Ha encarcelado al 'Chapo' Guzmán y ahora juzga al 'Mayo' Zambada
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Ha encarcelado al 'Chapo' Guzmán y ahora juzga al 'Mayo' Zambada
Viernes, 15 de Noviembre 2024, 12:08h
Tiempo de lectura: 8 min
La sala del juez Brian Cogan, en el Distrito Este de Nueva York, parece una fortaleza. Cuatro agentes del Servicio de Marshals, con gafas oscuras y músculos imponentes, flanquean a un frágil anciano que cojea. Viste uniforme caqui de prisión, tiene el pelo largo y canoso, la barba descuidada y una nariz que delata una reciente cirugía plástica: es Ismael el Mayo Zambada, el narco más escurridizo de México, capturado tras cincuenta años burlando a la Justicia.
La sala está repleta de agentes y de periodistas, aunque está prohibido tomar imágenes. El Mayo se aferra a un audífono para seguir la traducción mientras el juez Cogan –que ya condenó a cadena perpetua por narcotráfico a su compinche Joaquín el Chapo Guzmán y a 38 años a Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública de México– le informa de que podría enfrentarse a la pena de muerte. El Mayo Zambada hace una mueca, desconcertado. Los comentaristas dicen que es la misma sonrisa de incredulidad que tenía el Chapo al escuchar su sentencia. El destino del último capo de la vieja guardia, el 'jefe de jefes', está en manos de un magistrado de 70 años al que no le tiembla el pulso. Se trata de una vista preliminar; en enero comenzará el juicio. La cabeza del juez Cogan tiene precio para los cárteles, pero él ha demostrado que es un estratega hábil, capaz de aprovechar las fracturas familiares para descabezar sus organizaciones. ¿Pero quién es Brian Cogan? ¿Y por qué los narcos lo temen como al mismísimo diablo?
Nació en Chicago en 1954. Graduado en la prestigiosa Cornell Law School en 1979, realizó una estancia de tres meses en Hong Kong. De allí regresó con un dominio más que notable del chino mandarín. Fue una de las primeras muestras de su excepcionalidad. Se curtió como abogado en el bufete Stroock & Stroock & Lavan de Nueva York. Allí se especializó en grandes litigios. Fue en 2006 cuando Cogan dio el salto a la judicatura, nombrado por el presidente George W. Bush con una aprobación abrumadora del Senado: 95 votos a favor y ninguno en contra, a pesar de su filiación republicana.
De su vida personal apenas trascienden detalles: se sabe que conoció a su esposa en el bufete... y poco más. Cogan mantiene a su familia lejos del foco, una precaución comprensible para alguien que ha juzgado tanto a terroristas de Al Qaeda como a los capos más peligrosos del narcotráfico mexicano. La discreción es también la nota dominante en su tribunal, hasta el punto de que medios como The New York Times se han quejado de su secretismo y han presentado recursos formales para acceder a información básica de los procesos, una batalla que comenzó durante el juicio del Chapo en 2018.
Aquel proceso lo lanzó al estrellato. La sala del tribunal se transformó en un búnker. Los miembros del jurado –cinco hombres y siete mujeres– permanecieron en el anonimato. La Fiscalía mantuvo a los testigos bajo protección las 24 horas. Es el sello de Cogan, que se enorgullece de haber convertido su tribunal en un santuario a prueba de amenazas.
El imperio criminal del Chapo, valorado en 14.000 millones de dólares, quedó expuesto en aquella sala: su flota de submarinos para el transporte de droga, su AK-47 chapado en oro, su pistola incrustada de diamantes… En la corte de Cogan también chocaron dos mundos: la férrea moral de un juez que presume de sus convicciones religiosas y la cultura hipermachista del narco. Salieron a la luz testimonios escalofriantes. El capo consideraba a las niñas de 13 años como «sus vitaminas porque violarlas le daba vida». Desde la primera fila, su esposa, Emma Coronel, apodada 'la Kardashian de Sinaloa', observaba impasible. Cuando el Chapo pidió al juez Cogan, como «gesto humanitario», poder abrazar a su mujer, el magistrado fue tajante: no permitiría ningún contacto físico que comprometiera la seguridad. Tras la sentencia, Guzmán desapareció varios días en las entrañas del sistema penitenciario hasta reaparecer en una prisión de máxima seguridad. Era una precaución comprensible: el hombre que se había fugado de dos prisiones mexicanas (una vez en un carrito de la lavandería, otra a través de un túnel) no podía tener la oportunidad de un último acto de escapismo.
