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J. J. Madueño
Enviado especial. Marrakech
Domingo, 10 de septiembre 2023, 16:44
La carretera hacia Talate Nyacoub, una de las aldeas bereberes devastadas por el terremoto de Marrakech está colapsada. Maquinaria pesada, ambulancias, militares, policía… Todos tratan de llegar por la pista de tierra a las aldeas. En una curva esperan Mustafá y Abderramán. «Mi hija estaba ... entre los escombros», señala Mustafá, que habla de la esposa de Abderramán. La mujer es maestra en este poblado de 7.700 habitantes. Allí vivía con su hija de tres meses cuando el suelo comenzó a temblar el pasado viernes por la noche. «Vine desde Marrakech y la saqué de debajo de los escombros. Están bien, pero pudieron morir. Se han perdido familias enteras», asegura Abderramán, que cuenta cómo «los entierros no paran» y añade que desde el sábado ha habido más de 500 sepelios.
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Un grupo de moteros cargados de víveres trata de subir. «Allí no hay luz, ni agua ni nada. No hay comida. No hay nada. Se necesita de todo. Todo el que pueda ayudar que venga», dice Mustafá. El terremoto ha derruido estos asentamientos llamados 'duar', pequeñas construcciones de adobe y madera en su mayoría. Poblados dispersos, algunos de difícil acceso que huelen a muerte. Fátima está sentada con sus hijos en una acera. Espera a que le den ayuda humanitaria. «Tengo muchos hijos, tuvimos que salir de casa y nos han traído aquí para que nos ayuden», afirma esta refugiada en Asni, donde llega desde una de las aldeas devastadas por el seísmo.
Edificaciones derrumbadas donde los familiares esperan a que sus seres queridos sean rescatados de los escombros. Omar tiene a tres enterrados en su vivienda en Ouigan. Las mujeres de la familia lloran junto a los escombros. Enterrados hay todavía un padre y un hijo, que no se sabe cuándo los sacarán. Espera paciente a que los rescaten con la certeza de que están muertos, mientras se queja de que el rey Mohamed VI no haya ido por la zona todavía.
Mientras los bomberos retiran cascotes, Omar despide a la mujer de un amigo. Pide ayuda desesperada porque las familias están a la intemperie. Un caos de devastación que se mezcla con el dolor por las pérdidas que se asumen, en muchos casos, con una oración para seguir ayudando al vecino. «Las mujeres no tienen dónde hacer sus necesidades. En las aldeas llevamos tres días esperando ayuda. No tenemos nada. Ni comida ni nada», afirma Mohamed tras el último entierro en Ouiga, donde ha ido a pedir ayuda a unas carpas dispuestas para los habitantes que han perdido sus hogares.
En un domicilio cercano al de Omar, Abdessalam termina de amortajar a su esposa en lo poco que queda en pie de su casa. «La saqué con mis manos», señala con lágrimas en los ojos, mientras reconoce que en su vivienda murieron dos mujeres, puesto que allí también estaba su cuñada. A la primera la colocan sobre las parihuelas y se la llevan al cementerio. Antes de entrar se hace un rezo de despedida. Luego se le da sepultura sin tiempo para lamentos. Los hombres esperan mientras acaban de preparar otro cuerpo. El goteo no para y bajo los escombros se tiene la certeza de que hay más personas.
No muy lejos de allí, en una gran explanada, militares y emergencias montan un gran campamento de ayuda humanitaria. Una carpa por familia. Los niños corren por el terreno. El poblado fue sacudido con fuerza. Mohamed asegura que no hay más de cinco o seis muertos, pero que muchos han perdido sus casas. La suya es escombro después de que le cayera encima la de su vecino. Mohamed muestra su vivienda con el turbante bereber. Es de lo poco que ha salvado. «Salimos corriendo casi desnudos, sin nada. Hubo un apagón. Nos fuimos a la carretera, fuera de los edificios. No regresamos hasta por la mañana», añade Mohamed, mientras que se disculpa por no poder ofrecer un vaso de té.
Que no hayan quedado sepultados Asni es un milagro. El techo se le cayó sobre la cabeza a Ahmed. «Me sacaron mis vecinos. Pedía auxilio allí atrapado, hasta que vinieron los jóvenes y pudieron sacarme», explica este herido, que muestra las costras en la cabeza por el golpe de los cascotes cuando se quita la gorra. En el pueblo tienen miedo. En la puerta de Fátima hay escritos unos versos del Corán. «Son por protección», señala esta mujer, que muestra su casa y la habitación de los niños, donde los cascotes han caído sobre el lugar donde estaban acostados. No se atreve a subir y pide ayuda para coger algo de ropa.
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