Los 'amigos' de Putin empiezan a dudar Secuelas de la guerra de Ucrania ¿Alta traición en el Kremlin?
Que te cuestionen tus opositores va en el sueldo de cualquier gobernante, pero que las críticas lleguen desde el ala más dura de tu propio régimen puede ser un síntoma de que algo se está desmoronando. ¿Quiénes son los que se atreven a criticar a Putin? ¿Y cuáles son sus intereses? Te lo contamos.
Viernes, 09 de Diciembre 2022
Tiempo de lectura: 7 min
La guerra ha dado un giro y a Vladímir Putin han empezado a moverle la silla. Lo sorprendente es que son algunos de sus más fieles consejeros los que cuestionan su liderazgo, como Aleksandr Duguin, su ideólogo de cabecera y ardiente defensor del paneslavismo; y Yevgueni Prigozhin, el empresario que fundó el Grupo Wagner, una fuerza de mercenarios. La diplomacia occidental señala incluso a su posible sucesor: Nikolái Pátrushev, un ex del KGB, amigo de Putin desde hace cuarenta años y su mano derecha.
El discurso oficial
El colapso de un país es uno de los asuntos más estudiados en ciencias políticas. Hay tres indicios que lo anticipan: que la moral esté por los suelos, que se formen ejércitos privados y que huya parte de la población. Y en Rusia ya se están viendo, sobre todo desde la retirada de Jersón, la capital de una de las cuatro provincias ucranianas que se anexionó ilegalmente. Un repliegue que ha desconcertado a muchos que comulgaban con el discurso oficial, esto es, que la guerra de Ucrania es una gesta heroica cuyo antecedente fue la Segunda Guerra Mundial. Pero Oleg Pajolkov, editor jefe del periódico Bloknot, disiente de la versión del Kremlin: recuerda que los defensores de Stalingrado en 1942 podían haber escapado de la ciudad a través del río Volga, pero que prefirieron resistir y enviar un mensaje al mundo de que la Alemania nazi no era invencible. «La rendición de Jersón es justo lo contrario», escribe. Vladímir Solovyov, comentarista estrella de la televisión estatal, culpa de la retirada a la cobardía y la incompetencia del estamento militar. La veda se ha abierto. Aunque se considera un delito de traición, cada vez más afines al Kremlin ponen a los generales a parir.
Pero que el blanco de las invectivas sea el propio Putin es algo a lo que muy pocos se hubieran atrevido hasta que lo hizo el filósofo ultranacionalista Aleksandr Duguin (Moscú, 60 años), al que comparan por su influencia con Rasputín, el monje místico que llegó a controlar la corte de los Románov. Duguin es el padre de la doctrina del imperio euroasiático, que vincula la supervivencia de Rusia a la adquisición de un territorio colchón formado por estados siervos, inspirada en la teoría del espacio vital del fascismo. Y que sirve a Putin de ideario.
Los mercenarios del grupo Wagner critican las condiciones de la tropa y se habla de cobardía por la retirada de Jersón...
Recientemente escribió en una web que la misión de un autócrata es la de proteger a las gentes y los territorios bajo su control. «Las autoridades no pueden abandonar nada más. Se ha llegado a un límite». Y puso como ejemplo un estudio sobre mitos en el que se hace referencia a los reyes africanos, cuya legitimidad dependía de la lluvia, y a los que la población asesinaba en tiempos de sequía. Duguin negó más tarde que estuviera aludiendo a Putin. Pero muchos analistas consideran que se ha vuelto impredecible desde que su hija Daria fue asesinada en un atentado en agosto. Daria era comentarista de una canal de televisión y murió en la explosión de un coche en el que también estaba previsto que viajase Duguin, aunque cambió de planes. Fuentes de la inteligencia norteamericana no descartan que los servicios secretos ucranianos estuviesen involucrados.
