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Carlos Benito, Josemi Benítez y Gonzalo de las Heras
Viernes, 21 de octubre 2022, 09:00
Da vértigo ponerse en el lugar de los padres de Aimar, imaginar esa sensación de vacío y terror al darse cuenta de que una desconocida acababa de llevarse a su hijo recién nacido. El secuestro de un bebé atenta de tal modo contra nuestra humanidad más esencial que, en cierta medida, todos compartimos este jueves una parte de esa congoja: primero fueron los propios sanitarios que ayudaron a los progenitores en su frenética búsqueda por el hospital de Basurto en Bilbao; después, por la noche, los policías entregados a un desesperante rastreo de las calles vacías; y este jueves, ya por la mañana, todos los vizcaínos que iban enterándose de lo ocurrido a través de la noticia de EL CORREO y, con el corazón en un puño, escrutaban la foto borrosa de la autora que había difundido la Ertzaintza, con la esperanza de servir de ayuda para enderezar algo tan inconcebible, tan atroz. Cuando se supo que habían encontrado a Aimar sano y salvo, fue como si un enorme suspiro de alivio brotase de Bilbao entero.
Esta es la historia de esas once horas de pesadilla, el repaso ordenado a unos hechos que, por mucho que los vayamos conociendo ya con bastante detalle, nos siguen sumiendo en un hondo desconcierto. Todo empezó a las nueve de la noche del miércoles, cuando una mujer con bata y pantalones de Osakidetza -de color blanco, como los de médicos y administrativos- entró en la habitación del pabellón Iturrizar donde descansaban Aimar y sus padres, Laura y Pedro, junto a otra pareja que también acababa de tener un bebé.
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Aimar, el segundo hijo de estos vecinos de Durango, había nacido la víspera con algo más de tres kilos y se encontraba en su cuna. La mujer explicó a la familia que debía llevarse al niño para someterlo a unas pruebas y ellos no recelaron: al fin y al cabo, solo era un trámite más en esas jornadas mareantes que rodean el parto, donde uno siempre se siente un poco desorientado. Después se averiguó que la intrusa, Mireia C. S., de 24 años y nacida en Bilbao, llevaba al menos dos horas y media intentando poner en práctica la misma estrategia en otras habitaciones de Maternidad, con otros niños como presa. En uno de estos casos, fue la abuela quien desconfió de la supuesta sanitaria, comprobó que no llevaba la correspondiente identificación e impidió que se llevase al crío.
Y, de pronto, llegó ese vértigo de sentir que el mundo se abre ante tus pies. Había sucedido lo que parecía imposible. A Laura le extrañó la tardanza, la familia se acercó a consultar al personal de Basurto y se desencadenó el caos: ¿dónde estaba el bebé y quién se lo había llevado? Nadie tenía ni idea, nadie era capaz de identificar a ese personaje que, como las brujas de los cuentos, había raptado al niño. El propio padre se convirtió en uno de los protagonistas del rastreo por todas las dependencias del hospital y también por sus alrededores: no dejaron papelera ni seto sin inspeccionar, por si acaso la secuestradora se había desprendido del bebé en algún rincón de los jardines.
Pedro, lúcido en un momento tan crítico, acudió a informar a un taxista de lo ocurrido, para que lo comunicase a través de la emisora y alertase a los compañeros que estuviesen circulando por Bilbao en esos momentos. A la vez, se avisó a la Ertzaintza, y sus patrullas y las de la Policía Municipal se pusieron a peinar la ciudad. Al cabo de unas horas, cientos de ojos vigilaban las calles en busca de una fugitiva que andaba por ahí con un recién nacido.
Las cámaras de seguridad del hospital permitieron afinar la descripción inicial que había aportado la familia. En sus tomas se veía a una mujer de complexión gruesa, con el cabello moreno y rizado recogido en una coleta o un moño y con una leve cojera. Se le calculaban unos 35 o 40 años, aunque en realidad era mucho más joven. Las imágenes la mostraban abandonando el recinto sanitario por la puerta de Capuchinos, la más cercana a la Intermodal, y con una bolsa blanca de plástico en la mano: dentro, dónde si no, debía de estar el pequeño Aimar.
