Empiezan enviando cartas y acaban casándose
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Empiezan enviando cartas y acaban casándose
Jueves, 05 de Diciembre 2024, 15:13h
Tiempo de lectura: 13 min
El famoso asesino en serie, violador y secuestrador Levi Bellfield no podrá casarse entre rejas con su novia. El Gobierno británico le ha denegado el permiso en virtud de una nueva ley que pretende «impedir que los criminales más atroces disfruten de los eventos vitales que despiadadamente arrebataron a sus víctimas». Este criminal –padre de once hijos con cinco mujeres distintas– en la actualidad cumple dos cadenas perpetuas por asesinar a tres mujeres, de entre 13 y 22 años. No se ha revelado el nombre de la novia, pero, al parecer, se puso en contacto con ella en 2022 después de ver su fotografía en la celda de otro asesino en serie.
Los atroces crímenes de Bellfield sacudieron a la sociedad británica en la primera década de este siglo, pero parece que cuanto más atroz y más famoso es el asesino, mayor es la atracción que despierta en algunas mujeres. Un dato: cuando en 1986 Jeremy Bamber fue juzgado por los asesinatos de sus padres adoptivos, su hermana y sus hijos gemelos, no pocas mujeres hacían cola para ocupar los asientos del público en la sala del tribunal.
Sobre por qué algunas mujeres se casan con delincuentes encarcelados hay diversas teorías. El psicólogo y sexólogo estadounidense John Money acuñó el término 'hibristofilia' para explicar el fenómeno de que alguien se excite sexualmente con un delincuente. Por su parte, el psicólogo Leon F. Seltzer ha ofrecido explicaciones basadas en la psicología evolutiva y asegura que los asesinos en serie son vistos por determinadas mujeres como algo parecido a un macho alfa. La investigadora Sheila Isenberg, por su parte, cree que estas explicaciones resultan demasiado simplistas. Autora del libro Mujeres que aman a hombres que matan, entrevistó a 35 mujeres, desde abogadas a limpiadoras, que habían entablado relaciones con asesinos encarcelados en Estados Unidos. La mayoría tenían entre 30 y 40 años, se consideraban «morales, rectas y bondadosas», y a menudo eran religiosas.
Isenberg dividió a estas mujeres en dos grupos. El primero eran las que se sentían atraídas por asesinos como Bellfield. «Estas son las que quieren notoriedad y fama», me dice Isenberg. El segundo estaba formado por mujeres que se enamoraban de lo que ella describe como «asesinos normales y corrientes». Lo único que tenían en común todas ellas es que habían sufrido algún tipo de daño. «Al principio pensé, como casi todo el mundo, que estaban locas. Pero descubrí que no era así; eran mujeres que habían sufrido un dolor terrible. Habían sido víctimas de violencia doméstica o de abusos de algún tipo. Y les tranquilizaba tener una relación con un hombre encarcelado. El hombre está entre rejas y no puede hacerles daño; ellas están a salvo y tienen el control. Ven a los abogados, controlan el dinero; son las que mandan. Ninguna de ellas se sentía sexualmente atraída por ellos, y el sexo no desempeñaba ningún papel», afirma Isenberg. Al contrario, muchas de las relaciones recordaban más al «amor cortés».
«Los hombres escribían poesías, canciones de amor, cartas; ponían a las mujeres en un pedestal, y ellas se sentían apreciadas por primera vez», continúa Isenberg. «Existe la teoría de que algunas mujeres se enamoran de los hombres para salvarlos. Yo no estoy de acuerdo. Mi teoría es que intentan salvarse a sí mismas».
La mayoría de estas relaciones comienza por correspondencia. WriteAPrisoner.com es un sitio web de Florida fundado en 2000 cuyo objetivo es reducir la reincidencia mediante el intercambio epistolar y las oportunidades educativas y laborales. El sitio cuenta con un millón de usuarios registrados, la mayor parte en Estados Unidos, y 20.000 son reclusos. Los usuarios pueden consultar los antecedentes penales del preso al que desean contactar.