La segunda señal
La segunda señal de colapso es que el Estado pierda el monopolio del uso de la fuerza. Y en Rusia están proliferando las milicias y los grupos paramilitares, como el que lidera Ramzán Kadírov, un antiguo señor de la guerra convertido en presidente de Chechenia y que proclama sin tapujos que Putin ya está tardando en echar mano del arsenal atómico. Pero es el Batallón Wagner, fundado en 2014 por el empresario Yevgueni Prigozhin el que acapara la atención. A Prigozhin lo llaman 'el chef de Putin', pero ni siquiera es cocinero. Fue condenado a 13 años de prisión por asalto, robo y fraude en 1981. Pasó nueve años en una colonia penal. En la actualidad recluta personalmente a muchos de sus mercenarios en las cárceles, prometiéndoles el indulto si luchan en Ucrania. El Grupo Wagner ha desplegado a unos 9000 combatientes en países africanos, Siria y Ucrania. Y colecciona acusaciones de crímenes de guerra.
Prigozhin comenzó en la hostelería con un puesto de perritos calientes, pero sus contactos lo ayudaron a poner un restaurante, al que Putin acudía a celebrar sus cumpleaños. Debió de caerle bien porque pronto consiguió contratos del Gobierno para servir el catering en banquetes oficiales y comedores escolares. Prigozhin entonces diversificó sus negocios. Según el Departamento de Justicia norteamericano, montó una fábrica de trolls digitales con el objetivo de influir en las elecciones de Estados Unidos y otros países occidentales. «Hemos interferido en elecciones y lo seguiremos haciendo», reconoció desafiante. No se sabe si se está postulando para suceder al ministro de Defensa o si tiene otras ambiciones, pero que permitiese que sus milicianos difundieran un vídeo en el que protestaban por las condiciones en las que combaten indica que puede haber una lucha de poder entre distintas facciones. Los expertos señalan que las agencias de seguridad rusas están velando por sus propios intereses mientras se aclara quién es el más fuerte.
Tercera señal
El tercer indicio de que un país se encamina al precipicio es que su población huya. La movilización de reservistas causó más impacto en la ciudadanía rusa que el inicio de la guerra. Se calcula que han huido más del doble de los 300.000 alistados a la fuerza. El estado de ánimo de los nuevos reclutas fluctúa entre el pánico –porque saben que son carne de cañón– y la esperanza de que la llegada del invierno paralice las operaciones terrestres. El gran dilema de Putin es que, a estas alturas, ya no puede ganar la guerra; pero tampoco puede liquidarla. Ha perdido, además, el favor del líder chino, Xi Jinping, que bastante tiene con sofocar las protestas de su propia población, harta de los confinamientos.
Ya ha saltado un nombre como sucesor de Putin: el de su íntimo amigo del KGB Nikolái Pátrushev
Aunque el secretismo es total, los rumores sobre el estado de salud de Putin se han vuelto a disparar. La revista Newsweek publicó que padece cáncer de tiroides. Y dicen que es escoltado al baño y que sus guardaespaldas recogen sus heces para evitar dejar pistas sobre su estado de salud. En este contexto, la figura de Nikolái Pátrushev, de 71 años, ha adquirido una inesperada relevancia. Richard Dearlove, exjefe de la inteligencia británica, ya apuntó que es el mejor situado para suceder a Putin. Dirige el Consejo Nacional de Seguridad y es el político más cercano al presidente. Fue su subalterno en el FSB, la agencia que sustituyó al KGB. Se lo considera un halcón.
¿Y ahora qué? Se manejan distintos escenarios, incluido un golpe de Estado. Pero nadie descarta que Putin consiga aferrarse al poder, incluso si se ve forzado a negociar con Ucrania. Sin embargo, The Economist considera que el riesgo de que Rusia se adentre en el caos es mayor que nunca. Y cita a la politóloga rusa Ekaterina Schulmann: «La Federación Rusa ha entrado en un proceso de autoliquidación y ha pasado a la fase de Estado fallido, en la que el Gobierno se muestra incapaz de desempeñar sus funciones básicas». Un ejemplo es la antigua Yugoslavia. No hay que olvidar que Rusia está formada por 24 repúblicas, incluidas algunas muy alejadas de Moscú, en el Cáucaso, que si ven un resquicio de que el Kremlin afloja pueden probar a dar un portazo. En noviembre, además, la oposición creó un Parlamento en el exilio. Todo está por decidir, incluido el destino de Putin... Y de Rusia.
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