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Octavio Igea y Alba Peláez
Miércoles, 15 de mayo 2024, 08:55
El caso de las clarisas de Orduña y Belorado está adquiriendo tintes novelescos propios de cualquier best seller sobre intrigas eclesiásticas. Solo que la Pía Unión de San Pablo Apostol, esa corriente contraria al Concilio Vaticano II que la Iglesia calificó ayer mismo como «secta», ... no es una ficción creada por Umberto Eco o Dan Brown. Su fundador, el 'obispo' Pablo de Rojas, ha desembarcado en Burgos para escenificar su apoyo y unirse a las monjas de clausura que han roto con Roma y le han prometido fidelidad mientras esperan a saber qué les deparará el futuro tras su reacción ante la fallida operación inmobiliaria por la que querían adquirir el convento orduñés de Santa Clara.
Las religiosas temen ser expulsadas de la orden de las clarisas y del propio monasterio de Belorado en el que se han encerrado a cal y canto. El arzobispo de Burgos, Mario Iceta, llamó ayer al diálogo y aseguró que la Iglesia no tomará «decisiones drásticas», pero de puertas para adentro la abadesa sor Isabel de la Trinidad «no coge el teléfono». También ha ordenado que, por ahora, dejen de celebrarse misas públicas y que no haya venta directa de sus afamados dulces. 'On line', sí. 'On line', todo lo que se quiera. «Tienen más encargos por todo lo que está ocurriendo».
La persona que explicó que el monasterio de las clarisas de Belorado está a tope de trabajo fue el portavoz de Pablo Rojas. «Los padres han venido a apoyar a sus hijas», proclamaba anoche a las puertas del convento en una ronda de entrevistas televisivas. Pidió ser llamado «Don José» Ceacero, pero en una vida anterior fue simplemente Fran. Y esta sí que no se le hubiera ocurrido a ningún escritor de éxito: antes que 'sacerdote' de la Pía Unión de San Pablo Apostol Ceacero fue presidente de la asociación de barmans de Vizcaya. Lo dejó por la religión.
En el trasfondo de este terremoto religioso, por el que se atribuye a las monjas un delito canónico de cisma que puede suponer su excomunión, aparece la fallida operación inmobiliaria de Orduña. Intentemos explicarlo en pocas palabras. El grupo de clarisas residió varios años en un monasterio de Derio que vaciaron en 2020, cuando mostraron su interés por comprar el convento de Orduña, que llevaba dos décadas vacío. Pertenece a la misma orden así que debía ser una negociación meramente económica. La compraventa se cifró en 1,2 millones y las clarisas 'compradoras' aportaron una entrada de 100.000 euros. Se comprometieron a abonar el resto poniendo a la venta el inmueble de Derio y a realizar un pago trimestral de 75.000 hasta completar la cantidad pactada.
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El contrato fue formalizado y las clarisas empezaron a vivir a caballo entre Belorado, histórico monasterio de la congregación, y Orduña, donde se ubicó un grupo «flotante» de tres o cuatro religiosas. Hasta abril no habían realizado ninguno de los abonos pactados y, según reveló ayer Iceta, antiguo obispo de Bilbao, nunca han pedido permiso a Roma para poner en venta el inmueble de Derio. La necesitan para operaciones superiores al millón de euros. Así las cosas la abadesa notificó en abril que contaba con un mecenas anónimo dispuesto a aportar todo el dinero para comprar Orduña y a ceder el uso al grupo de clarisas. Su reiterada negativa a revelar el nombre de benefactor, que ahora parece bastante claro, hizo que las clarisas 'vendedoras' rompieran el acuerdo.
«Bien hecho, gracias a Dios que se hizo porque si no ahora el edificio pertenecería a la secta del Pablo ese», dijo ayer Manuel Gómez-Tavira, vicario del Obispado de Vitoria al que pertenece la zona de Orduña. También culpó de lo ocurrido a la «ambición y ansia de poder» de sor Isabel de la Trinidad, la abadesa, cuyo mandato expira a finales de mes sin posibilidad de extensión. Sea como fuere, las clarisas 'compradoras' abandonaron Orduña en plenas fiestas de 'ochomayos' y ahora, aparte de romper con la Iglesia, piden una indemnización de 1,6 millones por los arreglos que han hecho en el inmueble de Santa Clara y otro 30% por daños y perjuicios.
El Arzobispado de Burgos intenta saber antes que nada si la decisión expresada por la abadesa representa a toda la congregación. «No nos consta que las quince estén de acuerdo porque solo hemos visto una firma» en el comunicado de 70 páginas con el que desataron la tormenta el lunes. Ayer abandonó el monasterio de Belorado una religiosa de 80 años disconforme con la situación. Las clarisas aguantan el chaparrón entre las cuatro paredes de su residencia burgalesa y sin mucha gana de miradas extrañas. Desde su clausura la única llamada conocida las últimas horas fue a la Guardia Civil pidiendo que se despejara de periodistas el entorno del monasterio.
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