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Pablo Gómez, casado y con tres hijos, es de San Sebastián y tiene 46 años, pero lleva viviendo en Italia 17. Llega a Santa María la Mayor ... en una Yamaha XMax, con la que sube y baja del Gianícolo, una zona residencial no apta para todos los bolsillos. Directivo de un estudio de arquitectura, es un fan absoluto de Francisco, que le recibió el noviembre pasado en audiencia la semana antes de casarse con Federica. Para hacerlo, Pablo había tenido que superar una batalla legal de 6 años para lograr la nulidad de un matrimonio anterior.
«Cuando el Papa nos recibió y le conté mi experiencia, me bendijo mirándome a los ojos, todo comprensión y empatía -comenta a este periodista-. Supe entonces que aquel hombre era distinto, que no me juzgaba. Aquello duró 41 segundos, pero salí de allí pensando que muy a gusto me tomaría con él un gin tonic. O los que hicieran falta».
«Fue un hombre valiente y al mismo tiempo conciliador, alejado de la actitud agresiva que se espera de un negociador. Me hacen gracia todos esos que decían que un Papa no se puede meter en política. ¡Puede y debe! Porque política es todo, sus discursos hablaban de las almas cuando lo hacía del carbón o del calentamiento climático, de la inmigración, de la homosexualidad... La suya no era un posición fácil, siempre contra las cuerdas, constantemente sometido a presiones internas. Un Papa que diga ¿quién soy yo para juzgar a un homosexual? es un punto de inflexión. Sólo alguien así, capaz de generar un debate constructivo, puede rescatar a la Iglesia de esa atmósfera deprimente. Con su ejemplo, Francisco te estaba diciendo que ser cristiano no es una carga, es una gran suerte».
Hay agitación en la nave de la izquierda. Se ha formado una cola alrededor de un tablero de madera detrás del que trabajan unos albañiles. La gente mira por una rendija y no da crédito: el mausoleo del Pontífice ocupará una pared sin el boato de cuanto la rodea, sencilla hasta decir basta. Lo decidió así Francisco en vida, según relataba el vaticanista español Javier Martínez-Brocal en su libro 'El sucesor' (Planeta Testimonio, 2024). «Justo después de la escultura de la Reina de la Paz (la Virgen) hay un pequeño recinto, una puerta que da a un cuarto que usaban para guardar los candelabros. Lo vi y pensé: 'Ese es el lugar'. Y ya está preparado ahí el lugar de la sepultura. Me han confirmado que ya está listo».
El caso es que dos días antes del funeral siguen trabajando allí. Francisco parece empeñado en no defraudar a sus incondicionales ni después de muerto. A Pablo no le extraña lo que ve. «Ha llevado su humildad hasta la muerte, qué esperas si no de un hombre que ha combatido las castas sociales. ¿Y menudo toro tenía por delante! Fijate en la pederastia, ese cáncer te entra en casa y revienta todo lo que quieres construir». ¿Qué vendrá luego? «Chi lo sa. Algunos de los papables hasta me dan miedo, ojalá quien venga no anule todo lo ganado, reivindicando ese cristianismo de la disciplina que ya no motiva a nadie. Lo que hace falta es gente que nos convenza de que ser cristiano está muy bien. Quizá yo mi vida no la pueda alargar, pero sí ensanchar».
Pero pese a las fuerzas en liza, Pablo es optimista. «Mira, yo no veo lo ocurrido con tristeza. Lo que el Papa ha hecho es tan positivo que miro al futuro con esperanza. Por supuesto que la Iglesia no es perfecta, que hay muchas cosas que cambiar. A mí, el cambio me llena de adrenalina, aunque la Iglesia no sea una empresa, pendiente siempre de los mercados y de la última moda. Ahora sólo queda que esos pasos sean adelante y no hacia atrás».
«Una batalla encarnizada»
Santa María es el templo mariano por excelencia de Roma y Francisco le tenía un cariño especial, como demuestra que viniera con un ramo de flores nada más recibir el alta en el Gemelli para ponerlo a los pies de la Virgen. La gente que inunda el templo lo hace con la lección bien aprendida. La familia Giménez, de Canals (Valencia), son «creyentes, pero no practicantes». El viaje a Roma de las hermanas Maridel y Ana y de sus hijos Pablo y Liam, obedecía a unas vacaciones, pero lo ocurrido les ha ofrecido una perspectiva añadida, más allá de la visita al Coliseo o a la Boca de la Verdad.
«Su muerte nos ha impactado, sí. Era un hombre que había demostrado mucha cintura y yo quiero que se mantenga esa mentalidad», señala Ana. «Que permitan casarse a las personas del mismo sexo, que miren por los migrantes y por los pobres, en lugar de hacerlo por ese liberalismo desbocado... Me da la impresión de que ahora toca una batalla encarnizada, entre los que que representan los nuevos aires que han entrado para ventilar la Iglesia y los que se obcecan en volver atrás. Yo tengo confianza en que los nuevos den continuidad a su legado, el de un hombre de proximidad, permisivo pero al mismo tiempo firme en sus convicciones, humilde. Y eso, en un momento convulso como el que nos ha tocado vivir, no es poco».
Francisco Utrabo y sus hijos Héctor y Alba, «madrileños de Murcia», esperan a que la madre, Miriam Tirado vuelva de fotografiar la cripta. Han hecho una videoconferencia para que la abuela vea lo que se está perdiendo. «La verdad es que no somos mucho de ir a misa, pero aquí es imposible no ver que estamos viviendo un momento histórico». Para Miriam es «un Papa del cambio, transgresor, a partir del que toca ver la Iglesia de otra manera. Se habla mucho de si respetarán su legado, pero ha quemado etapas a velocidad de vértigo y es muy difícil dar marcha atrás».
Vicente Díez, María Bruño y los peques, Vicent y Jordi, atraviesan la nave principal sin despegar los ojos del techo. Ellos también son de Valencia capital, aunque a la mujer le falta tiempo para romper una lanza por Algemesí, uno de los pueblos destrozados por la dana, donde ella trabaja como profesora. Vicente aplaude los intentos de Francisco por cambiar una Iglesia que «se había comportado hasta ahora como un freno más que como un acicate». Dice también que la sociedad se moderniza y que si la Iglesia no lo hace también, se quedará atrás». Ella se reconoce «religiosa, más que él» y se emociona cuando recuerda la estampa cubierta de barro que el párroco del colegio le hizo llegar al Papa, «que rezó por nosotros. La reconstrucción durará años, pero cuando lo has perdido todo una palabra de ánimo tiene un valor inimaginable».
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