El asombroso caso de Anna Stubblefield
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El asombroso caso de Anna Stubblefield
Viernes, 16 de Agosto 2024, 09:55h
Tiempo de lectura: 11 min
Anna Stubblefield cogió de la mano a Derrick Johnson. «Tenemos algo que deciros», anunció delante de la madre y del hermano de Derrick en el salón de su casa en Nueva Jersey. «Estamos enamorados». «¿Qué quieres decir con 'enamorados'?», preguntó Daisy, la madre de Derrick, aquel 30 de mayo de 2011. «Nos queremos y hemos hecho el amor», especificó Anna. Lo que convierte esa escena en el principio de una tragedia, según contó John, el hermano de Derrick, no fue que Anna fuera blanca y Derrick negro, o que ella estuviera casada y tuviera dos hijos y él nunca hubiera salido con nadie. Lo que los indignó y acabó en un juicio penal fue el hecho de que Anna puede hablar y Derrick no; que ella era profesora universitaria y él tiene la capacidad mental de un niño.
El relato, contado en The New York Times, es ahora un documental, Diles que me quieres (Sky Documentaries), que deja al espectador tan desconcertado como a la madre de Derrick. Porque Anna sigue defendiendo aún hoy que Derrick (a quien ella llama Dman) no tiene un retraso mental. No niega que sufra una parálisis cerebral que le causa espasmos, que no puede vestirse ni caminar solo y que usa pañales. Pero Anna cree que su cerebro está atrapado detrás de su parálisis y que solo necesita una forma alternativa al lenguaje oral para compartir su inteligencia: la comunicación facilitada, un controvertido método desarrollado por la pedagoga australiana Rosemary Crossley en los años setenta mediante el cual personas con dificultades motrices severas y sin lenguaje podrían comunicarse. La técnica fue muy popular en los noventa y sigue practicándose.
Crossley trató en un hospital mental a la niña Anne McDonald, con un diagnóstico de tetraplejia espástica con retraso mental grave. Probó nuevos métodos de estimulación, como pedirle que señalara objetos, fotografías y palabras, y así encontrar una manera de expresar sus necesidades básicas, pero McDonald tenía problemas para señalar porque no podía mantener el brazo estable. Crossley decidió sostener el brazo, «no moviendo su brazo –explicó–, sino simplemente facilitando su propio movimiento».
Según la terapeuta, pronto McDonald comenzó a señalar letras y componer frases. La duda siempre fue si sus gestos asistidos eran un fraude y si la terapeuta guiaba la mano de la niña como un puntero en un tablero de güija. El caso acabó en un tribunal cuando Anne cumplió 18 años y reclamó, a través de Crossley, su derecho a abandonar el hospital. El juez, con una sencilla prueba cuestionable, aceptó el método de la comunicación facilitada y dictaminó que McDonald era competente para tomar sus propias decisiones. McDonald, siempre asistida por Crossley, se graduó en la universidad y escribió su autobiografía. Los padres de Anne, que murió a los 49 años, nunca creyeron que ella fuese autora de esos logros y nunca pudieron comunicarse con ella en ausencia de la terapeuta.
Pero el método se popularizó cuando un prestigioso profesor americano, Douglas Biklen, publicó un artículo en una revista de Harvard y creó un instituto para capacitar a padres y trabajadores sociales. Entre sus primeros alumnos estaba la madre de Anna Stubblefield.
Los padres de Anna, que ya de niña en Míchigan era una brillante estudiante, estaban doctorados en Educación Especial y trabajaban con personas con discapacidades, lo que hizo que ella, según explica, los viese siempre con familiaridad y sin prejuicios. Como universitaria, Anna se centró en otra lucha, la justicia racial, y destacó en el campo de la filosofía africana. Su propia familia es mixta: tiene dos hijos con su exmarido, Roger Stubblefield, un músico afroamericano. Con el tiempo, su 'misión' se fusionó con la de su madre. En 2007, Anna comenzó a defender que el intelecto de una persona, y el grado en que está 'discapacitada', podría ser un constructo social, como la raza o el género. Después de todo fueron las élites blancas, escribió, las que convirtieron medidas como el coeficiente intelectual en «una herramienta de opresión contra los negros».
