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M. Pérez
Miércoles, 19 de junio 2024
El presidente de Rumanía, Klaus Iohannis, ha anunciado este jueves que retira su candidatura a la secretaría general de la OTAN y declarado su apoyo al único rival con el que competía en este proceso: Mark Rutte. El primer ministro neerlandés en funciones ya tiene ... el camino expedito para suceder al noruego Jens Stoltenberg al frente de la Alianza Atlántica. La organización celebrará su cumbre la segunda semana de julio.
Todo apuntaba desde este miércoles a que Iohannis se batiría en retirada tras conocerse que Hungría y Eslovaquia habían decidido dejar de respaldarle y apostar por Rutte. Superado el veto húngaro, el que más posibilidades tenía de obstaculizar el proceso, el panorama se aclaró para el conocido político holandés, que cuenta desde el principio con un sólido apoyo de los aliados. El secretario general saliente, Jens Stoltenberg, consideró de hecho este miércoles que su sucesión estaba ya «muy cerca» de completarse y que le reemplazaría un candidato «fuerte y con mucha experiencia», en referencia a Rutte.
La Alianza Atlántica celebra cumbre en julio y se prepara para estrenar liderazgo a partir de octubre con un reto de futuro primordial: el aumento del gasto militar de sus socios. La organización es como una comunidad de vecinos a la que ya no le llega el dinero para modernizar el ascensor y pintar las zonas comunes. Veintitrés países han cumplido con las nuevas cuotas. Los otros nueve ahí le andan, escatimando. España figura en la cola. Paga la luz de los trasteros y poco más.
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Precisamente, las contribuciones de cada nación miembro por debajo del límite establecido por la propia OTAN –un 2% del PIB nacional– ha sido casi una tradición y supuesto con el paso de los años sendos déficits en el número de tropas y en el volumen de armamento de la organización. Lo ha evidenciado la guerra de Ucrania, que ha levantado, por ejemplo, las alfombras de un parque militar occidental obsoleto y graves dificultades para fabricar nuevos armamentos a la velocidad requerida en las trincheras. Lo de los tanques que no arrancan no ha sido solo un problema español.
Que los gobiernos son cicateros según qué asuntos está claro. Sin embargo, en la infrafinanciación de la Alianza han tenido cabida tradicionalmente otros motivos. Uno de ellos es el temor atávico de los socios a provocar la ira de Rusia en caso de aumentar las contribuciones, miedo superado ahora por el terror a que el Kremlin no se contente únicamente con Ucrania. También ha pesado el factor protector de Estados Unidos, el otrora gendarme del mundo, al que el resto de miembros de la Alianza ha visto habitualmente como un paraguas. Y el hecho de que la OTAN nunca había pensado en el posible advenimiento de una guerra regional a sus puertas, enfrascada como estaba en la lucha contra el terrorismo trasnacional tras los atentados del 11-S.
Aparte de otros factores geoestratégicos, la invasión de Ucrania plantea dos retos físicos que el nuevo secretario general deberá resolver en los próximos años: la articulación de un nuevo plan de defensa en Europa –ahora con nuevos socios como Finlandia y Suecia– y el aumento del rendimiento de la industria militar con el fin de volver a llenar los arsenales vacíos tras más de dos años de guerra en el este.
De Mark Rutte se dice que los aliados valoran mucho su larga experiencia política en el Viejo Continente como primer ministro de Países Bajos, cargo al que accedió en 2010 y en el que ahora permanece en funciones; la firmeza de su carácter, la inteligencia y una notable capacidad diplomática. Las cuatro cualidades le serán imprescindibles si sale elegido. Porque en el nuevo escenario internacional la Alianza lleva camino de sufrir un efecto sandwich, presionada entre la Unión Europea, que quiere disponer de su propio ejército y de autonomía defensiva, y un posible Gobierno en EE UU presidido por Donald Trump. Y esto no parece beneficioso para nadie, salvo para el viejo Garrison de 'South Park'.
El magnate republicano ha expresado repetidamente su deseo de abandonar la OTAN. Considera que abundan los «miserables» entre los países que financian la organización y en la actual campaña electoral prodiga el mensaje de que «el dinero de los estadounidenses debe quedarse en EE UU», en referencia a los militares destacados en el extranjero. Cabe recordar que el nuevo secretario general de la OTAN se estrenará poco antes de las reñidas elecciones entre Joe Biden y Donald Trump. Luego, suceda lo que suceda, nada será igual.
