Por qué nos quejamos tanto
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Por qué nos quejamos tanto
Quejarte te cambia el cerebroVamos a empezar este reportaje haciendo un ejercicio. Desde que ha sonado el despertador, ¿cuántas veces nos hemos quejado? Seguramente, si se pone serio con esto, se dará cuenta de que lo ha hecho más de lo que pensaba. Demos otra vuelta de tuerca al ... asunto. Pausa para el café en la oficina: ¿cuántas veces se ha quejado de algo? ¿y sus compañeros? Diversas investigaciones han confirmado que lo hacemos mucho. Concretamente una vez por minuto durante una conversación normal. ¿Sorprendido?
«La queja se ha convertido en una forma rutinaria de interacción social», describe María José García-Rubio, profesora de Ciencias de la Salud en la Universidad Internacional de Valencia y miembro del grupo de investigación Psicología y Calidad de Vida. Que si el tiempo, que si el tráfico, que si el trabajo, que si las obras... todo nos parece mal, nos molesta, nos importuna. Y no nos callamos. A la primera ocasión, lo vomitamos, a veces incluso sin venir a cuento. ¿Estamos enfermos de 'quejismo'?
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«Para muchos es inofensivo, terapéutico y hasta un desahogo emocional», prosigue comprensiva la docente. Luis Jesús Andrés, psicólogo clínico, legal y forense, añade que, «además de formar parte de nuestro comportamiento», tiene una función importante:«Nombra, estructura y externaliza una emoción concreta», algo que para algunas generaciones es todo un logro ya que de educación emocional vamos justitos.
Quejarse «descomprime», así que puede respirar tranquilo y hacerlo... pero no se pase, que hay letra pequeña. Este comportamiento tiene que venir seguido de una «actitud proactiva y de un plan de actuación». Vamos, que nos tenemos que remangar y ponernos manos a la obra, al menos figuradamente.
– ¿Y si eso no ocurre?
– Podemos caer en la autocomplacencia y en la dejación y difusión de responsabilidades a terceros
– Claro, y eso es malo, pero ¿patológico?
– Si nos dejamos llevar por el alarmismo corremos el riesgo de caer en una 'psicopatologización' arbitraria y ver algo operativo como algo perjudicial. Las quejas nos permiten mentalizarnos acerca de que algo no va bien y que ha de ser resuelto. Es una herramienta de autovalidación emocional que permite una conexión experiencial con los demás.
60 veces
nos quejamos durante una hora, según los estudios
El problema de quejarnos, por tanto, no es cuánto, sino cómo. «Es complicado establecer cuándo se ha transgredido la línea roja imaginaria, tanto cuantitativamente como el momento concreto», insiste Andrés. Otra cosa es ver qué nos ocurre cuando nos quejamos. En el plano mental, pero también en el físico, porque nos cambia el cerebro. «Todavía es un campo de investigación pionero y se necesitan más estudios», reconoce García-Rubio, pero ya se ha demostrado que hay ciertas transformaciones.
Nuestro cerebro está diseñado para identificar amenazas y problemas por pura supervivencia. Hace miles de años esto era imprescindible para no morir. Ahora no tanto, pero no hemos perdido esta habilidad porque también nos ayuda: si vemos un lobo o un oso nuestro primer impulso no será ir a tocarlo, huiremos para que no nos ataque. Si oímos un claxon y estamos cruzando, también nos obligará a buscar refugio en lugar seguro. «Se llama sesgo de negatividad», indica la experta, y es también lo que nos hace ver lo malo... otra cosa que ya no es tanto su responsabilidad es que solo nos focalicemos en ello.
Cuando nos quejamos, nuestro cerebro tira de ese sesgo y experimenta algunas transformaciones. Una investigación de la Universidad de Stanford muestra que quejarse encoge el hipocampo, un área muy relacionada con los procesos de aprendizaje y memoria. Y esto puede acabar generándonos a largo plazo dificultades para resolver problemas y en la función cognitiva.
Luis Jesús Andrés
Psicólogo
Según el psicólogo Andrés, cuando de tanto quejarnos nuestra percepción y capacidad se ve afectada hay que echar el freno. Debemos evitar a toda costa «vernos sumergidos en una corriente de resignación que puede ser muy incapacitante al orientarnos hacia la inacción». Ahí está la línea roja. Quejarnos sí, pero no asentarnos definitivamente en la queja y esperar que la solución a nuestro males venga del cielo, sin mover ni un pelo del bigote, no.
Si a estas alturas del reportaje se siente identificado y hasta preocupado por lo que está leyendo, tranquilo, ni se mese los cabellos ni tire la toalla y mande todo a pastar. Si quiere dejar de ser una de esas personas que se queja más que habla y que, además, se siente mal, hay salida.
«Las personas que se instalan en la externalización de la responsabilidad y llegan a interiorizar un discurso que le sitúa en la victimización pueden si no reconvertirse, sí regular la intensidad de la situación», precisa el experto. «Ahora bien, hace falta compromiso personal e intransferible del interesado». Al final, quejarnos es un hábito y para quitarlo tenemos que instalar otro nuevo.
Ser quejica te enferma, pero, además, también enferma a los demás. Y no hablamos solo de que se molesten. Les estamos generando estrés. Según estudios hechos con ratones, estas situaciones provocan daños en las dendritas neurales, que son algo así como los cables por los que se comunican las neuronas. Reversibles, eso sí, cuando la exposición no es continuada durante meses. Falta comprobar si funciona igual en os humanos.
Lo que sí ha demostrado una investigación del Departamento de Psicología Clínica y Biológica de la Universidad Friedrich Schiller en Alemania es que la exposición de un sujeto a estímulos emocionales negativos de otra persona, como son las quejas, provoca que el cerebro del primero sufra en la misma manera que el del segundo: experimenta las mismas reacciones emocionales.
Esto es precisamente lo que explica que si nos quejamos mucho, algunos de nuestro círculo nos eviten. Y también supone un toque de atención para nosotros si la situación es a la inversa:elúdala. No es que sea mala persona, está cuidando de su salud.
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