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Donald Trump (Nueva York, 78 años) es un síntoma. En un mundo marcado por la desigualdad, la codicia, los efectos desastrosos del cambio climático y por la polarización de la clase política, el magnate del pelo gaseoso que carga con varias condenas judiciales ha alcanzado ... de nuevo la presidencia de Estados Unidos. Vuelve a ser el faro de Occidente. Ya lo fue entre 2017 y 2020. Entonces se topó con el freno del poder judicial. Ahora aspira a controlarlo todo. «Mi triunfo será una liberación», repite. Ha llegado a decir que tras su victoria no harán falta nuevas elecciones. Los suyos jalean ese discurso autoritario; los demás temen lo que pueda hacer. Pero ni el miedo que genera un personaje tan impredecible le ha frenado en las urnas.
Trump está equipado de serie para el narcisismo: se cree único, un elegido para guiar al país con el apoyo de sus votantes, encabezados por hombres blancos sin demasiados estudios, frente a otras etnias que considera «invasoras». Al empresario neoyorquino le gustan los halagos y ver cómo todos se inclinan a su paso. Por eso, se cree con derecho de coger lo que le apetece, sea dinero, poder o mujeres. Adora los focos. De ahí viene: en 2004, cuando ya era un promotor inmobiliario que encadenaba éxitos con bancarrotas, apareció en las pantallas de la cadena NBC como presentador del programa 'El aprendiz'. Veinte millones de espectadores pegaron la nariz al cristal para ver cómo Trump aleccionaba y elegía a aspirantes a ser empresarios de éxito. Él sabía ganar dinero y, de paso, daba lecciones sobre cómo llenar los bolsillos de los norteamericanos.
Este 'reality show' se prolongó durante catorce temporadas. Trump era uno más en muchos hogares. Y entonces quiso volar. Su sueño. Entrar en la Casa Blanca. Anunció en 2015 que aspiraba a ser candidato del Partido Republicano y comenzó a difundir sus mensajes xenófobos y con principios del populismo nacionalista. Dos años después fue proclamado presidente, el primero que no procedía de la política. Lo logró con un lema copiado a Ronald Reagan: 'Make America Great Again' ('Hagamos que América sea grande de nuevo'). Batió en los comicios a Hillary Clinton con la promesa de que iba a enriquecer el país y a echar a los migrantes.
«Soy la persona menos racista del mundo», dijo en la CNN al saltar al ruedo político. Durante aquella primera campaña electoral y también en la que acaba de concluir, Trump lanza bulos y manipula la realidad sin ningún pudor. De hecho, hasta su apellido está retocado: en realidad, es Trumpf, con efe. Fred, su padre, era de origen alemán y tras la II Guerra Mundial ocultó ese árbol genealógico para presentarse como descendiente de suecos y así vender casas a sus adinerados clientes judíos. Años atrás, en 1927, Trump padre había sido arrestado y luego liberado sin cargos durante unos disturbios provocados por el Ku Klux Klan.
Fred Trump amasó una fortuna. Casado con Mary Anne MacLeod, de raíces escocesas, tuvo cinco hijos. El tercero, Donald, nació el 14 de enero de 1946 en Queens, Nueva York. Cursó estudios en universidades del Bronx y de Pensilvania y se graduó en Economía. Su ambición era dirigir el negocio familiar. Lo logró. Levantó hoteles, abrió casinos, compró un equipo de fútbol americano (New Jersey Generals), impulsó una vuelta ciclista, adquirió los derechos del concurso de Miss Universo, construyó campos de golf y acumuló riqueza y mansiones. Y también sufrió quiebras, unas cuantas, pese a su empeño en mostrarse como un empresario boyante.
Casado en tres ocasiones (con la checa Ivana Trump, la estadounidense Maria Maples y ahora con la eslovena Melania Trump) tiene cinco hijos que parecen vaciados en su molde. Listos para continuar la historia familiar como en una serie televisiva. Al líder republicano le persiguen los procesos judiciales por abusos sexuales. Al menos quince mujeres le han demandado. Tuvo que compensar con casi 80 millones de euros a la periodista E. Jean Carroll. Eso sucedió en 1996. En mayo de 2024, fue declarado culpable de 34 cargos de falsificación por el pago de dinero para silenciar a la exactriz de cine pornográfico Stormy Daniels.
Ni eso, ni el resto de las muchas cuentas pendientes que tiene con la justicia, le han parado. Tampoco el asalto del Capitolio por parte de sus seguidores tras perder la elecciones de 2020 ante Joe Biden. Trump acabó ante un tribunal por alentar la revuelta en la que murieron cinco personas.
Amigo de Vladímir Putin, dice que acabará de inmediato con la invasión rusa de Ucrania. Y que ejecutará una deportación masiva de migrantes. Y que impondrá aranceles a Europa y China. Y amenaza con no defender a los aliados de la OTAN que no paguen su cuota a la Alianza. Y anuncia que bajará los impuestos en una país cada vez más dividido por cuestiones ideológicas, de género, de raza y de poder adquisitivo. Con este discurso sazonado de descalificaciones a los rivales, Trump ha seducido a los votantes que flotan en dinero, como Elon Musk, y también a muchos que se han quedado atrás y que acumulan tanto resentimiento. Ahora empieza un tiempo nuevo, el segundo capítulo de Trump en la Casa Blanca. La mayoría de los estadounidenes le ha votado. Los perdedores, incluidos algunos jueces y parte de la prensa, temen su prometida venganza. Mientras, la bolsa ya sube y el mundo contiene la respiración.
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