John, el hermano de Derrick, asistió en 2009, en la universidad donde hacía su doctorado en Historia, a un curso de Anna. Durante la clase, Anna mostró un documental en el que una chica con discapacidades logra ir a la universidad usando la comunicación facilitada y John le preguntó si su hermano también podría aprender a usar un teclado. Anna se ofreció a intentarlo.
Anna puso en práctica el controvertido método con Derrick: primero con su mano debajo de su codo para ayudarlo a señalar las imágenes y luego las letras, y finalmente con su mano debajo de la mano de Derrick (a modo de cuchara) para apretar los botones de un teclado portátil con una pantalla led incorporada en la que aparecían las palabras que supuestamente Derrick quería transmitir.
A John y su madre les pareció entonces un milagro: ahora, que sabían lo de las relaciones sexuales, les parecía un fraude. Anna usaba a Derrick solo para intentar probar ciertas teorías extravagantes sobre la discapacidad, para promover su carrera o, como John diría en el juicio, para «vivir una fantasía enfermiza y retorcida».
Derrick tiene tendencia a balancearse y a golpearse la cara contra las rodillas. Cuando está ansioso o molesto, se muerde las manos. A Derrick le encanta jugar con las perchas, comer y mirar las luces del techo. Pero, sentado ante el teclado con Anna, parecía tener mucho que decir. Sus mensajes, simples al principio, mejoraron en poco tiempo. Anna le trajo libros y leía, según ella, diez páginas por minuto.
Por extraño que parezca, durante el primer año, John y su madre no cuestionaron el método. John lo justifica por el enorme deseo de creer que su hermano podía realmente comunicarse y en las nada desdeñables habilidades de Anna para argumentar sobre la discapacidad.
Pero, a principios de 2011, John ya sospechaba que algo no iba bien. Un problema era que la comunicación facilitada nunca funcionó con su madre o con él. Pasaron horas entrenando, pero con ellos Derrick no escribía. Anna les decía: «Tenéis que seguir practicando. Derrick prefiere 'facilitar' a algunas personas más que a otras».
Otras cosas también resultaban extrañas. Derrick escribió con Anna que no le gustaba la música góspel (dijo que prefería la clásica), pero John sabía que a su hermano le encantaba balancearse en la iglesia, haciendo lo que llamaban el 'baile Stevie Wonder'. Derrick también escribió, a través de Anna, que le gustaba el vino... y de una marca concreta. Pero Derrick nunca mostró interés en beber vino.
Mientras tanto, la relación de Anna y Derrick había tomado singulares derroteros. Derrick fue invitado por la madre de Anna a participar en una conferencia de la Sociedad de Estudios para la Discapacidad en Filadelfia. Durante seis semanas trabajaron juntos en su presentación, un ensayo de una página, que Derrick escribió con el apoyo de Anna. Aquello, dice ella, los unió más. Un hombre del que se había dicho que tenía la capacidad mental de un niño daba conferencias y asistía a clases universitarias. «¿Sabes cuando conoces a alguien que es atractivo físicamente y luego descubres que tiene una personalidad tan horrible que ya no te parece atractivo? Funciona igual a la inversa –dijo Anna en el tribunal–. Si alguien tiene una mente interesante y un buen corazón, es transformador. Se nota y amas a la persona. Y te encanta estar cerca de ellos y el cuerpo en el que están porque ese es el cuerpo que tienen».
En marzo de 2011, Anna llevó a Derrick a la universidad para hablar sobre sus discapacidades. Los estudiantes le preguntaron: «¿Te gustaría tener una relación romántica?» .«Quiero eso más que nada –respondió Derrick–. Pero no sé si eso es posible para personas con discapacidades como la mía». Ese fue el momento en que Anna, según testificó, quiso decirle: «Puedes tener eso. Te quiero». Se lo dijo a Derrick una semana más tarde. «Yo también te quiero», escribió él. Y agregó: «¿Y ahora qué?».
Después de una larga conversación sobre su relación y algún beso, Derrick escribió: «¿Crees que es posible, con mi parálisis cerebral, que hagamos el amor?». El domingo siguiente, mientras la madre de Derrick estaba en la iglesia, se acostaron en la cama de Derrick con intención de tener sexo, pero él escribió que se sentía abrumado. «Mira, lo que sea que vayamos a hacer, tú estableces el ritmo –le dijo ella–. Sin presión». Luego, a petición suya, dijo, le bajó los pantalones, le aflojó el pañal y le practicó sexo oral.