Otras cámaras de vigilancia han permitido reconstruir parcialmente su itinerario. Se sabe, gracias a una de estas grabaciones, que se coló en un portal de la calle Pérez Galdós, donde se despojó del uniforme de sanitaria. Otro registro la capturó, poco después, luciendo una camiseta blanca de manga corta y unas mallas de estampado geométrico. Después acudió a la farmacia Gorostizaga de Alameda Rekalde, una de las dos que hacen guardia toda la noche, donde compró leche infantil y un biberón. La boticaria no recuerda haber visto a ningún bebé, de modo que se puede suponer que Aimar continuaba en la bolsa de plástico.
Ahí, esta historia de locos ya se había bifurcado. Por un lado, estaba la investigación, con decenas de agentes de la Ertzaintza y la Policía Municipal recorriendo el Bilbao desierto de una madrugada de jueves: a falta de datos más concretos sobre la ladrona de bebés, siempre cabía la posibilidad de que el azar los llevase a cruzarse con ella a tiempo de evitar algún drama irreparable. Los responsables de la operación llegaron a la conclusión, no muy común en nuestro sistema policial, de que resultaba conveniente dar publicidad a la imagen de la mujer que se había llevado al niño: de esa manera se recababa la colaboración ciudadana, que podía resultar imprescindible en una situación tan preocupante. A las 6.38 horas de la madrugada, la Ertzaintza difundió las fotografías, que minutos después se incluían ya en la información digital del diario EL CORREO y muy pronto se viralizaron a través de las redes sociales. Miles y miles de personas se desayunaron este jueves con el sobresalto de la noticia y salieron a la calle con el ánimo alterado y los ojos bien atentos.
¿Y qué hacía, mientras tanto, Mireia C. S.? Ahora sabemos que, después de pasar por la farmacia, acudió al domicilio de una amiga en la calle Fika, ya en el barrio de Santutxu. La mujer llevaba semanas fingiendo ante todos sus allegados que se encontraba en una fase avanzada de gestación, incluso había comprado ya ropita y complementos, de modo que, según parece, su amiga no se sorprendió mucho al verla aparecer con Aimar en brazos. Mireia le contó que acababa de dar a luz y que estaba «agotada» y se quedó allí a pasar la noche. Antes de echarse a descansar, envió a todos sus conocidos unas cuantas fotos y vídeos de 'su bebé'. Son imágenes que provocan un escalofrío cuando se conoce lo que hay detrás: la secuestradora y su amiga hacen cariños al pequeño Aimar, con su pijamita de rayas, mientras sus verdaderos padres se deshacen en dolor e incertidumbre al otro lado de la ciudad. Cuando Mireia se durmió, fue la otra mujer quien se hizo cargo del bebé: según ha relatado, se esmeró tanto en cuidar al que creía hijo de su amiga que le dio cinco biberones.
Este jueves por la mañana, se precipitaron los acontecimientos. La amiga tuvo que salir a hacer un recado y, cuando volvió, ni Mireia ni el bebé estaban ya en el piso. Los investigadores creen que, al despertarse y consultar el móvil, la secuestradora descubrió que su imagen circulaba ya por todas partes y se asustó. Se marchó del inmueble de Fika, ascendió la pronunciada cuesta de la calle Resurrección María de Azkue y -después de algún intento frustrado de acceder a otros portales- consiguió entrar en el número 26 de la calle Santutxu, una torre situada en la llamada Plaza del Carmen. Una vez allí, subió en ascensor hasta la octava planta, depositó al niño sobre el felpudo de una de las viviendas, tocó el timbre y se marchó a toda velocidad. Eran las ocho de la mañana, once horas después del rapto en Basurto.
A Alicia le extrañó mucho que alguien llamase tan temprano a la puerta de su casa. Echó un vistazo por la mirilla y no vio a nadie, pero al abrir se encontró, justo delante de sus pies, al recién nacido. Para entonces, ya había recibido varios mensajes de WhatsApp sobre lo sucedido en Basurto, así que no tuvo duda: ese pequeñuelo que todavía llevaba la pinza en el cordón umbilical era el bebé robado, el que tenía en un sinvivir a todo Bilbao. «Estaba tranquilo y le habían dado de comer. Lo ves ahí, tan indefenso... Y piensas en esos padres», comentó después la mujer, que ha trabajado como auxiliar de enfermería en una clínica ginecológica y de gobernanta en una residencia: queda la duda de si Mireia eligió su puerta por pura casualidad o si sabía de alguna manera, puesto que Alicia no la conoce de nada, que allí vivía alguien con experiencia en el cuidado de recién nacidos.
