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Los líderes de opinión demócratas y republicanos que siguen los estadounidenses en la batalla de Donald Trump y Kamala Harris por la Casa Blanca. Una serie que contrapone a 'celebrities' y personalidades influyentes de ambos candidatos.
Los estudiosos de la mente lo llaman 'efecto halo': ... es ese sesgo de nuestro cerebro que, cuando admiramos a una persona, nos lleva a dar valor a sus opiniones aunque no tengan relación con su ámbito de actividad. Es como si los viésemos envueltos en la aureola de las imágenes sagradas. Los seres humanos siempre hemos funcionado así, forma parte de nuestro cableado psicológico, pero las redes sociales han potenciado al máximo la influencia de algunos 'santos laicos', por ejemplo cuando hablan sobre política: quizá sea mucho decir –manteniendo el tono litúrgico– que una palabra suya bastará para salvar campañas, pero desde luego sí puede proporcionarles un potente empujón. Y la joya de la corona es, cómo no, Taylor Swift. No solo por esos números inconcebibles que maneja (283 millones de seguidores en Instagram), sino también porque su halo brilla de manera especialmente intensa, hasta crear un vínculo que sus seguidores experimentan como algo íntimo, profundo, vital.
Hace tiempo que Swift abandonó la timidez a la hora de expresar sus ideas políticas. En las elecciones de 2020 ya apoyó a Biden y Harris, así que esta vez cabía esperar algo parecido. Y el acontecimiento se produjo tras el debate de septiembre. «Daré mi voto a Kamala Harris y Tim Walz en las elecciones presidenciales de 2024. Votaré por Kamala Harris porque lucha por derechos y causas que creo que necesitan una guerrera que los defienda. Me parece una líder dotada y de mano firme y creo que podemos lograr muchas más cosas en este país si nos dejamos llevar por la calma y no por el caos», argumentó en un post de Instagram que a día de hoy ha acumulado más de once millones de 'likes'. En particular, la cantante se declaró «alentada e impresionada» por la presencia de Walz, «un campeón durante décadas de los derechos LGBTQ+, la fecundación in vitro y el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo». Y se permitió el lujo irónico de firmar 'Taylor Swift, señora con gato y sin hijos', en referencia a un comentario despectivo sobre las demócratas que había hecho el segundo de Trump, JD Vance.
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Carlos Benito
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El respaldo de Taylor Swift se recibió con el lógico alborozo en las filas de Kamala Harris, que al cabo de un rato ya estaba usando canciones suyas en campaña e incluso tiene a la venta pulseritas oficiales al estilo 'swiftie'. Por su parte, Trump, que había contribuido a difundir imágenes creadas con inteligencia artificial para dar la falsa idea de que Taylor le apoyaba a él, se apresuró a aclarar que nunca le ha entusiasmado mucho su música.
Los analistas están de acuerdo en que el ejemplo de Taylor Swift, que ha animado a los jóvenes a registrarse para votar, puede llevar a muchos fans a implicarse por primera vez en política. Existe, de hecho, un grupo especialmente activo llamado Swifties For Kamala, fundado por un chico trans de origen hispano, que moviliza a miles de voluntarios para «luchar por la democracia este noviembre» y describe a la candidata empleando, cómo no, la versión adaptada de un verso de Swift: «Kamala es un pensamiento que tranquiliza».
En la Convención Nacional Republicana de 2016, la encargada de presentar a Donald Trump fue su mujer, Melania. En la de 2020, la tarea recayó sobre su hija Ivanka. Y, en la de este año, quien pronunció ese elogio final justo antes de ceder el escenario y la palabra al gran protagonista fue... Dana White, el presidente de la Ultimate Fighting Championship (UFC), la mayor empresa de artes marciales extremas del mundo. La elección puede tener su sentido en un evento que no anda escaso de testosterona y que reproduce en su teatralidad los prolegómenos de las veladas de lucha –esta vez, Trump irrumpió a los estruendosos sones del 'It's A Man's Man's Man's World' de James Brown-, pero no deja de resultar chocante esa intromisión en lo que era, y suele ser, misión de la familia.
Al robusto White, un durote de cabeza afeitada que empezó como boxeador amateur y ha acumulado una fortuna de 500 millones de dólares, le encanta explicar por qué ha acabado convirtiéndose en una presencia habitual en el entorno del expresidente pese a considerarse a sí mismo «un tío nada político, ni siquiera un poquito». En 2001, cuando él y sus socios adquirieron la UFC, nadie estaba dispuesto a albergar esa competición que un senador había definido como «peleas de gallos humanas» y que había llegado a estar ilegalizada en 36 de los 50 estados. Fue Trump quien acudió en su auxilio, les cedió el Trump Taj Mahal, su hotel-casino de Atlantic City, y se sentó en primera fila a animar.
La relación se ha vuelto más y más estrecha: el candidato republicano es un espectador habitual de las peleas en el octágono y se deja querer por la afición, mientras que White visitó la Casa Blanca durante la presidencia de Trump e incluso voló con él en el Air Force One. No solo comparten amistad, sino también una visión del mundo que establece una nítida frontera entre triunfadores y perdedores, además de un público en el que abundan los varones descontentos con lo que consideran una sociedad blandengue, afectada, 'woke'. «Se habla mucho de la salud mental de los hombres y no soporto esa mierda. ¿Sabes qué? La vida es dura. Ahí fuera hay un mundo desagradable y feo. No es perfecto. Y no puedes permitirte ser un hombre y hablar públicamente de, oh, tu salud mental», comentó White en una entrevista reciente con 'Time'.
El empresario ha proclamado su admiración por Trump en unos cuantos actos de campaña, siempre dando vueltas al mismo meollo conceptual: «Donald Trump es un luchador y sé que luchará por este país», dijo en 2016; «Es un luchador que ama este país», insistió en 2020; «Estoy en el negocio de los tíos duros y este tío es el más duro, el tío más resiliente que he conocido en toda mi vida», aseguró en la convención de julio. Aquel día pudo expresarse con renovado aplomo, porque Donald Trump acababa de ser tiroteado en el mitin de Butler. El magnate se incorporó, herido en la oreja, levantó el brazo derecho y su grito trajo un eco del octágono: «¡Luchad, luchad, luchad!».
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