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Blanca Llamazares y Juan Rodríguez junto al retrato proyectado de su hija asesinada. ALBERTO MINGUEZA
«Tres meses después del asesinato de mi hija, solo tenemos silencio»
Muerte de Teresa Rodríguez

«Tres meses después del asesinato de mi hija, solo tenemos silencio»

Los padres de la enfermera vallisoletana, fallecida tras ser acuchillada por su expareja, reclaman a las autoridades españolas que «se impliquen» y medien en Bruselas para que «no se olvide» el crimen

M. J. PASCUAL

Valladolid

Miércoles, 11 de enero 2023, 11:16

Poco antes de las nueve de esa noche que les iba a cambiar la vida para siempre, llamaron al interfono. Era la policía, y lo primero que se le pasó por la cabeza a Blanca Llamazares es que su hijo se habría vuelto a dejar otra vez la moto aparcada varios días en cualquier sitio. Cuando abrió la puerta, los dos agentes que se identificaron eran de Interpol. «¿Son ustedes los padres de Teresa, su hija residía en Bélgica? Y les entregaron un trozo de papel con un teléfono escrito a mano. «Insistían en que llamara a ese número, pero yo intentaba llamar a mi hija, no encontraba el signo más… Claro, no me contestó».

La madre apenas podía reaccionar, estaba en shock. «Señora, la han asesinado», le dijeron finalmente. El recuerdo de aquella noche del 27 de octubre en la que empezó la pesadilla en la que está inmersa la familia desde hace casi tres meses flota como un holograma en la consulta de la doctora Llamazares. «Nos dijeron que lo mejor es que fuéramos allí cuanto antes, fue una locura buscar pasajes a esa hora para Juan y para mí, hubo que avisar a sus compañeros, que le habían organizado una comida por la jubilación para el día siguiente…». La familia y los compañeros del padre de Teresa, Juan Rodríguez, desde el último funcionario del Ayuntamiento hasta el alcalde, se movilizaron en su ayuda y cuando bajaron del avión, el cónsul les estaba esperando. «Estamos muy agradecidos porque él nos facilitó mucho las cosas, nos acompañó a la Policía y nos ofreció buenos consejos. Uno de ellos, que lo mejor era la incineración, porque la expatriación del cadáver podría llevar un trámite muy largo. Así lo hicimos. Volvimos en tres días con las cenizas de mi hija».

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Blanca, que se formó como homeópata en Francia, nunca pensó que su dominio del idioma francés le iba a ser útil en el trago más amargo de su vida. Así pudo conocer de primera mano, por un contacto con la oficina de asistencia a las víctimas de delitos, que el exnovio y presunto asesino de su hija, César A., de 24 años, quien supuestamente habría saltado desde la ventana de la buhardilla del quinto piso del edificio en el que residía la joven tras cometer el crimen, había sido trasladado a una prisión belga «medicalizada» semanas después de su detención. A día de hoy, es todo lo que se sabe del estado del guardia civil en prácticas y de su situación procesal. Al parecer, el joven permanece «mudo» desde entonces, pues se ha negado a declarar.

Tampoco ha sido aclarado si el presunto homicida saltó por la ventana con intención de acabar con su vida ante la magnitud de lo que había hecho o en un intento de escapar, si llevaba el cuchillo encima o si lo cogió de la cocina del apartamento. Apenas hay respuestas a los porqués y desde el principio se han producido informaciones contradictorias, como la gravedad de las lesiones que presentaba César A. Las investigaciones del caso en Bélgica, país que no contempla el delito de violencia de género, están aún bajo secreto de sumario y no se espera que las diligencias del caso concluyan pronto. Los procedimientos penales allí llevan una media de tramitación de dos años.

«¿A qué va César?»

Teresa, de 23 años, muy vital y enamorada de su profesión, llevaba apenas cinco meses trabajando en un hospital belga. Eligió especializarse en enfermería oncológica porque su padre está transplantado de médula y le decía: «Papá, yo en dos años soy tu enfermera y te cuido». Residía en una calle peatonal muy concurrida del centro de la ciudad, la Rue du Marché Au Charbon (Kolenmarkt, 38), aunque su apartamento daba a un pequeño callejón. Allí vivía la joven enfermera con otra compañera de piso, que fatalmente aquel día no estaba en la ciudad porque su abuela había fallecido y acudió al funeral. Así que la joven vallisoletana estaba sola cuando su exnovio decidió visitarla. «¿A qué va César?», recuerda Blanca que le preguntó a su hija, pues ya sabía que ellos no estaban juntos. «Ay mamá. Que antigua eres. Podemos ser amigos, ¿no?», le replicaba la joven, que había decidido semanas atrás dejar la relación. Cuando pronuncia lo de «antigua», a la madre un sollozo se le queda atorado en la garganta. No es la única señal de dolor, rabia e impotencia que salpica esta conversación a la que accede, erigida a su pesar en portavoz de toda la familia, tan solo con un objetivo: que no caiga en el olvido el asesinato de su hija y que las autoridades se impliquen porque, aunque el crimen haya ocurrido en otro país y la competencia de la investigación recaiga en la policía belga, los dos protagonistas de esta tragedia son españoles.

A día de hoy, nada se sabe de la realidad de la gravedad de las lesiones sufridas por el guardia civil en prácticas tras saltar desde la buhardilla y tampoco de su situación procesalv

«Aprovechando el viaje, llegué a encargar a César que me trajera unos medicamentos que necesitaban unos pacientes míos», se lamenta. Había visto unas cuantas veces al novio de su hija, «que iba siempre como un pincel» y que, en ningún modo parecía ser una persona violenta o desequilibrada. «Hacían una gran pareja, decía la abuela, y ya ves». Incluso le invitaron a una celebración en el molino que es centro de reunión de varias generaciones, aunque la familia de Teresa no llegó a conocer personalmente a la de César, cuyo padre y sus dos hermanos (son trillizos) pertenecen al cuerpo de la Guardia Civil y están en activo.

Por no saber, los padres de la joven no saben tan siquiera si quien dio la voz de alarma de que algo malo ocurría en la buhardilla ese jueves 27 de octubre fue un vecino. Para mayor desesperación, indica Blanca, la comisaría de policía está situada a escasos metros del inmueble en que sucedió todo. El apartamento todavía tiene los precintos policiales y no se puede entrar, pues las diligencias continúan. Están a la espera de que el letrado de la familia -han decidido ejercer la acusación particular- pueda tener acceso al contenido del sumario cuando la instructora levante el secreto y también de que les permitan entrar en el domicilio para recoger las pertenencias de Teresa. «Entonces solo nos dieron los pendientes que llevaba y su bolso, con las tarjetas y parte de su documentación. Eso es todo».

En la intimidad del hogar familiar, la madre ha levantado un altarcillo con la fotografía y allí se custodian las cenizas de su 'Teresina'. Angustiada por la falta de información sobre el caso, el mutismo institucional, el paso de los días sin respuesta y en pleno proceso de duelo, solo pide que «no se olviden de mi hija».

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