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«Papá y mamá: Gracias por aguantarme los últimos 18 años. Nunca podré agradeceros lo suficiente el apoyo que me habéis dado». Lo escribía en su página de graduación el alumno más listo del Instituto Gilman de Baltimore (Maryland), donde la matrícula cuesta 37.690 ... dólares por curso. Nada hacía pensar que ocho años después Luigi Mangione sería el criminal más buscado de Estados Unidos. Para cuando le detuvieron el lunes en Altoona (Pensilvania), su rostro llevaba cinco días en las noticias sin que ningún familiar o amigo lo delatara. Quizá porque nadie pudo imaginar que ese asesino a sangre fría que mató de tres disparos a Brian Thompson, consejero delegado de UnitedHealthCare, era el mismo chico de bien, inteligente y educado, que en el colegio se autoenseñó a escribir códigos informáticos. Procedía de una familia acaudalada de origen italiano que había prosperado en el sector inmobiliario, propietaria de dos clubes de campo, una emisora de radio y una residencia de ancianos.
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Daniel de Lucas
A los 18 años Mangione fundó con sus compañeros de instituto una empresa de desarrollo de videojuegos, Approar Games, según su perfil de LinkedIn. A los 26 tenía dos títulos universitarios, había trabajado en San Francisco en una de las startups más conocidas para la venta de automóviles, TrueCar, y había viajado a Japón y Hawái. De pronto, su vida se truncó. Ocurrió el año pasado durante una lección de surf en Honolulu que le dejó una semana en cama sin poder moverse. El insoportable dolor de lo que parecía un nervio pinzado fue el principio de su metamorfosis.
Falta conectar los hilos de esa operación de espalda que, según su entorno, le dejó sumido en un dolor crónico. Es posible que su compañía de seguros no quisiera pagar las subsiguientes intervenciones o que le quedaran pendientes las facturas de la primera. Mangione «se veía a sí mismo como un héroe», ha dicho el jefe de detectives de Nueva York, Joseph Kenny, tras leer el manifiesto de tres páginas que dejó escrito a mano. Así también lo ven quienes han disparado el número de seguidores en sus redes sociales, a pesar de que su cuenta de Instagram estaba prácticamente inactiva desde el año pasado, cuando el paso por quirófano lo alejó de amigos y familiares.
Su discurso anticapitalista, inspirado por 'Unabomber', ha conectado con el mismo resentimiento antisistema que está impulsando el populismo en el mundo. «El sospechoso es un cobarde, no un héroe», rebatió el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, al anunciar su detención. «En EE UU no matamos a la gente a sangre fría para resolver nuestras diferencias o expresar un punto de vista». Shapiro se refirió a la víctima como «esposo, padre de dos hijos y amigo de muchos» para evitar que se reduzca «al avatar de un sistema que disgusta a muchos». El verdadero héroe, declaró, «es el empleado de McDonald's que lo reconoció y llamó a la Policía».
El joven llevaba aún la mascarilla celeste con la que se le vio en la última foto, tomada en un taxi que utilizó para huir de Nueva York. En menos de 45 minutos desde que cometió el crimen en plena Sexta Avenida de Manhattan estaba fuera de la ciudad. Se le vio diestro al destrabar el arma encasquillada, pero llamó la atención su mochila de diseño de 350 dólares y sus hábitos refinados, que lo llevaron a parar en un Starbucks antes de aguardar con calma a su víctima frente al Hotel Hilton.
Mangione era sin duda un chico inteligente, no un profesional del hampa, como ya habían intuido los investigadores. Cometió demasiados errores, empezando por el momento en que se bajó la máscara en el hostal en que se alojaba para flirtear con la recepcionista, y pasando por las marcas dactilares que dejó en un botellín de agua. A pesar de toda la información recaudada gracias a cientos de pistas ciudadanas, motivadas por 60.000 dólares de recompensa, y los vídeos de 18.000 cámaras de seguridad, la Policía de Nueva York admite que no había logrado resolver el enigma de su identidad. Sus huellas no estaban en ninguna base de datos. No tenía antecedentes.
Este martes Mangione compareció por primera vez ante el juez, educado y respetuoso. «Sí, señor», «No, señor». Ya no temblaba, como cuando la Policía de Altoona le preguntó si había estado recientemente en Nueva York, a donde no quiere volver para ser juzgado. A partir de ahora tendrá mucho tiempo libre para dedicar a su afición favorita, la lectura de libros sesudos de economía o filosofía que reseñaba en internet. Su madre, que denunció su desaparición el pasado 18 de noviembre, podrá verlo cuando quiera, aunque, en vista del comunicado difundido por su primo, un político republicano de Maryland, la familia «está impactada» y no quiere hablar.
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