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Si con ocho basta, con siete también. Pasen los siete enanitos, los siete magníficos, los siete samurais, los siete secretos... y hasta los siete pecados capitales. Pero siete candidatos en busca de un voto indeciso es, seguramente, la mejor de las peores alternativas para ese ... empeño electoral. Cosas de partidos y de campaña electoral que los interesados, faltaría más, se tomaron con la seriedad debida, mas una seriedad profesional, sin alardes, sin emoción, como de cocinero de burguerkín que ejecuta las comandas de trámite, sin esperar a cambio ni un «querricoestá».
Lo del debate a siete, que es a lo que estamos, se resolvió como se resuelven las ecuaciones: a golpe de fórmula. Fórmulas de buena educación sin excepción, según fueron llegando los candidatos y sus asistentes a los estudios de TVR. El primero, el joven Ángel Alda, tutorizado por Pelayo Fernández y acompañado por Joaquín Espert y Samuel Cañizares. Americana y camisa azul, sin corbata, el de Vox. Celeste la camisa, por aclarar, y marengo el pantalón, de tiro alto. Fórmula urban Vox.
Luego arribó Sonsoles Soriano –con Rubén Gil Trincado a la guitarra–, elegante pantalón negro, zapatos armados de tacón y americana-torera cruzada blanco roto o así. Ella, claro. Fórmula ejecutiva actual muy ponible, muy de llevar, que dirían en el blanco y negro.
Fórmula vaquera la de Henar Moreno, que llegó con Andrés Molina y un pantalón denim anchote, camisa del tono ablusonada en las mangas y chaleco marfil. Y fórmula sonrisa profidén la de Ángel Íñiguez –a quien apoyó José Luis Alonso–, el penúltimo de Ciudadanos que enseguida se haría con el espacio, el discurso y, a la postre, el debate.
Desde la España vacía, Inmaculada Sáenz se llegó con falda, fórmula rojo pasión, y de copiloto David Antón. Y de terno colorado, pantalón negro y sin tacón, Concha Andreu. Fórmula presidencial y presidenciable con María Marrodán y Dani Carrillo en los controles.
Cerró, en compañía de Víctor Visairas y Sergio Caneda, Gonzalo Capellán, que se hizo presente arreglao pero informal, con blazier marino, camisa blanca y algunos kilos perdidos por el largo transitar que adorna su viaje al 28M. Fórmula popular.
El asunto concluyó como debía, dos horas después y con los cuerpos repuestos del trance profesional de un debate que ya les habrán contado en otras páginas con mejores modos y menos moda. Y cumplido el viejo sueño de este periodista de ser cronista (malo) de moda por un día.
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