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Las pistas de montaña del Atlas se han convertido en autopistas al dolor. Muy poco a poco se van retirando las rocas caídas de los montes, se reabren rutas y camiones, furgonetas, ambulancias, motos y coches de voluntarios y periodistas colapsan las rutas. Los caminos ... se elevan hacia el cielo, pero lo que se percibe según se avanza y se atraviesa aldea tras aldea es el infierno. Una de las vías principales de la provincia de Al Haouz, la más dañada por el terremoto del pasado viernes, muere en Imi N'Tala, un pueblo de 378 habitantes y 67 casas que ya no existe. El sentido de la muerte es literal, aquí han rescatado 84 cadáveres de entre los escombros y la única manera de continuar adelante es a pie porque después del seísmo un enorme alud de piedras borró la zona del mapa y una gigante roca ha cerrado el camino. Todas las aldeas a partir de este punto están aisladas.
Un equipo de rescate de Qatar lidera las labores de búsqueda de cuerpos. Nadie tiene esperanza de encontrar supervivientes, pero quieren enterrar a sus seres queridos. La ayuda ha llegado tarde y aquí nadie quiere tiendas o ropa de abrigo, «lo que suplicamos es que nos alejen de la montaña, que nos lleven a un lugar seguro lo más lejos posible. En cualquier momento puede haber una réplica y otro alud de piedras nos va a aplastar a todos, tenemos que irnos de aquí lo antes posible», es la petición de Samira Ait Ougadir. El balance provisional de víctimas se eleva este martes a 2.901 fallecidos en el país y más 5.500 heridos.
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Mikel Ayestaran
Samira habla en mitad del mar de cascotes, barro y polvo. Las pocas pertenencias que ha podido salvar las ha metido en maletas y confía en que alguno de los equipos extranjeros le lleve a algún campamento a las faldas del Atlas. Todos han perdido seres queridos, todos comparten el mensaje de Samira y sueñan con la evacuación porque en la zona «no hay seguridad, lo hemos perdido todo y no es posible rehacer aquí nuestras vidas, imposible», explica Rabiah, quien lamenta la muerte de ocho miembros de su familia. Miradas perdidas, lágrimas en los ojos, gritos de dolor, maldiciones con el puño en alto dirigidas a la montaña. Una gran roca sigue controlando amenazante la vida de los supervivientes desde lo más alto.
Según Naciones Unidas, unas 300.000 personas se vieron afectadas por el terremoto en seis provincias de Marruecos. Las autoridades han pedido precaución en los próximos días ante el temor a nuevas réplicas como la que se produjo el domingo, de una magnitud de 4,2 grados en la escala de Richter. La respuesta lenta y descoordinada de las instituciones ha sido muy criticada y han tenido que pasar más de 72 horas para empezar a ver grupos de rescate en las zonas más damnificadas. Tras cuatro días de silencio y cuando la cifra de fallecidos se acerca a los 3.000, el monarca alauí visitó este martes el Centro Hospitalario Universitario Mohamed VI de Marrakech. La figura del rey también ha sido criticada por las víctimas, sobre todo durante las primeras jornadas, cuando estaban totalmente solas ante la desgracia.
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En lugares como Imi N'tala no esperan la visita del monarca. Han aguardado cuatro días a que se abriera la carretera y llegara algo de ayuda. Ibrahim se juega la vida para descender entre los escombros hasta el lugar donde estaba su casa y donde han quedado sepultadas sus vacas. «No me queda nada, lo único que tengo es la ayuda que han traído, me quiero ir de aquí, como todos. No tiene sentido seguir en esta aldea», reconoce. La imagen del antes y el después del terremoto se ha hecho viral en las redes sociales.
Superadas las primeras 72 horas, los expertos en seísmos consideran que hay pocas posibilidades de encontrar gente con vida. El trabajo de rescatistas y perros consiste a estas alturas en localizar y sacar un cadáver tras otro. En estas aldeas del Atlas, el terremoto ha dejado muertos bajo tierra y muertos en vida.
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