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Iuliana Pohace conoce a Mireia C.S. desde hace aproximadamente un año: era la nueva novia de su yerno, que se había separado de su hija Mikaela. Tenían buena relación. Le parecía «buena chica», cuidaba de su nieta y eso era lo importante. «Le gustaba ... estar siempre con niños, les trataba bien, les daba chocolate. Tenía mucha paciencia con ellos», recuerda todavía conmocionada esta mujer de 46 años. «Aún no me lo creo. Es como una película de terror en la que la protagonista parece buena y luego se convierte en un diablo».
Iuliana pasó la noche más angustiosa para los padres de Aimar con el pequeño. «Estuvo todo el tiempo en mis brazos, salvo cuando tenía que ir al baño, que le dejaba un momento en una caja roja de Ikea que le pusimos de cuna. Estuvo muy bien cuidado», se enorgullece. «No lloró nada. Le di cinco biberones de 30 mililitros. Comía bastante», sonríe al acordarse. «Le di un montón de besos».
Le cambió el pañal con las primeras heces del bebé, el meconio. Y como no tenía más de recambio, «corté una toalla en cuatro y se la puse debajo del body». Mientras, Mireia descansaba, supuestamente agotada por el parto. «Nos creimos que estaba embarazada. Tenía una tripa enorme. Tengo en el móvil una ecografía suya, supongo que será falsa. Hicimos vídeos de ella tocándose la barriga cuando sentía las patadas. Había comprado ropa, chupete, cuna... Lo había planeado todo en su cabeza».
La exsuegra de su hija Mikaela la llamó el miércoles, 19 de octubre, para advertirle de que el embarazo de Mireia, de 24 años, era «ficticio, psicológico», pero ella no terminaba de creérselo. También le dijo que la joven se había ido de la casa que compartía con su novio, en Santutxu, en el que estaba empadronada. Según le contó, sus planes eran acercarse donde su madre y llamar a una ambulancia para que la trasladaran al hospital a dar a luz. Sin embargo, eso nunca se produjo.
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Como le daba «pena», Mikaela le llamó por teléfono sin éxito. Estaba apagado. Finalmente, el miércoles por la noche, cuando ya había secuestrado al bebé en el hospital de Basurto, le cogió la llamada. Mireia le contó que había tenido el móvil sin batería y que acababa de salir del hospital tras dar a luz. «Al final es un niño, no una niña», le dijo. Estaba en la calle y eran aproximadamente las diez de la noche. «Te voy a buscar en coche. ¿Dónde estás?». Las recogió a ella y al bebé y fueron a una farmacia a comprar leche y un biberón. «¿Pero dónde vas a ir?», le insistía Mikaela. «No quería ir a su casa porque no la creían, ni tampoco con su madre. Insistía en que, ahora que lo necesita, no la apoyaba nadie, que creían que estaba loca». Desde el coche hicieron una videollamada y le enseñaron el bebé a Iuliana. «Estaba feliz, con una alegría tremenda». A ella le gustan mucho los niños y se ofreció a cuidarle mientras Mireia descansaba.
En la casa de Iuliana, en la calle Fika del barrio de Santutxu, pasaron la noche. No era la primera vez que dormía allí. De hecho, tenía hasta un vestido de flores con el que se cambió. «Estaba agotada y hambrienta. Le dije que se diera una ducha, que yo me encargaba del crío», continúa con el relato Iuliana. «Dale pecho que tendrá hambre», la animó. «No tengo ni una gota, solo sale agua», contestó ella. Le explicó con todo lujo de detalles falsos que el médico le había puesto en el hospital un aparato de extracción de leche materna y que «no tenía nada». Que el doctor le había metido el dedo meñique en la boca al niño para comprobar si tenía instinto de succión.
Iuliana se deshacía en mimos con el bebé y él le agarraba el dedo con su manita. «No lloró ni una vez. Estaba feliz. Se reía mientras dormía». Mireia, cada vez que se despertaba, preguntaba «¿dónde está el niño?». Como no la veía ningún instinto maternal ni nada hecha en el manejo de un recién nacido, le advirtió que tuviera cuidado de no tocarle la fontanela de la cabeza ni mojarle el cordón umbilical. Sacó fotos y vídeos con la secuestradora y con el pequeño y se las envió por redes sociales a sus familiares.
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A las siete y media de la mañana, Mikaela se despertó para llevar a su hija al colegio. Cuando se quedaron solas Iuliana y Mireia, recibió una supuesta llamada de su madre. Ahora cree que al otro lado de la línea no había nadie, que estaba fingiendo una vez más. «Mami, sí, es niño, no niña. Ahora te lo bajo para que lo veas». Mireia se asomó a la ventana con el bebé en brazos con la intención de mostrárselo y luego abrió la puerta de la calle. «Estaba como atontada. Normal de la cabeza esa chica no está». Rechazó que Iuliana le acompañara, y ya todo aquello le empezó a oler mal, pero aún desconocía que Mireia había secuestrado a aquel crío. Así fue como la raptora abandonó el domicilio y se dirigió a un portal cercano, el número 26 de la calle Santutxu, donde subió hasta el octavo y depositó a la criatura en el felpudo.
Iuliana llamó entonces a Mikaela con la mosca detrás de la oreja. «Algo pasa. Mireia ha bajado a la calle», le anunció. Su hija empezó entonces a gritar. «Mami, ha robado al bebé. No la dejes que salga». Mikaela acaba de conocer la noticia por un foro de whatsapp. Aparecían también fotos de la sospechosa. Era Mireia. «Dejé la puerta de casa abierta y salí corriendo a la calle». Le preguntó a un hombre que estaba en la terraza de un bar si había visto pasar a una mujer alta con un bebé y éste le indicó la dirección que había seguido. «Iba por la calle como una loca, gritando: 'Mireia, ¿dónde estás?». Su hija había llamado a la Ertzaintza. Pasaron unos minutos y los policías les dijeron que el bebé había aparecido y que estaba bien. Eran las ocho de la mañana.
«No sé qué ha pasado por su cabeza. Puedes hacer cualquier cosa, pero robar a un bebé... Lo que habrá sufrido esa madre. Yo me hubiera muerto». Una sobrina suya habló con ella después y le dijo que estaba «en el bar donde siempre tomaban café», en Santutxu. Los policías corrieron hasta allí, pero era mentira. Estaba en el parque del ferial de Zorroza, abrazada a una amiga, y llorando. Allí fue detenida sobre las diez y media de la mañana.
A Iuliana le gustaría poder «conocer a los padres» de Aimar y volver a ver al crío. «Le he cogido mucho cariño». Aunque es consciente de que es un momento muy delicado. «Quiero que sepan que su hijo estuvo muy bien cuidado».
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