Una semana más tarde, cuenta Anna, intentaron tener relaciones sexuales en la oficina de la profesora, sobre una colchoneta. No funcionó, pero el domingo siguiente en el mismo lugar finalmente sucedió. Pasaron unas horas desde que se desnudaron hasta la culminación, explicó ella. Cuando terminaron, según ella, él escribió: «Me siento vivo por primera vez en mi vida».
Anna contó que Derrick era la única persona con la que había estado, aparte de Roger, su marido, quien dijo en el juicio que él no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que «los fiscales golpearon la puerta» para registrar la casa. Pero luego fue el más duro con Anna al definirla ante el tribunal como «una mentirosa patológica y una narcisista».
La madre y el hermano de Derrick le prohibieron a Anna verlo en cuanto supieron lo de su 'enamoramiento' y dejaron de responder a sus insistentes llamadas. Y Anna se desesperó. Una noche se presentó en la casa de Derrick para hablar con su madre cara a cara. «¿Sobre qué?», dijo Daisy.
Anna prometió firmar una declaración formal para decir que dejaría a su marido y se casaría con Derrick. «Anna, vete a casa con tus hijos», se limitó a responder Daisy. A principios de agosto, Anna decidió esquivar a la familia y escribió un correo electrónico al director del centro de día al que acudía Derrick y le preguntó si podía visitarlo sin que ellos lo supieran porque «la familia no siempre sabe lo que es mejor». El director llamó a la familia de inmediato. John y su madre no se habían planteado tomar medidas judiciales, pero entonces decidieron actuar. John informó a la decana de la Facultad de Rutgers, donde Anna trabajaba, de que estaba acosando a su familia. Además de contar los abusos sexuales, se expresó en términos de justicia racial: «Su insinuación de que mi madre y yo no sabemos qué es mejor para Derrick es insultante y se apoya en las suposiciones raciales sobre la capacidad de los padres negros para criar a sus hijos». Acusó a Anna de convertirse en su propia peor pesadilla.
A mediados de agosto, la familia de Derrick acudió a la Policía, y cuando Daisy, la madre, habló con Anna por última vez, el 22 de agosto, grabaron la llamada telefónica para dejar registro de las relaciones sexuales.
Anna Stubblefield fue juzgada por dos cargos de agresión sexual agravada. El fiscal argumentó que Derrick era incapaz de dar su consentimiento al sexo o físicamente impotente para resistirlo, y que Anna lo sabía o debería saberlo. Derrick fue a la sala del tribunal solo una vez, presentado por el fiscal como una «prueba demostrativa». Su madre lo acompañó por el pasillo hacia el jurado mientras su cabeza se retorcía y sus ojos parecían centrarse en las luces del techo. Si Derrick llegó a ver a Anna en la sala, no reaccionó.
La defensa quiso llamar a varios expertos en comunicación facilitada. Pero la jueza dictaminó que ese método no pasaba la prueba de evidencia científica de Nueva Jersey y no lo admitió. El 2 de octubre de 2015, el jurado declaró a Anna culpable. La condenaron a 12 años de prisión por cada uno de los dos cargos. Pero dos años después se admitió el recurso de apelación de Anna y se revocó su condena. El nuevo tribunal determinó que la jueza debía haber aceptado escuchar los testimonios relacionados con la comunicación facilitada. Stubblefield llegó a un acuerdo de culpabilidad por un cargo menor y salió de prisión. Ahora tiene un teletrabajo, aunque no puede ejercer como profesora.
Derrick, que ahora tiene 40 años, sigue viviendo con su madre. Dice Daisy que le molesta que hayan cuestionado su capacidad como madre y aún más que algunos digan que, al fin y al cabo, no ha habido consecuencias. Sí las ha habido, dice. Derrick ha tenido que tomar medicación para evitar que se masturbe, o lo intente, compulsivamente, algo que no había ocurrido hasta entonces. Pero sobre todo cree que debe ser una lección para todos: querer a Derrick como es, por lo que es; no pretender que sea otro.