Secciones
Servicios
Destacamos
«Si pones cosas raras te crucifico». A pesar del caos que le rodea la hermana Clara no ha perdido el sentido del humor. La joven novicia pertenece a la orden de las Siervas del Hogar de la Madre, que cuenta con siete comunidades en ... España. Ella depende de la de Valencia y junto a otras 50 monjas de Alcalá de Henares (Madrid) y Belmonte (Cuenca) forman parte del batallón de voluntarios que están arrimando el hombro en medio de la catástrofe de Paiporta, epicentro de la DANA. Desde el primer momento, las infatigables religiosas se pusieron manos a la obra en las tareas de limpieza, ayudando a sacar barro de locales y viviendas y repartiendo víveres, y desde el pasado domingo compaginan esta faena con una misión más espiritual.
«Les hemos pedido que salgan a recorrer el pueblo para no cubrir solo las necesidades básicas materiales, sino también el tema emocional, psicológico y espiritual. Es una forma de extender nuestro abrazo», dice el párroco de la iglesia de San Ramón de Paiporta, Salvador Romero.
Y bajo ese mandamiento la hermana Clara, a la que acompaña la hermana Beatriz, ambas de 25 años, camina resuelta por las calles de Paiporta abriéndose paso con sus botas de agua y enfundada en su hábito de color azul, «el mono de trabajo», precisa, para distinguirlo del blanco, el color habitual de la congregación. Ambas van al encuentro de voluntarios a quienes preguntan cómo se encuentran o en qué les pueden ayudar, ofreciéndoles rosarios «bendecidos», una 'herramienta' que llama poderosamente la atención entre el desfile de palas, cepillos y escobones que pueblan los escenarios de esta zona cero de la DANA.
Noticias relacionadas
Los rosarios que portan amarrados a la muñeca son muy sencillos. Están hechos de plástico (suelen ser de madera o de plata) con su cruz, su medalla y sus 59 cuentas. Los reparten junto a una estampita de la Virgen de los Desamparados, la patrona de Valencia, con una oración a la Mare de Déu en el reverso, y una guía para rezar el santo y largo rosario con todos los pasos de sus misterios.
A veces les 'asaltan' en plena calle y les reclaman uno antes siquiera de que ellas se den cuenta. «¿Me das un rosario?», les preguntan. Algunos voluntarios, los más jóvenes, casi se los quitan de las manos para sus abuelas, otros les dicen que son para ellos, pero cuando las monjas les gritan entre el ruido de las sirenas de las Emergencias si lo saben rezar y empiezan a rebuscar en los bolsillos para entregarles la guía, los chavales ya se han alejado lo suficiente como para perderlos de vista entre el trasiego de voluntarios, policías, militares, bomberos y operarios que vienen y van.
Las religiosas no planifican su ruta, sino que se dejan llevar «y el Señor nos va poniendo a unos y otros en el camino». Las dos siervas del Hogar de la Madre dicen sentirse reconfortadas al repartir un símbolo de «consuelo y esperanza», y creen que la tragedia de Valencia quizá sirva para reflexionar «sobre el escaso valor de las cosas materiales» tras una DANA que ha dejado al menos 214 fallecidos.
«Mucha gente lo ha perdido todo, pero ha salvado la vida y nosotras les recordamos la presencia de Dios», cuenta Clara, que ya ha hecho sus primeros votos, aunque aún no ha concluido su proceso de formación para hacer su profesión perpetua. «Hacemos de la tele mi dios, del sofá mi dios, del móvil y de la casa mi dios, pero eso ya no existe, eso se muere. Sin el verdadero Dios mucha gente pierde la esperanza», reflexiona.
Un poco más adelante, cerca de la parroquia de San Ramón, de Paiporta, escenario de un «milagro» del que se sigue corriendo la voz, las novicias Andrea y Miriam no paran de repartir rosarios mientras a su alrededor un ejército de manos se afanan en limpiar el lodo. «La gente se para, nos ve los rosarios que llevamos colgados de la mano y nos pide uno», dice Miriam embutida en un hábito de tela vaquera moteado de manchas de barro.
Aseguran que no llevan la cuenta de todos los que han repartido este domingo. «Uff, muchos, muchos», exclaman y llaman la atención del periodista sobre los gestos «increíbles» de caridad y humanidad que se están encontrando en las calles. «Ves que a la gente no le mueve ningún interés más que el de ayudar. Ven al otro como a un hermano que necesita ayuda y salen a su encuentro, ¿no es maravilloso?», se congratula Andrea mientras un chaval que podría tener su edad le reclama un rosario. «¿Lo sabes rezar?», le pregunta. «Toma, llévate una estampita con las instrucciones», le dice mientras el joven veinteañero se enrosca el rosario de plástico en la muñeca antes de perderse entre la multitud consagrado a la limpieza de Paiporta.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.