Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Estados Unidos tiene ahora la oportunidad de poner a prueba el dicho. Un Donald Trump más resabiado, con más edad y más colmillo se convirtió este miércoles en el primer presidente desde 1893 en reconquistar el poder después ... de haberlo perdido. Y lo logró normalizando un discurso grosero y ofensivo, que explota las bajas pasiones y convierte a los inmigrantes en cabezas de turco, incluso con patrañas tan insólitas como acusarlos de matar a las mascotas de sus vecinos.
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«El éxito va a unirnos ahora», prometió al celebrar su contundente victoria, cimentada esta vez con el voto popular y el del colegio electoral, después de haber ganado en todos los estados bisagra en los que se concentraba la contienda. Su rival, Kamala Harris, proponía pasar la página de una era de división, no ya la de los últimos cuatro años a la que se refería él, pero al ser parte del gobierno Harris no pudo criticar a Joe Biden ni desligarse de la gestión que tanto duele a los damnificados de la crisis pospandémica.
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Su eslogan de campaña era «No vamos a volver atrás», pero resultó que la mayor parte de los estadounidenses quería volver al pasado. «Hace cuatro años yo tenía ahorros, ahora no llego a final de mes», contaba durante la campaña Luis González en Las Vegas. A juzgar por el robusto crecimiento económico del 2,8% del PIB, un envidiable desempleo del 4,1 y la bajada de medio punto de los tipos de interés en septiembre, la economía ya había superado la crisis mundial de la pandemia, que en EEUU no había sido tan mala como en Europa, por lo que cualquiera de los dos candidatos hubiera disfrutado de una bonanza. Ahora será Trump quien reciba el crédito, como le ocurrió en 2016.
«La razón por la que alguna gente dice recordar que la economía era muy buena cuando llegó (Trump) es ¡porque era mi economía!», reclamó Barack Obama durante un mitin en Detroit. «¡Tuvimos 75 meses seguidos de crecimiento de empleo, que le pasé a él! No fue algo que hiciera él. ¡Me pasé ocho años arreglando el desastre que los republicanos dejaron la última vez!», dijo recordando la crisis de las hipotecas basura que recibió en su primer mandato.
En la cultura de la inmediatez, trazar los efectos a las causas requiere de un proceso analítico que sistemáticamente pierde frente las pasiones viscerales de los votantes dolientes. Emma Miller, de 81 años, contaba en Butler (Pensilvania) que llevaba seis meses con la cuenta en números rojos, sin poder pagar la letra del piso. «¿Y en qué voy a trabajar yo, a mi edad?». Otra mujer en su situación, Ava Johnson, una contable jubilada de New Hampshire, había tenido que optar por empaquetar la compra en un supermercado, a cambio de las propinas y un seguro médico que cubriese las necesidades de su edad dorada. Una decisión difícil a la que llegó después de tener que elegir frecuentemente entre hacer la compra o poner gasolina al coche, en ciudades en las que prácticamente no existe el transporte público.
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Harris y Biden llaman al ganador para admitir su victoria y facilitar una transición pacífica
El notable alza de los precios básicos ha influido de manera decisiva en el triunfo conservador
La apuesta demócrata de defender el derecho al aborto para llevarse el voto femenino falló
No es que Trump disponga de un plan para resolver el talón de aquiles de la primera economía del mundo, que no garantiza la atención sanitaria a sus ciudadanos. En su único debate con Harris, el expresidente admitió que tiene «conceptos de un plan» para sustituir la reforma sanitaria de Obama, que no pudo desmantelar durante su primer mandato al carecer del apoyo absoluto que su partido acaba de lograr en el Congreso. «Pero si se nos ocurre algo, solo lo cambiaría si es mejor y menos costoso», resolvió, con su simpleza habitual.
Son muchos los votantes que se sienten identificados con el estilo llano y directo del multimillonario, cuyo gran logro es haber convencido a los desheredados de la globalización de que entiende sus dificultades y es uno de ellos. «Lucharé por vosotros y por vuestras familias», les prometió una vez más en la madrugada de este miércoles. En estos tiempos de hastío y decepción con el sistema, Trump no es un político al uso, eso nadie lo puede negar, sino un hombre de negocios en el que confían para darle la vuelta a una gestión gripada por la burocracia, el despilfarro y la corrupción, que no les aporta soluciones.
