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La atención de buena parte de los miles de visitantes -para el funeral de este sábado se esperan unas 250.000 personas- que se encuentran ... estos días en Roma se reparte entre la visita la basílica del San Pedro, donde actualmente se encuentra el cuerpo del Papa Francisco, y el templo de San María la Mayor, la iglesia donde Bergoglio expresó su deseo de ser enterrado.
Situada a 4 kilómetros del corazón del catolicismo, la basílica que acogerá los restos del Pontífice se levanta sobre el Esquilino, una de las siete legendarias colinas de la Ciudad Eterna y la más alta de todas ellas. Levantado en el siglo V como primer templo mariano del mundo, es una de las cuatro basílicas mayores. Según la tradición, la Virgen indicó e inspiró la construcción de su casa apareciéndose al Papa Liberio. Corría el año 432. La ubicación quedaría señalada por un milagro: en pleno verano, el Esquilino apareció nevado, un hecho que se conmemora cada 5 de agosto con una lluvia de pétalos blancos.
El sepulcro de Francisco se ubica en un cuarto de la nave lateral donde guardaban los candelabros. Estará entre dos confesionarios: en el primero confiesan sus pecados españoles e italianos mientras que el segundo está destinado a franceses, magiares o polacos, cada uno su hora.
Cada entrada y salida de los albañiles levanta expectación en un intento por lo demás infructuoso de acertar a ver la que será la última morada del Pontífice fallecido este lunes. Situada junto a la Capilla Paulina, que acoge el cuadro bizantino de la Virgen María Salus Populi Romani, del que él se confesaba devoto -acudía allí antes de que cada viaje y a su regreso de estos desplazamientos-, y un cámara edificada en honor a San Francisco de Asís, el hueco reservado era hasta no hace mucho, como queda dicho, un cuarto donde se guardaban los candelabros y otros objetos de culto.
Cuentan que cuando lo vio Bergoglio no tuvo duda, mostrando su expreso deseo de que descansaran allí sus restos. Hasta que llegue el momento, los curiosos forman colas para echar un vistazo por una minúscula rendija que han dejado los tablones instalados por los obreros. Francisco había expresado su deseo de simplificar el ritual para ser enterrado «como cualquier hijo de la Iglesia, con dignidad pero no sobre almohadones».
Su cuerpo, vestido con una sotana blanca, una casulla de color rojo y la mitra de obispo en la cabeza, reposará en el mismo ataúd sencillo de madera de pino en el que es expuesto en San Pedro. Esta es otra diferencia respecto al rito tradicional, según el cual el féretro constaba de tres capas: una exterior de madera de roble barnizada, una intermedia de plomo con 4 milímetros de espesor y una interior de madera de ciprés forrada de terciopelo carmesí. Le enterrarán con tres bolsas de cordobán (cuero de cabra) con las monedas de oro, plata y cobre acuñadas durante su pontificado y un resumen de su vida escrito en latín sobre un pergamino. Una vez cerrado el ataúd, se asegurará con un cordón de seda morado en la que el cardenal camarlengo imprimirá el escudo de armas del Papa.
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