WriteAPrisoner.com no lleva un registro de cuántas de las correspondencias iniciadas en su sitio web acaban en matrimonio, pero me enviaron más de 100 testimonios de mujeres, muchas de las cuales «han tenido éxito en sus relaciones». Isenberg me aclara que, de todas las mujeres con las que habló, solo un par había llegado a tener relaciones satisfactorias más allá de la cárcel; entre ellas, el matrimonio entre un periodista que había sido encarcelado y una reportera que había acudido a entrevistarlo. Y menciona otro caso opuesto: otra periodista que había conseguido que liberaran a un preso. «A las dos semanas, él ya se drogaba y corría detrás de otras mujeres. Lo detuvieron y murió en la cárcel, arruinándole la vida a la mujer. Ella había puesto a su nombre la escritura de su casa; había invertido toda su vida en salvarlo».
Las redes sociales han abierto un nuevo mundo para las esposas de los presos al ofrecerles la posibilidad de convertir su relación en un drama para consumo público. Una de las líderes en este campo es Naomi Oquendo, de 30 años, una influencer que está casada con Víctor Oquendo, de 33 años, que cumple una condena de 24 años en una prisión de Estados Unidos por doble homicidio. La mujer tiene 344.000 seguidores en TikTok, donde cuenta que él le propuso matrimonio al mes de conocerse, su boda en prisión, sus consejos de belleza («tener las uñas bonitas es funda-mental para él»)... Heike Phelan no tiene TikTok ni Instagram. Ha cumplido 55 años y vive en Irlanda. Durante los últimos 34 ha trabajado como conductora de autocares llevando a turistas por toda Europa. Desde 2012 está casada con William Matthew Schiffert, que cumple una condena de 75 años en una prisión de Texas por un apuñalamiento mortal. Phelan es una mujer sensata, con un irónico sentido del humor; no es el tipo de persona que uno esperaría casada con un asesino convicto. Sin embargo, detrás de la historia de esta mujer hay un embarazo adolescente, una expareja alcohólica y una vida dedicada a sacar a sus dos niños adelante pegada al volante de un autobús.
En 2008, por sugerencia de una amiga, se apuntó en una web para enviar tarjetas de Navidad a una docena de presos. «Tal vez porque yo misma me sentía un poco sola creía que podía empatizar. No le di mucha importancia». De hecho, no esperaba respuesta, pero un mes después recibió una carta, no del preso al que había enviado la tarjeta, sino de uno de sus amigos, William Schiffert.
La misiva tenía seis páginas y en ella le contaba su vida. Sus padres eran traficantes de drogas. Su madre le dio heroína a sus 13 años para que se callara. A los 16 lo encarcelaron por asesinato. Y gran parte de su tiempo entre rejas lo había pasado encerrado por agredir a funcionarios. Su apodo era Perro Loco. «Lo llaman así –dice Phelan con sorna–. Porque lo era». Aquella carta la hizo reflexionar. «Era tan abierto. Yo pensaba: 'Dios mío... ¿quiero contestar?'. Al final de la misiva había un comentario: '¿Te colocas?'. Estuve pensando en ello durante tres meses y no dejaba de molestarme».
Miguel Carcaño
Miguel Carcaño, condenado por la muerte de Marta del Castillo, también provocó fascinación entre mujeres jóvenes, que le enviaban fotos y regalos. Una llegó a ofrecerle compartir con él una herencia para tener un futuro juntos. En España es posible casarse en la cárcel mientras se está cumpliendo la condena.
«Leyendo entre líneas, percibí cierta vulnerabilidad. Así que le respondí: 'En cuanto a tu pregunta sobre drogarse, me parece fuera de lugar. No tolero las drogas; y si eso es lo que te va no te molestes en escribir. Si vas a ser civilizado y tratarme con respeto, entonces puedes volver a hacerlo. Solo tienes una oportunidad'». «Recibí una carta de 23 páginas en la que me decía lo increíble que era mi misiva y cómo había establecido mis normas. Se lo cuenta a todo el mundo. Dice que es la mejor carta que ha recibido en su vida».