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Frente a los discursos cautos de Harris, en agosto pasado Trump dio una conferencia de prensa de dos horas en su mansión de Bedminster frente a una mesa repleta de artículos básicos que integran la compra de un estadounidense común, desde las latas de sopa Campbell hasta las galletas Oreo, y culpó a la vicepresidente de la inflación del supermercado. «Guau, el precio del almuerzo escolar ha subido un 65%», leyó. «¿Cómo puede permitirse eso una familia?», dijo acusándola de causar «una catástrofe como la de Maduro».
En Miami-Dade, los cubanos y venezolanos que han huido de las dictaduras comunistas, tomaron nota rápidamente de la conexión. El condado que había votado demócrata desde Bill Clinton en 1992, se ha inclinado masivamente por Trump. En otras partes del país resonó su momentánea distracción con un paquete de cereales. «¡Cheerios, me encantan!», dijo como un niño.
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Con su estrategia cautelosa para evitar un desliz, Harris fue incapaz de establecer esa conexión que para muchos estadounidenses se traducía en el 23% que según Trump ha subido la carne y el pescado, el 24,1% de productos para bebés y el 26% de los cereales. «Cuando gane, inmediatamente empezaré a bajar los precios desde el primer día», prometió. Su fórmula, dar rienda suelta al petróleo para reducir el coste de la gasolina y por tanto el del transporte de bienes, «porque es el coste energético el que ha traído esto», simplificó.
Y eso es lo que buscan quienes le han votado, soluciones simples y fáciles que prometan un futuro mejor de forma inmediata, con el aval de quien recuerdan al frente del gobierno cuando todo era más barato y sus sueldos daban para más. «¡Es la economía, estúpido!», dijo célebremente el asesor de Clinton, James Carville, en 1992. Como la mayoría de los presidentes demócratas, Clinton logró reducir la deuda y entregó a Bush hijo una economía saneada con el primer superávit presupuestario desde Lyndon Johnson.
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A ese sentimiento generalizado se le ha sumado el racismo y la misoginia subyacente en una sociedad que no acaba de superar sus pecados capitales, y que no parece dispuesta a hacerlo en un futuro cercano. En torno a Trump se han aglutinado las fuerzas vivas del conservadurismo social, que proponen medidas extremas para reconfortar a quienes no se han sentido cómodos con el progresismo, que ha derivado en la legalización masiva de la marihuana y la emancipación de la mujer hasta la cúpula del poder, empoderadas por el #MeToo. La apuesta demócrata de que los referendos para proteger el aborto auparían a la primera mujer de color hasta la presidencia falló, porque si bien estas favorecieron mayoritariamente a Harris, el 45% de las mujeres que votaron lo hicieron por Trump, quien recibió el apoyo masivo de los hombres blancos, con un 60%.
En una muestra de civismo, el presidente Joe Biden felicitó este miércoles a su antecesor y lo invitó a la Casa Blanca para discutir la transición. Harris hizo lo propio, antes de reconocer públicamente su derrota, auspiciada por una participación mucho más baja de lo que anticipaba el voto adelantado. Según los sufragios tabulados hasta este miércoles, Harris recibió casi 15 millones de votos menos que Biden en 2020, y Trump habría mejorado su porcentaje, pero disminuido su apoyo total, al obtener casi tres millones de votos menos que en 2020.
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Una de las grandes bazas de su mandato será el Congreso. Los conservadores han logrado la mayoría absoluta en el Senado y anoche aventajan a sus rivales en la Cámara de Representantes por decenas de escaños, a falta de que se acabaran de contabilizar los votos en todos los condados del país. Si finalmente se hacen con su control, el magnate dispondrá de un poder absoluto para desarrollar su presidencia.
«Os dejo con esto: Perder es increíblemente doloroso», escribió su jefa de campaña, Jen O'Malley, en el email de despedida al personal. «Esto llevará mucho tiempo procesarlo, pero el trabajo de proteger a Estados Unidos del impacto de una presidencia de Trump comienza ahora».
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