Retoques de ayer y de hoy
Secciones
Servicios
Destacamos
Retoques de ayer y de hoy
Miércoles, 13 de Diciembre 2023
Tiempo de lectura: 6 min
Decía Stendhal que «la belleza es una promesa de felicidad», pero los científicos creen que la ecuación exacta de la misma en su versión femenina es: labios carnosos, piernas delgadas, cabello brillante, piel sedosa y una proporción armónica entre cintura y cadera. La mayoría de los estudios pone el acento en la armonía, pero el canon de belleza se ha transformado en tantas ocasiones que resulta difícil creer que se adapte a un único molde.
En la historia, el ideal de belleza lo determinaban las capas superiores de la sociedad. En periodos de hambruna, los cuerpos rollizos eran considerados hermosos; cuando la mayor parte de hombres y mujeres trabajaba en el campo, la palidez constituía un rasgo de hermosura; en los años 20 del pasado siglo estuvo de moda el aspecto andrógino, muy acorde con una moral hedonista que toleraba la homosexualidad y la bisexualidad; alrededor de los 50, el ideal eran mujeres pechugonas, puesto que no había nada más importante en la vida que encontrar marido y tener niños. En nuestros días, la belleza se ha globalizado y los individuos tratan de acercarse al mal llamado 'modelo caucasiano', es decir, la belleza anglosajona, que prescinde de rasgos propios de la identidad individual.
Contra lo que suele creerse, la cirugía estética no es un fenómeno del siglo XX. Se conservan descripciones de correcciones nasales y tratamientos de cicatrices que se remontan al Antiguo Egipto, y ya en el siglo VII, el médico alejandrino Pablo de Aegina desarrolló un sistema para extraer los pechos a los hombres, cuestión estética definida por tratados de la época como problema médico. Tampoco es nueva la liposucción, pues Plinio el Viejo, en el primer siglo después de Cristo, describe una «cura heroica de la obesidad» al hijo de un cónsul.
Salvo algunas excepciones, todos los pacientes de la cirugía plástica hasta el siglo XIX fueron hombres. De hecho, el verdadero motor de la cirugía estética llegó en el Renacimiento con la aparición de la sífilis epidémica, una enfermedad venérea importada del continente americano. La misión de la nueva chirugia decoratoria era reconstruir la nariz de los sifilíticos, que quedaba carcomida o desaparecía por los efectos de la enfermedad.
La 'cirugía decorativa' era un 'secreto comercial' que se transmitía de padres a hijos con beneficios muy lucrativos y que se guardó en secreto hasta que el profesor Gaspare Tagliacozzi documentó e ilustró por primera vez una intervención nasal en 1597.
La operación nunca dejó de practicarse, pero a la Iglesia católica no le acababa de agradar la idea de que los médicos rectificaran quirúrgicamente las cicatrices y deformaciones que causaba una enfermedad como la sífilis. El Vaticano condenó la 'cirugía decorativa' y las lecciones de Tagliacozzi se 'olvidaron' porque eran una interferencia humana en el reino del castigo divino.
La filosofía ilustrada del siglo XIX, con la nueva noción de individuo que podía rehacerse a sí mismo para hallar la felicidad, cimentó la base de la cultura moderna de la cirugía estética. El impulso llegó con la introducción en 1846 de la anestesia y, posteriormente, de la antisepsia en 1867. La reducción del dolor y las infecciones, junto con la mentalidad ilustrada, aumentaron las posibilidades de operar a pacientes por su propio deseo, y no por verdadera necesidad.
La primera operación 'quitabarriga' tuvo lugar en Baltimore en 1899, y se extirparon siete kilos de grasa del abdomen de una mujer judía de 32 años que pesaba 120; el primer estiramiento facial llegó en 1901; la primera intervención quirúrgica de los párpados fue en 1906; y en la década de los años 20 empezaron las inyecciones de grasa subcutánea como forma de alisar la piel de un rostro envejecido sin necesidad de estiramiento.
Después de la Primera Guerra Mundial, la cirugía pasa de disimular los rasgos étnicos y el envejecimiento a la transformación sexual. El doctor Richard Mühsam, del hospital municipal de Berlín, explicaba que en 1920 un paciente acudió a él para que lo castrara manifestando su deseo de convertirse en mujer. Al chico se le implantó un ovario para generar hormonas femeninas, y como resultado desarrolló pechos y su voz se afeminó. Mühsam no se atrevió a amputarle el pene y creó un simulacro de vagina en el que colocó su miembro de manera que pudiera ser estimulado sexualmente. En aquella época estaba por llegar la revolución de la silicona.
Mientras que en la década de 1880 la reducción de pecho formaba parte de la cultura de eliminación de rasgos étnicos del cuerpo, en la década de los 40 el último grito era el aumento de mamas. Se experimentó con varias sustancias de textura esponjosa, y por un corto lapso de tiempo a cada una se la consideró como la sustancia ideal para los aumentos de pecho, pero finalmente todas tuvieron consecuencias nocivas para la salud de la paciente hasta los años 90.
En la década de los 20 se popularizó en Hollywood el uso del primerísimo plano que revelaba despiadadamente el más mínimo defecto del actor: Greta Garbo tuvo que enderezarse los dientes, Marlene Dietrich se operó la nariz, Rita Hayworth tuvo que desplazar un par de centímetros la línea de nacimiento del cabello y Marilyn Monroe se operó para eliminar 'unos bultitos' de la punta de su nariz y corrigió su mentón.
A comienzos del siglo XXI, con el desarrollo de formas menos invasivas —e incluso con técnicas no quirúrgicas como las inyecciones de bótox—, los métodos de la cirugía estética cada vez son más sutiles y los resultados más precisos. También las liposucciones y otras intervenciones se han vuelto a su vez más asequibles para la clases medias hasta el punto de que la cirugía estética se ha convertido incluso en un regalo habitual.