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Son los ricos y famosos iguales ante la ley? Alex Spiro cree que no y, además, está dispuesto a sacarles las castañas del fuego. Elon Musk, Jay-Z, Kim Kardashian... y ahora Alec Baldwin. Spiro, el abogado de 37 años que obtuvo la anulación del reciente juicio al actor por homicidio involuntario, es un valor seguro para sus clientes, ya que nunca ha perdido un caso ante un jurado.
Apoyado por un ejército de abogados, asistentes legales e investigadores –«mi caballería», los llama–, este graduado en Derecho por Harvard prepara los juicios a conciencia para desplegar ante el jurado todas sus artimañas. Comenzando por la elección de sus miembros. Spiro selecciona a personas con las que, revela, «podría irme a tomar tomar un café y convencerlas de mi punto de vista», y a aquellas a las que cree que pueda agradar. Por ejemplo, como abogado de Jay-Z y otros artistas del hip-hop, además de jugadores de baloncesto y fútbol profesionales, Spiro cree que los afroamericanos pueden inclinarse a sentirlo más cercano. En la sala –«Yo en mi piscina», así describe lo a gusto que se siente al litigar–, a veces sube a los testigos al estrado con una mínima preparación, lo que, dice, hace que su testimonio «suene más auténtico».
Su gran arma, sin embargo, es ese innegable magnetismo con el que se apodera de cada tribunal, espacio que domina con sus trajes de precios prohibitivos, sus 189 centímetros de altura, sus brillantes ojos azules y su físico de atleta profesional. Eso y una sibilina gestión de la opinión pública cuya principal baza es argumentar que las personas famosas y poderosas no pueden ser tratadas por la Justicia como el resto de los mortales.
Al fin y al cabo, Spiro se curtió como letrado en el mundo posterior al juicio a O. J. Simpson, un momento que transformó la percepción de la justicia para siempre. La presencia de cámaras en la sala de aquel tribunal decretó, en 1994, el advenimiento del espectáculo legal televisado, un inesperado y popular entretenimiento que no ha dejado de crecer alimentado por el drama y el conflicto diarios.
De hecho, los abogados de Simpson –Robert Kardashian, Johnnie Cochran, Alan Dershowitz y F. Lee Bailey–, se convirtieron en estrellas con su combinación de técnica teatral y conocimiento profundo de los medios de comunicación. Treinta años después, en pleno siglo XXI, las redes sociales comenzaron a llevar vídeos de actuaciones judiciales a grandes audiencias, multiplicando su popularidad. Pues bien, fue en este entorno volátil y mediático, condicionado por la percepción del público, donde Spiro prosperó. «Cuando un caso está en el ojo público, debes ser consciente de ello cuando litigas –declaró una vez–. Y la forma en que interactúas con el tribunal de la opinión pública es importante».
En su bufete trabajan más de cien personas, aunque él puede llegar a estar implicado en unos cincuenta casos a la vez. En uno de los gordos, de esos con clientes megarricos y megafamosos, puede involucrar a cuatro de los socios, otros ocho abogados de segunda línea, un puñado de asistentes legales, investigadores... Esta ‘caballería’ se encarga de la preparación diaria, redacción de informes, etc, pero cuando Spiro prepara un juicio, él mismo revisa cada documento, se sumerge en los detalles y prepara a conciencia sus aperturas, cierres y contrainterrogatorios.
Son, probablemente, los momentos en que más disfruta de su trabajo. «Es como crear una pintura», explica. Tal es la descarga de adrenalina, que Spiro asegura que no siempre consigue recordar lo que hizo en la sala con su ‘pincel’. Así describe él lo que siente durante una de sus ‘representaciones’ judiciales: «Es algo que fluye. Trato de contar una historia convincente y entretejida. Y voy dejando caer pistas para al jurado a lo largo del proceso».
Spiro, sin embargo, atribuye la clave de su éxito a otras cuestiones. «Mi salsa secreta especial es que tengo una memoria fotográfica. Eso y mi capacidad para dormir tres horas y media al día y procesar la información rápidamente. Si no fuera por esto, no tendría posibilidad alguna de sobrevivir».
Según su madre, Cynthia Kaplan, psicóloga clínica especializada en traumas infantiles y adolescentes, su hijo fue polemista desde muy pequeño. «A los dieciocho meses ya hablaba como lo hace ahora. Recuerdo que a esa edad me dijo un día: ‘En realidad, mamá...’». El primero de cuatro hermanos, nació en Manhattan, donde su padre, dentista y atleta, a menudo lo llevaba a ver partidos de baloncesto. Siendo aún niño, la familia se mudó a Wellesley, Massachusetts, hasta que, varios años después, sus padres se separaban, su madre trabajaba sin descanso y su padre era diagnosticado de trastorno neurológico degenerativo, que lo dejó ciego e incapaz de caminar. Spiro, de repente, estaba solo la mayor parte del tiempo. «Se volvió más competitivo, más decidido en esos años», rememora su madre.
Ya en el instituto, su madre lo enchufó en el hospital psiquiátrico donde trabajaba y allí Spiro trató con jóvenes con trastorno del espectro autista y fue asesorado por un destacado psiquiatra especializado en esquizofrenia. Un día, recuerda el hoy abogado, un superior le dijo: «Eres de los que no se calla. Deberías estudiar Derecho». Ingresó en la Facultad de Derecho de Harvard en 2005 y, poco después, recibió una beca de la CIA y, ya graduado, entró como fiscal junior en la oficina del fiscal de distrito de Manhattan.
Pronto destacó por la agresividad con la que peleaba para ocuparse de casos que fueran a juicio. «Iba de despacho en despacho preguntadno: ‘¿Tienes algo que vaya a juicio?’». Cinco años después, el nuevo fiscal jefe, Cyrus Vance, Jr., creó una unidad para casos sin resolver y Spiro se encontró allí con la oportunidad de participar en un caso de asesinato de alto perfil: Rodney Alcalá, alias el Asesino del Juego de Citas, condenado a la pena capital por matar a cuatro mujeres y a una niña de 12 años, era el principal sospechoso del brutal asesinato de otras dos mujeres en Nueva York. Spiro fue clave para asegurar la nueva acusación contra Alcalá quien acabó declarándose culpable. Fue su éxito más notorio hasta entonces.
Trabajó en un par de casos importantes más hasta que, finalmente, decidió pasarse al otro lado del estrado. «Ser abogado defensor era algo muy natural para mí –recuerda Spiro–. Me parece convincente ayudar a la gente y arreglar sus problemas, corregir los errores. Por muy cursi que esto suene». Acabó en el bufete de Benjamin Brafman, un abogado estrella cuya lista de clientes incluía a celebridades como Sean ‘Diddy’ Combs (absuelto de posesión de armas y soborno), Martin Shkreli (gestor de fondos condenado por robar millones de dólares) o Harvey Weinstein. Spiro acababa de descubrir la senda que, finalmente, acabaría rigiendo su carrera hasta convertirlo en el abogado de los famosos que es hoy.