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Lleva un hacha en una mano y una pistola en la otra. Tiene la cara y los ojos llenos de polvo y el corazón desbocado. Abre el boquete final y sale a la superficie consciente de que es probable que lo reciban a tiros.
Pero ha habido suerte. En el sótano al que Joachim Rudolph ha entrado desde un túnel cavado desde Berlín Occidental lo esperan un grupo de civiles; entre ellos, niños y bebés, igual de nerviosos que él.
Son las seis de la tarde del domingo 14 de septiembre de 1962 y quienes han acudido al número 7 de la calle Schönholzer de Berlín Oriental son amigos y familiares de los 21 estudiantes que han cavado durante 192 días esa vía de escape.
Los promotores de la fuga son dos italianos: Mimmo Sesta y Luigi Spina. Quieren rescatar a su amigo y compañero de estudios de Ingeniería Peter Schmidt, a su mujer, Eveline, y a su hija de 2 años.
Los ayuda Joachim Rudolf, que había escapado del Berlín comunista un año antes: lo hizo atravesando un bosque y un río helado de noche. Luego sacó a su madre y a su hermana ayudado por una red que facilitaba pasaportes falsos. Tenía a su familia a salvo, pero quería ayudar a más gente: los rusos habían matado a su padre.
Los controles sobre el muro (levantado el 13 de agosto de 1961) eran cada vez más exhaustivos. Habían capturado a muchos que intentaron huir y las penas para sus colaboradores eran las peores.
A Joachim y los italianos los ayudó también Claus Stürmer: él logró salir de Berlín del Este, pero capturaron a su mujer, Inge, embarazada y que iba detrás de él.
La periodista Helena Merriman recrea en el libro El túnel 29 (Salamandra) la peripecia de estos héroes. Se cuenta, por ejemplo cómo Eveline fue la primera en emerger, cubierta de barro y descalza, por la otra boca del túnel, en el sótano de una fábrica de Berlín Occidental.
Diez años después Eveline ( ya divorciada) se casó con Joachim Rudolf, uno de sus salvadores.
Eveline tardó doce minutos en recorrer a gatas los 128 metros del túnel. Tras ella sacaron a su hija: los jóvenes se habían apostado a lo largo del túnel para pasar a los niños.
Fue muy emocionante cuando Claus dio la mano a su mujer y cuando cogió en sus brazos por primera vez a su hijo, un bebé de meses que había nacido en el campo de prisioneros a donde llevaron a su madre por intentar escapar del Berlín comunista.
Estas erizantes escenas se grabaron en directo y se pueden ver en un documental que filmó la NBC. Los estudiantes aceptaron dejarse grabar a cambio de dinero. Necesitaron comprar herramientas y mucho material; entre otras cosas, 22 toneladas de madera para afianzarlo.
Era una obra impresionante, con luz eléctrica, suelo y techo de madera y un sistema de ventilación. Fue un trabajo titánico: sacaron toneladas de tierra con las que llenaron siete habitaciones enormes del sótano de la fábrica desde la que cavaban. El edificio estaba semiderruido, pero la fábrica tenía actividad y el dueño les había dado permiso.
Se trató de una auténtica gesta: dos veces se les inundó el túnel por las lluvias y tuvieron que achicar unos 180.000 litros de agua, según la NBC. Corrieron el riesgo de morir sepultados o a balazos, de ser torturados o llevados a campos de prisioneros si los pillaban: cuando cavaban, oían, a solo dos metros de sus cabezas, las conversaciones de los guardas fronterizos del Este.
Seis después del salvamento la Stasi descubrió la boca del túnel en Berlín Oriental. Intentó adentrarse en él, pero se había desmoronado debido a las filtraciones de agua. Aquel rescate fue un maravilloso milagro.