Historia El día que Kennedy fue un 'bastardo' más
En agosto de 1944, Joseph Kennedy murió en una de las misiones para evitar que Hitler crease la bomba atómica. Un libro analiza las operaciones de la intrépida brigada.
Sábado, 21 de Agosto 2021, 01:10h
Tiempo de lectura: 4 min
Fue una coincidencia que los alemanes Otto Hahn y Lise Meitner descubrieran la fisión nuclear de uranio solo unos meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, pero muchos miembros de la comunidad académica internacional estaban convencidos de que Alemania desarrollaría una bomba atómica antes que los angloamericanos, ya que contaba con los mejores científicos e ingenieros del mundo. Así que en 1943 los aliados idearon diversas misiones secretas para evitarlo.
Entre ellas, una en la que participó el joven piloto Joseph Kennedy, el hermano mayor del que llegaría a ser presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.
La operación consistía en pilotar un avión cargado con 9600 kilos de Topex, una mezcla de TNT con polvo de aluminio cuyo poder destructivo era equivalente al de una docena de misiles. El objetivo era el complejo de búnkeres alemanes de Mimoyecques (Francia), donde creían que se escondía una rampa de lanzamiento para un nuevo misil, el V-3, con el que podrían alcanzar Londres y cuya cabeza albergaría carga radiactiva.
La misión era casi suicida: pilotar un avión cargado con 9600 kilos de explosivo y saltar en vuelo
Una vez localizado el objetivo, el piloto y el ingeniero de vuelo saltaban en paracaídas y el aparato continuaba su marcha dirigido por control remoto desde otro avión nodriza.
Cuando llegaba a su destino, la bomba-volante descendía y desde el avión nodriza se detonaba el explosivo.
La misión era casi suicida, pero Joseph necesitaba superar las hazañas de su hermano pequeño John Fitzgerald, que se había convertido en un héroe al salvar a un marinero malherido de morir ahogado.
El 12 de agosto de 1944, Joseph y su compañero, el ingeniero Bud Willy, despegaron desde el Reino Unido hacia Mimoyecques.
Al poco de iniciar la misión, el avión explotó. Al parecer, una interferencia de ondas de radio del propio Ejército británico podría haber activado el circuito de detonación de la carga explosiva. La explosión fue de tal intensidad que no quedó resto alguno de los tripulantes.
La historia de Kennedy es una de las muchas que aparecen en el libro La brigada de los bastardos (Ariel, 2021), de Sam Kean, que cuenta los esfuerzos realizados por los aliados para sabotear el proyecto alemán de crear una bomba atómica.
En el corazón de esta misión se encontraba la llamada 'brigada de los bastardos', un grupo de soldados, científicos y espías que se infiltraron entre los físicos y militares alemanes.
Uno de los personajes más asombrosos de esa brigada fue Moe Berg.
Una fría mañana de diciembre de 1944, Berg asistió a una conferencia que daba Werner Heisenberg, el principal físico nuclear alemán, en Zúrich. El espionaje americano le había encargado que determinase cuál era la capacidad de los nazis para desarrollar una bomba atómica.
Si averiguaba que estaban a punto de fabricarla, sus órdenes eran asesinar a Heisenberg. Pero Berg, antiguo jugador de béisbol, superdotado y con conocimientos de física nuclear, no fue capaz de disparar contra Heisenberg. Berg se torturó por su falta de resolución, pero en su cerebro bullía la pregunta: «¿Puedo acribillar a un hombre sin pruebas fehacientes?».
La hija de Marie Curie
En el libro aparecen otros personajes apasionantes, como Irène Curie –la química ganadora del Premio Nobel e hija de Marie Curie– y su marido, Frèdèric Joliot, quienes sabotearon su propio laboratorio parisino para impedir que los alemanes lo utilizaran en sus investigaciones nucleares.
En realidad, los alemanes nunca estuvieron tan cerca de crear una bomba nuclear como se ha creído. Pero Washington y Londres no lo sabían.
La operación del agua pesada
La misteriosa fábrica Noruega
Uno de los objetivos prioritarios de los aliados fue localizar y destruir las instalaciones donde los nazis almacenaban la llamada 'agua pesada', un elemento clave para la construcción de un ingenio nuclear. En 1940, los alemanes intentaron comprar una cantidad desorbitada de ese producto a la empresa noruega Vemork (en la foto), la única que lo producía en el mundo. Para evitar que cayera en manos de los nazis, los noruegos entregaron el agua pesada a Francia. Irène Curie y Frèdèric Joliot la escondieron en su laboratorio de París hasta que la Wehrmacht invadió Francia, momento en el que la enviaron a Escocia.
Bombardeo fallido en las montañas
Pero aquel esfuerzo no sirvió de mucho. Poco después, los alemanes invadieron Noruega y se quedaron con toda el agua pesada que fabricaba Vemork. Los británicos planearon bombardear la empresa, pero los noruegos lo desaconsejaron. El duro clima y el terreno montañoso dificultaban las operaciones aéreas. Finalmente, Londres envió un comando en 1942, pero fracasó.
Nada puede con el hormigón armado
Meses después, en noviembre de 1943, 160 bombarderos estadounidenses lanzaron en cuestión de minutos más de 700 bombas de 450 kilos. Lograron paralizar la producción, pero solo durante dos meses. El edificio de hormigón resistió el bombardeo y los daños fueron insignificantes.
Al final, un miembro de la resistencia
Pese a los pocos daños, los nazis reaccionaron y decidieron llevar todas las reservas de agua pesada a Alemania. Fue durante el traslado cuando un partisano noruego hundió el transbordador que llevaba ese valiosísimo cargamento en el lago Tinn, lo que frustró definitivamente las posibilidades del Tercer Reich de fabricar su bomba atómica.
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