El paisaje en el horizonte es ése. Y también lo es la compleja guerra en Ucrania, un baño de sangre transformado paulatinamente en un laberinto cada vez más estrecho, agobiante y escaso de salidas. Kiev ha sido clave en la elección del nuevo jefe de la Alianza.
Los 32 países de esta organización actúan por consenso. Hungría se ha comportado como el gran diletante. Stoltenberg prometió en su día a su primer ministro, Viktor Orbán, que no le involucraría en la ayuda militar a Ucrania si a cambio levantaba el veto para que los demás socios pudieran enviar armas o a instruir a soldados ucranianos. El líder húngaro exigió que este pacto fuera atemporal. Y Rutte lo ha cumplido.
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Recientemente el político neerlandés le remitió una carta donde se comprometía a mantener los términos fijados con Stoltenberg. Ni se hablará en la Alianza de enviar soldados húngaros ni fondos de este país a la exrepública en guerra. El sucesor se ha ganado a Orbán. Y de paso a Eslovaquia, que este martes también le proporcionó su apoyo. Como resultado, el rumano Iohannis se quedó solo en su aspiración de postularse al cargo. El candidato anunció que este jueves consultaría al Consejo Supremo de Defensa Nacional y que a continuación su postura quedaría «completamente aclarada». Así ha sido al dejar el camino libre a Rutte hacia la secretaría general.
Stoltenberg, ex primer ministro de Noruega, economista y matemático convencido, ha guiado la institución con mano firme durante una década. Llegó en 2014 después de conocer el zarpazo del terrorismo. Era jefe del Gobierno en 2011 cuando el extremista Anders Breivik mató a 76 personas a tiros en la masacre de Utoya. Casi todo su mandato lo ha dirigido a incrementar el gasto militar en la Alianza. Fortalecer la cohesión y los límites de la organización, llegando lo más cerca posible de Rusia.
Sus ambiciones inconclusas han sido las de incorporar a Ucrania y Bielorrusia. Bajo su mando se han producido las maniobras militares más ejemplares de la OTAN en el último medio siglo y hace tres días anunció que la institución sopesa desplegar más armas nucleares en su territorio como factor de disuasión, un proyecto que EE UU ha frenado de inmediato.
«Creo que es obvio que estamos muy cerca de seleccionar al próximo secretario general», ha dicho Stoltenberg sobre Mark Rutte, su relevo, un «amigo cercano y noble». Esta vez sí, el antiguo laborista noruego tiene todos los elementos a favor para recoger sus cosas y marcharse. El año pasado ya lo intentó, pero no hubo un candidato de consenso que lo sustituyera. Ante esta circunstancia, y bajo la presión de la invasión rusa de Ucrania, Stoltenberg decidió continuar otros doce meses.
Rutte ha sido el claro favorito desde el comienzo del proceso. Contaba de entrada con el apoyo de los cuatro grandes ases de la coalición atlántica: Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Francia. Está a la espera de la formación del nuevo Gobierno de coalición en su país para dejar el sillón del Ejecutivo. Ya no viaja solo en el metro o con su bicicleta. La poderosa mafia del norte de Europa le tiene amenazado. Pero sigue comprando en el súper personalmente. Oscila entre quienes le consideran un liberal elitista y los que ven en él a un tipo natural, sorprendido más de una vez limpiando con la fregona una mancha de café que ha derramado en su despacho. Si se mira su pasado aparece claramente un político vocacional destinado a terminar al frente de la OTAN: ya de joven trató de ligar con una joven relatándole los pormenores del presupuesto de defensa sueco.
Si Stoltenberg es considerado tenaz y firme, su virtual sucesor exhibe el mismo aura. Aquellas diatribas sobre la conveniencia de no soltar dinero comunitario a los países del sur –Italia y España– porque se corría el riesgo de que no lo devolvieran parece verse como un discurso muy adecuado en una organización militar que, de vez en cuando, debe reprender a sus aliados por distraerse en los abonos.
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