La zarzaparrilla, remedio contra la sífilis y refresco
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Popularizada en el siglo XVI como medicina venerea, su uso acabó extendiéndose desde las farmacias a las horchateríasAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 23 de junio 2023, 00:49
Zarzaparrilla: la planta que comen los pitufos, la bebida que toman los vaqueros abstemios en los wésterns. A algunos pocos el término les traerá lejanos recuerdos de noches de verano y amores juveniles: hasta los años 60 la zarzaparrilla fue un trago habitual en horchaterías ... y puestos de refrescos.
De color marrón o rojizo oscuro, semejante al de las bebidas de cola, en aquella misma década quiso competir hasta con la famosísima Coca-Cola gracias al breve éxito de Zarzaparrilla 1001, una bebida 100% nacional que tuvo mucho de sucedáneo barato y poco o nada de zarzaparrilla, pero al menos quiso continuar una larga tradición bebestible que ya por entonces estaba en claro peligro de extinción.
El lugar de las actuales bebidas gaseosas antaño lo ocuparon múltiples refrescos de elaboración artesanal que se despachaban en las «botillerías». Allí se hacían y vendían aguas heladas de distintos sabores, granizados, leche merengada, horchatas de chufas, almendras o arroz y bebidas compuestas como la aloja (agua, miel y especias), la limonada de vino (antecesora de la sangría) o el agua de cebada. De algunas de ellas hablaremos este verano, pero quería comenzar esas crónicas fresquitas contándoles la historia de una planta que revolucionó la farmacopea occidental y acabó siendo pasto de sedientos 'cowboys'.
La zarzaparrilla es aún una bebida popular en Estados Unidos, Australia, Filipinas, India, China e Indonesia y tanto su nombre en inglés (sarsaparilla), francés (salsepareille), o italiano (salsapariglia) como sus denominaciones comerciales en Asia (Sarsi y Sarsae) provienen de la voz castellana 'zarzaparrilla'. Se trata de una palabra compuesta que une dos de las características más llamativas de esta planta, como son que tiene espinas (de ahí lo de 'zarza') y que es trepadora al igual que una parra (he aquí el porqué de 'parrilla'). Ambas propiedades son compartidas por las más de 300 especies que conforman el género Smilax, de las cuales una estuvo siempre presente en el Viejo Continente (la Smilax aspera) y otras son oriundas de Asia o América.
Allá por el siglo I Dioscórides ya habló de las aplicaciones medicinales de la zarzaparrilla que iba que ni pintada contra los venenos. Parece ser que esta fe ciega en su poder como antídoto para las picaduras de serpiente tenía que ver con la forma de sus espinas, semejantes a colmillos. Antiguamente se creía que la morfología de las plantas daba pistas sobre qué dolencias podían curar.
También se pensaba que una enfermedad endémica o proveniente de un lugar concreto necesitaba remedios de la misma procedencia. Por eso cuando a partir de 1493 una desconocida y terrible epidemia de posible origen americano asoló Europa se creyó a pies juntillas que las únicas medicinas que la sanarían tenían que ser, por fuerza, traídas del Nuevo Mundo.
A día de hoy aún no se sabe si la sífilis -antes conocida como mal de bubas o morbo gálico- vino de América en el primer viaje de vuelta de Colón o si quizás ya existía aquí bajo el disfraz de una variante menos grave. Lo que está claro es que su aparición coincidió en el tiempo con el descubrimiento colombino, así que no tardaron en aparecer teorías que achacaron el contagio a los indígenas de La Española (actuales República Dominicana y Haití). Siguiendo el razonamiento médico imperante, si la plaga procedía de aquellas lejanas tierras entonces allí debía estar también la panacea contra ella.
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Ana Vega Pérez de Arlucea
Ana Vega Pérez de Arlucea
De todas las plantas que los españoles conocieron en América entre finales del siglo XV y principios del XVI, las que más rápidamente se difundieron a este lado del Atlántico fueron algunas alimenticias como el maíz, el boniato y las alubias, otra asimilada enseguida como especia (el chile) y dos de uso estrictamente medicinal.
Esas dos últimas, usadas por los indígenas fueron interpretadas como remedios perfectos para la sífilis: el guayacán -también llamado palo santo, Guaiacum officinale- y la zarzaparrilla de Indias, nombre genérico que se dio a casi todas las especies americanas de Smilax.
El palo santo fue sometido a un estricto monopolio comercial y resultaba muy caro, así que las zarzaparrillas fueron el mejor recurso contra el temido mal de bubas. Tal fue su éxito que en 1565 el médico sevillano Nicolás Monardes escribió (en 'De las cosas que traen de las Indias Occidentales') que «es tanto el uso del agua de la zarzaparrilla al día de hoy que a cualquier enfermedad se aplica», y que la infusión de sus raíces se tenía a mano en tinajas en muchas casas de España.
También se podía preparar con ella un jarabe concentrado que, andando el tiempo y con la añadidura de anís, canela u otros saborizantes, se popularizó en las boticas como tónico sudorífico, diurético y vigorizante. Mezclado con agua fría, nieve o seltz se convertía en un refresco que era a la vez medicina y golosina. De las farmacias saltó a las botillerías, luego a las horchaterías, a los kioscos de verbena y finalmente al olvido, al menos en estos lares.
Si viajan ustedes este verano a algún lugar donde haya zarzaparrilla, bébanla a la salud de quienes hace 500 años la dieron a conocer al mundo. Y luego cuéntenme a qué sabe.
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