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Desde este mismo mes hay un nuevo insecto que se puede consumir legalmente en España: el escarabajo del estiércol. Junto al grillo doméstico en polvo, acaba de ser declarado comestible por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el organismo que asesora a la UE ... sobre los riesgos relacionados con los alimentos. No habrá, seguro, colas en los supermercados para llevar a la mesa alguno de estos invertebrados, pero no estamos tan lejos de que estos y otros 'bichos' ya autorizados (el gusano de la harina, la langosta migratoria, la abeja, el saltamontes y el propio grillo doméstico entero) se empiecen a introducir en nuestra dieta, como aperitivo, o en productos enriquecidos con ellos, como barritas de cereales, galletas, pastas o congelados.
Una gran mayoría de españoles no ha probado jamás insectos ni los introduciría en su dieta, y sin embargo los ven como un alimento con futuro. ¿La razón? Su alto contenido proteico y por ser un producto muy sostenible. También admiten que de consumirlos preferirían hacerlo en harina y no de 'cuerpo entero', que da más «asco». Así lo revela una encuesta sobre el consumo de este bocado impulsada por investigadoras de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
El estudio resalta los efectos positivos del consumo de insectos sobre la salud, por sus propiedades nutritivas y sus grasas 'buenas', y también por su sostenibilidad, ya que su producción resulta mucho más barata que la del ganado, y más ecológica. Por eso «podría ser una estrategia válida para mejorar la seguridad alimentaria global«, señala Marta Ros (Barcelona, 39 años), que junto a Anna Bach y Alicia Aguilar, las tres profesoras de la UOC, ha elaborado el estudio, que ha sido publicado en la revista científica 'International Journal of Environmental Research and Public Health'.
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José Antonio Guerrero
La encuesta, basada en las respuestas de 1.034 participantes, revela que seis de cada diez (el 58%) ven los insectos como un alimento alternativo y sostenible para el futuro, pese a que una inmensa mayoría (el 86%) nunca los ha probado, frente al 13% que sí lo ha hecho. La principal razón que apuntan para no hacerlo es el asco (38%), seguida por la carencia de hábito (15%), las dudas sobre su seguridad alimentaria (9%) o las razones culturales (6%).
La reticencia a comer insectos también se pone de manifiesto cuando a los encuestados se les plantea si estarían dispuestos a incluirlos en su dieta habitual. Solo un 16% responde que sí, mientras que un 82% asegura que no lo haría. También una mayoría (el 71%), asegura que no cocinaría insectos en casa, mientras que un 28% contesta afirmativamente.
A pesar del rechazo, la mitad de las personas encuestadas piensa que disponer de información sobre el potencial que tienen los insectos como alimento sostenible alentaría a consumirlos, y en este sentido, una mayoría indica que la manera en la que puedan ser preparados es importante a la hora de atraer a los consumidores. Un 70% declara que una preparación de modo que la forma natural del insecto no se pueda ver haría que su consumo fuera más agradable. De manera muy mayoritaria, los encuestados opinan que el formato en harina sería el más interesante, seguido por el de galletas o barritas.
Las autoras del estudio destacan que los hombres se muestran más abiertos a consumir insectos que las mujeres, y también se ha puesto de relieve que el grupo de edad más receptivo a probarlos no son, como se podría pensar, los jóvenes sino las personas de 40 a 59 años.
Las investigadoras destacan los efectos positivos del consumo de insectos para la salud en animales y humanos. «En animales, los estudios muestran resultados positivos en el control del peso, reducción de los niveles de glucosa en sangre y de colesterol, y aumento en la diversidad de la microbiota», señalan. Además, los insectos comestibles son ricos en ácidos grasos poliinsaturados (como los Omega-3). En estudios en humanos, los insectos comestibles «han demostrado mejorar la salud intestinal, reducir la inflamación sistémica y aumentar las concentraciones sanguíneas de aminoácidos», indica Marta Ros, que ha probado el gusano de la harina y el grillo, cuyo sabor le recuerda, dice, al de los «frutos secos tostados». Y comenta que, en otras culturas, si les sirven caracoles de tapa en un bar, salen corriendo. «Y aquí nos los comemos». Hay mucho tabú alimentario en torno a los insectos y existen muchos obstáculos sociales y culturales para su aceptación«.
La profesora recuerda que el aumento de la población mundial va a obligar a buscar alternativas a la producción animal para la obtención de alimentos con alto contenido en proteínas. «El incremento de los costes y la creciente presión ambiental en la agricultura y la ganadería nos abocan a encontrar otras opciones». Y cree que el uso de insectos como alimento podría reunir estas demandas «y demostrar ser una estrategia válida para mejorar la seguridad alimentaria global».
De hecho su cría consume menos recursos que un cerdo, una vaca o una gallina, se emplea menos agua y se necesita menos espacio físico. Y los gases de efecto invernadero son muy inferiores a los que generan otros animales. En comparación con la producción de carne de vacuno, la de insectos origina un 95% menos de estos gases y un 62% menos de energía.
La FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, recomienda la entomofagia (o la ingestión de insectos como alimento) porque puede ser una alternativa sostenible y respetuosa con el medio ambiente, además de una importante fuente de proteínas. Ante las amenazas del cambio climático, la persistencia del hambre global y el crecimiento de una población mundial que podría alcanzar los 9.000 millones de personas en 2050, la FAO busca en los 'bichos' fuentes alternativas de alimentos. Según datos de la organización, ya hay al menos unos 2.000 millones de personas que complementan su dieta con este tipo de alimento y son más de 1.900 las especies de insectos que se consideran comestibles. De hecho, su consumo era una práctica común entre nuestros ancestros, desde China hasta el Imperio romano, aunque ahora se cicunscribe a países como China, Tailandia, Japón, Colombia, México, Perú, Brasil y algunos estados africanos.
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