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J. J. Madueño
Enviado especial. Tala Nyacoub
Lunes, 11 de septiembre 2023, 21:02
Ahmid está con un grupo de vecinos cerca de una pequeña aldea de Tasaft, en pleno corazón del Atlas. Llama a un grupo de hombres y empiezan a hacer cuentas. Repasan nueve 'duar' (aldeas), cuentan con los dedos, uno aporta seis, otro diez, otro nueve, ... otro dos… Sigue la cuenta. La cifra sube. El grupo no para de sumar. «Nosotros unos 70. Todos muertos», concluye Ahmid. La afirmación la matiza Omar. «Otros 26 más los han llevado en helicóptero muy graves», reseña este joven, quien explica que han sacado a todos los paisanos de las aldeas que han podido.
Una carretera de tierra convertida en escombrera para llegar a un lugar inaccesible, donde muchos rescates se tienen que hacer en helicóptero, donde algunas aldeas aún no se han podido inspeccionar. «En algunos sitios están todos muertos», afirma Abdalá. «A muchos de los rescatados de los escombros los hemos llevado nosotros directamente en coche a Marrakech», explica Omar, que narra un camino cargado de heridos de tres horas. «Las ambulancias iban cargadas con hasta nueve personas», añade Ahmid en la zona cero del terremoto.
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Es parte de la zona más complicada, a la que sólo se llega por caminos llenos de piedras, veredas llenas de polvo, donde los burros son más efectivos que los coches. Allí las familias supervivientes se agolpan entre ruinas o en tiendas de campaña. «Aquí sacamos a dos mujeres este domingo. Supimos que estaban ahí por el olor», señala Sufian en el último 'duar' de Tala Nyacoub ante de la nada.
Un pequeño núcleo a los pies de la montaña, a sólo 13 kilómetros del epicentro. «En el lugar donde empezó el terremoto hay un pequeño 'duar'. Solo se puede acceder a pie. Son unas cuatro horas caminando por la montaña. Antes de la nada absoluta, donde las brigadas de rescate se están desplazando en helicóptero, está el pequeño núcleo donde vive Abdalá. Hay sólo 150 casas. Es parte de la Tala Nyacoub, un municipio mayor. «En cada vivienda hay entre seis o siete personas. En mi familia hay varios heridos que han llevado a Marrakech. Están mal», lamenta Abdalá entre el olor de la olla para el desayuno y el hedor de los animales muertos.
«Fueron solo siete segundos. Una sacudida y todo se vino abajo», explica Sufian entre los escombros del pueblo. «Salí de casa y se derrumbó», cuenta Abdalá con los ojos rojos de llorar por seres queridos que ha perdido. A sus conocidos los han podido enterrar. Otros no corrieron la misma suerte. «En el cementerio hay un cuerpo en una manta. Nadie sabe quién. No sabemos qué familia es. Nadie lo ha enterrado», explica Ismail. Finalmente, un grupo de hombres se apiada del desconocido y le da sepultura.
Ahora descansa junto a un bidón de agua, mientras comienzan a llegar ambulancias. Primero una mujer, luego otra y después otra más. Todas transportan cadáveres. «A ella tampoco la conoce nadie. La van a dejar allí a ver si su familia la reclama», el cuerpo queda en el campo, al sol, cuando el calor aprieta en la zona, oliendo a podrido. Las parihuelas llegan a la puerta del cementerio. No hay tiempo. Hay que recoger el siguiente. «Hemos enterrado a muchos», sentencia Ismail.
En la plaza de Tala Nyacoub los equipos de Emergencia se organizan. Los militares levantan un dron para poder mapear las zonas más inaccesibles. Entre los camiones, está liado en una manta el cadáver de un hombre. Nadie lo recoge. En medio del dispositivo hay otro muerto olvidado. Finalmente, mientras en la ruina se buscan personas fallecidas entre los escombros, una ambulancia lo recoge y se lo lleva. «Hay muchos sitios donde no ha entrado nadie. Queremos que vayan», señala una familia, que llega a pedir ayuda. Los equipos de rescate internacionales comenzaron a trabajar esta pasada madrugada y en los escombros quedan sólo aquellos que sus familias no han podido sacar. «Aquí ya no queda nadie con vida», lamenta Abdalá.
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