Intercambiaron fotos y las cartas aumentaron a tres por semana. Lo bueno de la correspondencia, dice, es que llegas a conocer muy bien a alguien. Ahora confiesa que encontró más felicidad escribiendo a ese desconocido, un delincuente, que con cualquier otro hombre en su vida. Fue al cabo de 18 meses –en torno a su carta 234– cuando él le confesó que estaba enamorado. «Siempre firmaba sus cartas con 'respeto siempre' o 'pensando en ti siempre'. Entonces llegó esta carta: 'te quiero siempre'. Me sorprendió. Le contesté: 'Esta vez has firmado la carta de otra manera'. Y él respondió: 'Sí, no pude evitarlo'».
Ella pensó en ello durante semanas. «Y me di cuenta de que se había convertido en una parte integral de mi vida, no podía imaginarme la vida sin él. E incluso ahora no puedo». En octubre de 2010 voló a Texas para reunirse por primera vez con Schiffert. Él estaba en una zona de alta seguridad, así que hablaron por teléfono a través de una pantalla de metacrilato. «Le dije: 'Dios mío, tienes dientes'. «Me contestó: '¿Por qué no iba a tenerlos?'».
Era mi «preocupación primordial –le dijo–, porque se ven muchos programas sobre paletos con un solo diente, y nunca se me había ocurrido preguntártelo». Él se rio y no pararon de hablar durante cuatro horas. Seis meses después de su primer encuentro, él le propuso matrimonio. «Le dije que sí. Ni me lo pensé». Se casaron en noviembre de 2012. Por aquel entonces, Texas no permitía las ceremonias en prisión, así que lo hicieron por poderes. Pasaría otro año antes de que le permitieran visitas vis a vis y pudieran tocarse.
Después de eso, ella lo veía todo lo que podía, pero ahora lleva sin visitarlo desde 2017. Por problemas con su visado, tiene prohibida la entrada en Estados Unidos. Pero hablan por teléfono a diario.
Aunque ella no suele hablar mucho de su pareja en su entorno, la gente siempre le pregunta lo mismo: «¿Cómo pudiste casarte con un asesino?». «Se lo he dicho a él en repetidas ocasiones: 'No creas que voy a aprobar ni justificar nunca nada de lo que hiciste'. Sin embargo, todo eso fue mucho antes de conocerlo, así que no creo que me corresponda juzgarlo. Solo puedo juzgar a la persona que he llegado a conocer».
Cuanto más descubría sobre su vida en la cárcel, más se horrorizaba de la violencia que se vive entre rejas, de la forma en que los guardias enfrentaban a las bandas de presos para controlarlas. Cuando Schiffert tuvo una enfermedad que no fue atendida, se indignó tanto que se propuso escribir un libro basado en su vida. Ahora ha escrito tres, que forman parte de su serie Convictos. En los últimos años parece que Schiffert ha cambiado. Ahora es lo que se llama 'un educador entre iguales'; da charlas a otros presos y actúa como consejero para quienes corren el riesgo de autolesionarse.
Dentro de cinco años, él saldrá en libertad condicional. «Hablamos mucho de eso... A veces me preocupa ese momento, ¿cómo voy a vivir con alguien? Pero él no tiene reparos. Siempre está hablando de cómo vamos a estar juntos 24 horas los siete días de la semana. Le digo que está loco si piensa eso; nos divorciaríamos en una semana. Dice que ahora me quiere más que nunca. Y yo no me arrepiento de nada. Tengo ganas de verlo, y no le doy más vueltas».
¿Qué le diría a la gente que lea su historia y piense que todo esto es muy extraño? No se lo piensa dos veces: «Absolutamente nada, porque no le debo explicaciones a nadie».