Los líderes de opinión demócratas y republicanos que siguen los estadounidenses en la batalla de Donald Trump y Kamala Harris por la Casa Blanca. Una serie que contrapone a 'celebrities' y personalidades influyentes de ambos candidatos.
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¿Qué puede perturbar el sueño al mayor creador ... de pesadillas del último medio siglo? Para Stephen King, que convive desde joven con payasos asesinos y psicópatas con hachas, el verdadero miedo lo provoca Donald Trump. «Hace 45 años ya escribí una novela sobre él. Se llama 'La zona muerta'», publicó en X/Twitter hace unos días el maestro del terror. «Inventas monstruos y cobran vida», le dijo el director de cine David Cronenberg, quien llevó ese libro al cine en 1983. La historia, muy resumida, trata de un político populista, un criminal sin escrúpulos, que va a llegar a la Casa Blanca y desencadenar el apocalipsis nuclear, según las visiones proféticas de un profesor de Literatura. Para evitar el fin del mundo tendrá que matarle.
King lleva años siendo uno de los azotes de los republicanos. Ese posicionamiento se ha condensado, como si fuese una de esas atmósferas malignas de sus novelas, en Donald Trump. En 2016 se unió a la lista de famosos que dijo estar dispuesto a emigrar a Canadá si ganaba el millonario –ninguno se marchó pese a la victoria del magnate, todo hay que decirlo–. En 2021, cuando su bestia negra perdió ante Joe Biden, escribió: «Perdiste, miserable cabrón. Reconócelo y vete el infierno».
La postura de Stephen King es importante porque el autor encarna a un sector de América muy especial. Prácticamente todos sus libros están dedicados a describir una de las almas más comunes en Estados Unidos: la clase media-baja atrapada en pequeños pueblos del interior y con unas expectativas vitales poco sofisticadas. El autor, según ha explicado en su libro autobiográfico 'Mientras escribo', eligió a ese estrato social porque entendió que la mejor forma de emocionar con una historia de terror era colocando a un hombre sencillo, con el que el mayor número posible de lectores pudiera identificarse, en la situación más terrorífica posible.
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Pero esta apuesta por representar a la clase obrera en sus novelas y convertirse en su defensor es mucho más que una pose. En King responde a una biografía bastante triste. Su padre abandonó a la familia cuando eran unos niños, con lo que la madre tuvo que dedicarse a trabajos mal pagados para sacar adelante a sus dos hijos, Stephen y David. Eso le obligó a llevar una vida errante en la que tenía que recurrir constantemente a canguros para que cuidasen a los críos mientras ella subsistía en los turnos de noche de empleos bastante miserables. Sus primeros libros fueron ejemplares de segunda mano de Agatha Christie regalados por su madre. 'Carrie', su primera obra de éxito, la escribió sobre la lavadora de la caravana en la que vivía.
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El problema de King es que sus libros representan a la misma clase social en la que Trump consigue buena parte de sus votos: los blancos, sin estudios y con rentas más bien bajas afincados en la América rural. En la jornada electoral se sabrá si la capacidad del escritor de atemorizar ha funcionado.
Durante varias décadas, David Mamet fue el sinónimo del éxito como guionista en Hollywood y Broadway. 'Glengarry Glen Ross', esa brutal crítica al capitalismo destructor y a las dinámicas depredadoras en las empresas, fue una de sus obras más premiadas. 'Los intocables de Eliott Ness', con Sean Connery y Robert de Niro, fue otro de sus hitos. 'El cartero siempre llama dos veces', de Jessica Lange, su primer trabajo como guionista, se convirtió en un clásico. Ahora, este antiguo gurú del cine progresista, autor de más de una veintena de libros sobre el arte, el teatro y la vida, se ha convertido en uno de los principales defensores de Donald Trump y en el mayor crítico del progresismo de la industria cultural norteamericana. Es carne de cancelación.
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En los últimos años, Mamet parece buscar la provocación en cada una de sus afirmaciones. Ha asegurado que «Trump es el mejor presidente desde Abraham Lincoln». Al referirse a sus películas, ha señalado que fueron posibles «en la prehisteria», en referencia al momento previo al auge de las políticas de inclusión y diversidad que caracterizan a gran parte del cine actual. En su opinión, este tipo de criterios a la hora de elegir qué películas se ruedan en Hollywood son un ejemplo de «totalitarismo fascista».
La biografía de Mamet da pequeñas pistas de cómo se produjo esa evolución de la izquierda neoyorquina al trumpismo desaforado. Las dos palabras claves son religión y lucha. Para empezar, Mamet nació en el seno de una adinerada familia judía de Chicago. Su lado religioso ha ido ganando fuerza en sus discursos y ha sido uno de los miembros de la comunidad hebrea norteamericana que en los últimos meses ha viajado a Israel para apoyar al Gobierno de Netanyahu en sus esfuerzos de guerra, sin olvidar que él es norteamericano. «Trump ha sido el presidente que más ha hecho por los judíos», afirmó recientemente en uno de sus alegatos a favor del magnate.
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Pero el autor también se ha convertido en un apóstol de la masculinidad clásica frente a los nuevos conceptos como el sexo fluido. En sus libros más antiguos, escritos en su época progre, ya reconocía contradicciones como ser miembro de la Asociación Nacional de Rifle y escribir obras de teatro de claro signo liberal. Luego le sucedió algo que le ha ocurrido a otros personajes como el creador de Meta, Mark Zuckerberg, o el director de cine Guy Ritchie. Descubrieron los deportes de lucha y el simbolismo que los acompaña.
Mamet, que llegó a dirigir una película sobre el jiu jitsu brasileño, se incorporó a la lista de hombres para los que ese deporte violento es un reducto de los machos y el último refugio de una identidad asediada por el feminismo. Algo inaudito en un hombre que llevó al teatro 'Oleanna', una tremenda historia sobre el abuso de poder de los hombres sobre sus subordinadas. Al explicar su evolución, se disculpó con una de sus frases rotundas: «Estaba enganchado a las ideas progres, que son tan adictivas como las drogas o el alcohol».
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