«¡Seguro que es el niño robado!», avisó Alicia a su hijo Zuhaitz, que estaba aún en la cama. El joven se levantó como impulsado por un resorte, se puso unas zapatillas y bajó a todo correr por las escaleras, para ver si daba alcance a la secuestradora. Su esfuerzo fue en vano, porque no logró dar con ella en el portal ni en las inmediaciones. Se había volatilizado otra vez. Mientras tanto, Alicia llamó al 112 y, en unos minutos, se presentaron allí una ambulancia medicalizada y varias patrullas de la Ertzaintza. En ese momento, pocas personas habría en el mundo más contentas que el inspector de la Policía autónoma que telefoneó a Pedro y Laura para comunicarles que habían recuperado a su hijo.
Los sanitarios comprobaron que el bebé se encontraba en buenas condiciones, «tranquilo y alimentado», y lo trasladaron de inmediato al hospital de Basurto. Aimar, felizmente ignorante de la desquiciada aventura que acababa de correr, volvió a los brazos de su madre, que lo contemplaba tan emocionada como si hubiese vuelto a parirlo. La consejera de Sanidad acudió a hacer una visita a la familia.
- Ha sido la mejor de las noticias que he recibido hoy -les dijo Gotzone Sagardui, haciéndose eco del alivio generalizado.
- Pues imagínate la mía -le respondió un sonriente Pedro, que se declaró «muy agradecido» con todos los que habían participado en el operativo y con los medios de comunicación.
Era un final feliz que, unas horas antes y en vista de las circunstancias, muchos habían puesto en duda. Pero quedaba un cabo por atar, ya que la secuestradora seguía en paradero desconocido. Para entonces, la Ertzaintza ya la tenía perfectamente identificada por distintas vías, incluida la amiga en cuya casa había pasado la noche, que colaboró con las autoridades tras ser informada del vínculo entre lo ocurrido en Basurto y las escenas vividas en su propio hogar. A primera hora de la mañana, Santutxu se convirtió en un hervidero de policías, que circulaban por todas las calles examinando con detenimiento la apariencia de los transeúntes. Los responsables de la operación tendieron una trampa a la fugitiva, a través de una cita con una amiga en un bar del centro del barrio, pero Mireia no llegó a presentarse.
Después de Basurto, Fika y la Plaza del Carmen, esta historia todavía iba a trasladarse a un cuarto escenario para alcanzar allí su desenlace. Alrededor de las diez y media de la mañana, unos vecinos de Zorroza alertaron de que en el Parque del Ferial había una chica con un vestido de flores que se parecía mucho a la captada por las cámaras de seguridad del hospital. Estaba en compañía de otra mujer, a la que abrazaba entre sollozos, y algunos testigos llegaron a pensar que tal vez la había abandonado su pareja. La Ertzaintza acudió al lugar y por fin arrestó a Mireia C. S., la mujer que había desencadenado las once horas de pesadilla y que, afortunadamente, solo quedará como una anécdota en la vida del pequeño Aimar.
Aimar ha nacido dos veces. El 18 de octubre, en el que vino al mundo, y ayer, jueves 20, cuando volvió a los brazos de sus padres después de ser secuestrado. «Va a tener dos cumpleaños», comentaba con cariño Pedro Castro, su padre, mientras observaba al pequeño y a Laura Valle, su mujer. Las miradas de ambos reflejaban un enorme cansancio. El generado por la noche más angustiosa para esta familia de Durango. Una pesadilla con final feliz. «Estamos contentos, pero agotados», explicaban anoche.
Pedro despertó del mal sueño del rapto a las ocho de la mañana. El inspector de la Ertzaintza que había dirigido toda la operación de búsqueda le telefoneó. El tono era distinto. «Tengo una buena noticia Pedro. Le hemos encontrado y está bien». Nunca se le olvidarán esas palabras.
«Quiero agradecer a todo el mundo que nos ha ayudado. A la persona que lo ha encontrado y llamó a la Ertzaintza, a los agentes, al personal de Basurto que nos ha arropado durante todo este...». Demasiada emoción. Demasiados sentimientos. «Y también a EL CORREO y al resto de medios por darle difusión a la noticia. Creo que gracias a todos vosotros esa mujer -por la detenida- se pudo sentir acorralada y entregó al bebé», explicaba.
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