En un mundo donde los cárteles presumen de poner y quitar presidentes, asombró la determinación de este juez. En México, sin embargo, su actuación genera controversia. «Lo más pernicioso de estos juicios es que delincuentes mexicanos están en poder de un país extranjero, y tenemos que aguantar las peroratas moralistas de un juez que linda con un franco racismo», argumenta el cronista Juan Manuel Asai, refiriéndose al reciente caso de García Luna. Cogan es alguien al que le gusta sermonear en el estrado… «Tiene usted la misma niebla en los ojos que el Chapo», le espetó al político sobornado.
La reputación de Cogan ya destacaba antes de los casos de narcotráfico: condenó a 45 años de prisión a Muhanad Mahmoud Al Farekh, un miembro de Al Qaeda, por su participación en un atentado. Pero defiende la independencia de su criterio. En 2013 emitió un polémico fallo en el que invocaba la libertad religiosa para justificar la negativa a proporcionar anticonceptivos. En 2019 hizo algo que los jueces federales rara vez se atreven: revocó el veredicto de un jurado por falta de pruebas. En 2021 rechazó un intento de los profesores de Nueva York de bloquear un mandato que requería que todos los empleados del Departamento de Educación se vacunaran contra la covid-19. En su decisión, Cogan alegó que las preocupaciones de los demandantes sobre los posibles efectos a largo plazo de las vacunas podían ser válidas, pero señaló que la vacunación era una de las herramientas «más altamente consideradas para minimizar la propagación del virus».
La eficacia de Cogan para gestionar casos mastodónticos explica en parte por qué se ha convertido en el azote judicial del narco. En el caso contra el Chapo manejó 1500 grabaciones, 10.000 páginas de documentos, más de 40 testigos… Pero sus estadísticas lo avalan: ejerce en uno de los distritos más congestionados del país: en 2013, cada juez llevaba una media de 779 casos. Cogan es el que tiene el menor número de causas civiles pendientes. «Mi secreto es el 'método vikingo': sin pausas, sin excusas, sin delegar. Cuando un documento llega a medianoche, lo leo a medianoche. Si una orden puede redactarse en dos horas, la redacto en dos horas».
Los que lo conocen destacan su compromiso. «No es el tipo de juez que deja que las cosas pasen; siempre está encima, se implica. Cree en el trabajo duro para hacer lo correcto», recuerda el abogado Alan M. Klinger. Aun así, saca tiempo para dar clases y escribir libros sobre temas legales. Y es teniente coronel de la Guardia Nacional. Patrick Petrocelli y Andrey Spektor, dos de sus antiguos asistentes judiciales, sufrieron sus maratonianas jornadas, pero también recuerdan su entusiasmo contagioso. «No quiere que le pregunten qué hacer, exige que le propongan soluciones y las defiendan». Su humor seco es legendario: cuando los abogados se quejan del ritmo frenético de trabajo, les espeta que «si querían dormir, deberían haber elegido otra profesión».
Su asistente personal, Peggy Weisberg, que lleva toda la vida con él, lo define como «una buena persona». Y confirma su adicción al trabajo: «No es raro que la luz de su despacho siga encendida cuando todos se han ido a casa». En la oficina de Cogan no hay las típicas estanterías repletas de libros jurídicos. En su lugar, un enorme mural a tamaño real, que el propio juez encargó y pagó, domina la estancia. Es un cuadro de John Trumbull. La elección no es casual. Representa el momento en que George Washington, tras la guerra de la Independencia, renuncia voluntariamente a su poder militar ante el Congreso, un gesto que asombró al mundo. Para Cogan, la obra representa una lección fundamental sobre el límite entre el poder y la tiranía: «El mayor regalo a la democracia es la contención. Que alguien tenga la autoridad para actuar no significa que deba hacerlo».
Cogan, a pesar de su fama de severo, siempre que puede, exige moderación. Durante el juicio del Chapo desarrolló lo que en su entorno llamaron 'el enfoque Ricitos de Oro': la búsqueda constante del punto exacto entre el exceso y el defecto. «Este es un caso de conspiración de drogas que involucra asesinatos, no un caso de conspiración de asesinatos que involucra drogas», sentenció cuando la Fiscalía quería presentar más de 30 homicidios atribuidos a Guzmán con todo lujo de material gráfico. Como en el cuento infantil, el juez buscaba la medida justa: ni tanta violencia que convirtiera el juicio en un espectáculo macabro ni tan poca que ocultara la brutalidad real de los cárteles.
El juicio que se avecina en enero podría desatar una tormenta perfecta. Culiacán, capital de Sinaloa, vive al borde del pánico: en sus calles se ha desatado la guerra total por ocupar el trono vacante del temido cártel local. También una de las primeras piedras de toque para la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, la mujer que dirige el destino de México. Cogan, pragmático, se concentra en atacar la hidra del narcotráfico, aunque siempre surjan nuevas cabezas.