Aunque en teoría es un país en paz, México vive una guerra civil. Desde 2006 suma casi medio millón de muertos y decenas de miles de desaparecidos. La cifra de asesinatos diarios ronda los cien y el 90% queda impune. El crimen organizado del narcotráfico ... controla regiones enteras. Decenas de candidatos locales han muerto a tiros durante la actual campaña electoral. En ese ambiente cargado de pólvora, 97 millones de ciudadanos votan este domingo para elegir al sucesor en la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y, también, para los 500 escaños de la Cámara de Diputados y los 128 del Senado, la jefatura de ciudad de México y cerca de 20.000 cargos de los gobiernos municipales. Y por primera vez, una mujer puede presidir el país.
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Claudia Sheinbaum –la candidata continuista designada por Obrador– y Xóchitl Gálvez –apoyada por el PRI, el partido que gobernó durante décadas– son las favoritas. Las encuestas dan el 55% de la intención de voto a Sheinbaum y el 36 a Gálvez, que ha ido a más y confía en el voto oculto. El tercer candidato, el socialdemócrata Jorge Álvarez Máynez, se queda en el 9%. Más allá de las diferencias ideológicas, la vencedora de estos comicios tendrá como primera misión rescatar a México de esta espiral de barbarie que también ha sacudido este proceso electoral. «En este país para hacer política tienes que adaptarte a la posibilidad de que te maten», describe en la BBC Roberto Roldán, politólogo del Colegio de México.
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Desde 1930 a 2000, el PRI gobernó México. Tiene un nombre contradictorio: Partido Revolucionario Institucional. Funcionó como una dictadura que ganaba siempre las elecciones sin apenas oposición. La estructura del PRI estaba incluso por encima de la figura del presidente. Mandaba el Partido. El cambio comenzó a llegar en 2000. México se convirtió en una democracia, aunque el PRI se aferró al poder. En 2018, tras dos intentos fallidos, López Obrador ganó las elecciones y se convirtió en presidente aupado por su propia formación política, Morena, de la que es dueño y señor.
Enarboló la bandera progresista y anunció políticas de izquierda. Ha reducido la pobreza pero, a cambio, ha tratado de controlar el poder judicial y no ha frenado la violencia. Renunció a declarar la guerra a los cárteles –la fracasada táctica de sus antecesores– y apostó por fomentar programas sociales para evitar que los jóvenes se conviertan en sicarios. Tampoco ha funcionado. El país sigue teñido de sangre. Y López Obrador, que cumple sus seis años de mandato, no puede ser reelegido. Ha hecho campaña por su discípula Sheinbaum frente a la alternativa de Gálvez.
La futura presidenta estará también muy pendiente de otras elecciones, las de noviembre en Estados Unidos. Si gana Donald Trump, es probable que recupere su idea de levantar más muros en los más de 3.000 kilómetros de frontera que separan ambos países. En 2023, cerca de 2,4 millones de mexicanos sin papeles cruzaron esa muga huyendo de las balas, la pobreza y las cada vez mayores sacudidas del cambio climático. En diciembre, 100.000 personas atravesaron la frontera de forma clandestina. EE UU quiere poner coto a ese flujo y también a la entrada de fentanilo, la droga que está machacando la calles de muchas de sus ciudades. México pide, por su parte, que Washington controle la venta de armas a los cárteles.
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Casi cien millones de mexicanos tienen derecho al voto, a decidir entre dos mujeres. Claudia Sheinbaum, de 61 años, es una científica de prestigio, física, doctorada en ingeniería ambiental, de origen judío y exalcaldesa de Ciudad de México. Su madre, bióloga, fue despedida de su puesto de profesora universitaria por denunciar la matanza de estudiantes de 1968 en la plaza Tlatelolco. Sus abuelos llegaron a México desde Bulgaria y Lituania huyendo de la II Guerra Mundial. Dicen que es la «dama de hierro» y que apenas sonríe. Militante de izquierda, es la designada por el actual presidente para continuar su labor. «Solo hay dos caminos a tomar. Uno, que siga la transformación; el otro, que regrese la corrupción», defiende. Ha prometido más inversiones en programa sociales.
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Asier Quintana
También la otra candidata con opciones, Xóchitl Gálvez, tiene 61 años y se define como de «centroizquierda». «Mis modelos son Ángela Merkel y Nelson Mandela», se define. Hija de un padre alcohólico, creció como una mujer fuerte. Ingeniera y empresaria que viene de una familia pobre e indígena, jura que con ella México tendrá «la presidenta más valiente». «Se les acabó –proclama– la fiesta a los criminales». Acusa a López Obrador, y a su heredera, de tolerancia con los violentos. Pero arrastra el peso de la larga sombra de los partidos que la apoyan, incluido el PRI y toda su herencia de corrupción.
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Dos mujeres se disputan la presidencia de un país acribillado por la violencia de género. Cada año son asesinadas cerca de 3.000, incluidas niñas y adolescentes. Sheinbaum y Gálvez quieren ser una inspiración en esa lucha. Y algo más. Las dos se definen como progresistas en un continente donde se extiende la política conservadora de mano dura abanderada por Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador. Según muchos analistas, México necesita que los políticos unan sus fuerzas para acabar con el enemigo común: la violencia, la guerra civil encubierta en el narcotráfico.
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