Una hora y media antes del concierto el batería de Vetusta, David García «el Indio», tomaba un pincho en la San Juan. Estaba tranquilo y charlaba alegremente con unas amigas. Pero lo dejó a la mitad. Miró al reloj y corriendo fue para el Palacio ... dejándo al resto allí. Que había que ser puntuales como buenos profesionales de la música en directo. Porque otra cosa no. Pero Vetusta Morla saben un rato de hacer de algo que empezó para ellos siendo un sueño, una forma de vida lejos de los aires indies del inicio. Suerte para ellos. Se lo han currado.
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El Palacio de los Deportes estaba a rebosar como en los viejos tiempos del Actual. La organización sabía que esto iba ocurrir. Caballo ganador que no defraude en el escenario principal.
Y como había que ser puntuales, a las doce menos cuarto sonaban los primeros acordes de 'Deséame suerte' con un Pucho entregado desde el primer momento. Como el público que abarrotaba el Palacio.
Porque pese al título de la canción inicial, los chicos de Madrid no necesitaron mucha suerte. El lugar, el clima, el público y el festival estaban a su favor. Era fácil triunfar así en un Palacio entregado desde el minuto uno.
«Es muy bonito que nuestro último disco en el que hemos querido mirar al futuro acabe presentado en este festival que abre un poco la lanza musical del año», explica Pucho, cantante del grupo en la tercera canción. (Momento clásico en el que los grupos siempre lanzan una presentación y que fiel a las tradiciones musicales, Pucho no desaprovechó).
Y como una lanza musical soltaron todo su repertorio popular sin tregua. Tema tras tema. Sin pausa y en algunos momentos con más ruido que música que la mayoría del público no le importaba. Porque lo importante era reconocerlas, vivirlas y más que cantarlas, desgarrarse con ellas hasta el trance.
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Ir a un concierto de Vetusta Morla sin conocer nada de su repertorio puede asustar al público inexperto. No hay tema en el que público no se deja la vida en cada estrofa mientras Pucho repite el mismo baile canción tras canción como si de un Chaman se tratase. Pasitos cortos, brazos en movimiento loco y cabeza girando en algunos momentos como si de un boxeador se tratase.
Y todos a su alrededor bailaban y se dejaban la piel brazos arriba al mismo ritmo o botando al ritmo de la potente batería y percusión que algunas veces tapaba incluso la voz del cantante.
Pero no importa. Los madrileños ya son profesionales del directo. Saben lo que gusta y no arriesgan. Un espectáculo programado y estudiado al milímetro donde la improvisación y la frescura de algo que no está estudiado se ha perdido. Desde la percusión tocada por Pucho en 'La Deriva', hasta el momento del vídeo enfocando al público son cosas que parecieron mecánicas. Bien ejecutadas, eso sí, pero mecánicas. Era todo tan naturalmente normal que no hizo falta ni esperar un poco para los bises. El grupo no dio margen ni a que el público se enfriase y pidiera más candela. Se la ofreció enseguida.
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Canción tras canción la intensidad iba subiendo. Y quizá en la segunda parte del concierto, cuando sonó 'Copenhague' y Pucho volvió a hablar, el espectáculo entró en otra fase más cercana, más motivadora. A partir de ahí, canción tras canción, el público se entregaba más y más en un concierto que no podía acabar con otro tema que con un apoteósico 'Los Días Raros'. Una canción intimista que dejar un sabor de boca dulce y amargo a la vez. Perfecta para cerrar lo que fue un gran concierto para los fans que buscaban reencontrarse con el mismo grupo otra vez.
Prometieron volver. Lo harán seguramente. Y llenarán.
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