición». Lo cierto es que este arma –que contiene en su interior peligrosas submuniciones capaces de colarse por la rendija más mínima y estallar incluso años después de su lanzamiento– ya se utilizan en esta guerra y, además, por parte de ambos bandos. Ni Ucrania, ni Rusia, ni Estados Unidos se han unido a la Convención contra las Municiones de Racimo celebrada en Oslo en 2008, que respalda más de un centenar de naciones como España, Francia, Países Bajos, Italia, Australia o Sudáfrica en contra de su uso, desarrollo, producción, adquisición, almacenamiento y transferencia y que recoge Naciones Unidas.
Con su suministro, aseguró Maria Zajarova, portavoz de la cancillería rusa, EE UU «compartirá plenamente la responsabilidad de las muertes causadas por las explosiones, incluidas las de niños rusos y ucranianos». Se trata de «un intento cínico de prolongar la agonía de las actuales autoridades» de Kiev, dijo. La decisión del Ejecutivo norteamericano ha suscitado un reguero de reacciones también entre los aliados aunque mucho más comedidas. Ninguno ha querido señalar al presidente Biden. El primer ministro británico, Rishi Sunak, reiteró que «seguiremos poniendo de nuestra parte para apoyar a Ucrania contra la invasión», pero recordó que su país firmó un tratado internacional que «prohíbe la producción y el uso de bombas de fragmentación». El Gobierno canadiense se pronunció en la misma línea.
Tanto Zajarova como Antonov, sin embargo, pusieron en duda el alcance de la ayuda internacional que recibe Kiev.La portavoz de la cancillería rusa habló del «fracaso de la tan alardeada contraofensiva» pese a que los propios corresponsales de guerra próximos al Kremlin reconocen el avance –lento, eso sí– de las tropas ucranianas. El embajador insistió en que «bombardear con armas occidentales de ninguna manera obstaculizará el camino hacia los objetivos de la Operación Militar Especial», la denominación que Putin ha dado a esta guerra.
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