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La ceremonia, anacrónica en su pompa, invariable en sus tradiciones, fotografiada hasta la saciedad, ya estaba diseñada. Al milímetro. El 6 de mayo, como cada año, iban a jurar su cargo ante el Papa los nuevos alabarderos de la Guardia Suiza, el ejército que protege al pontífice y la Santa Sede desde hace 519 años. Pero el fallecimiento de Francisco este lunes ha obligado a suspender el ceremonial hasta otoño.
Estos días, sin embargo, veremos sin descanso a los uniformados. Les hemos visto esta mañana escoltando el féretro desde la Capilla de Santa Marta hasta la Basiílica de San Pedro. Ocho guardias equipados con el traje de gala que utilizan para las ceremonias y el casco negro de estas ocasiones, cuatro a cada lado del féretro, que portaban los llamados mayordomos del Papa. En la basílica, igual que hicieron en Santa Marta, varios soldados le velan por turnos durante estos tres días. «La Guardia Suiza no tiene solo un papel ceremonial, no son figurantes por decirlo de algún modo, sino que su labor es proteger al Papa», explica Marina Fernández, directora de comunicación de la Escuela Internacional de Protocolo y Eventos.
De ahí que su presencia se refuerce en eventos como el traslado de hoy. «Los desplazamientos son los momentos más delicados. Aunque la Guardia Suiza no es, obviamente, suficiente para un dispositivo de esta magnitud. El complejo protocolo de seguridad de estos días se completa con otras fuerzas de seguridad (este miércoles hemos visto soldados del ejército a las puertas de la basílica equipados hasta con dispositivos antidrones), especialmente desde el momento en que empiecen a llegar los jefes de estado para el funeral», señala la experta
Después del funeral los guardias suizos no podrán tampoco bajar la guardia, ya que «son los encargados de garantizar la seguridad de todo el colegio cardenalicio durante la duración del cónclave», en el que 135 cardenales elegirán al sucesor de Francisco. Una vez elegido, se pondrán a su servicio: 135 soldados de entre 19 y 30 años que conforman el ejército más pequeño del mundo y que protegen al Santo Padre desde que en 1506, durante el papado de Julio II, se creara este cuerpo de seguridad de élite.
Entonces eran 150 hombres, encargados exclusivamente de garantizar que nadie atacara la Santa Sede. Con el paso del tiempo, sin embargo, han ido añadiéndose tareas. Hoy, además de custodiar las cuatro puertas del Vaticano - «ellos controlan todas las entradas y salidas»- y de acompañar al Papa en sus viajes y en los actos de su nutrida agenda, se dedican a orientar a los peregrinos que cada día acuden al Vaticano.
A propósito de esta labor que no estaba en los orígenes, el propio Francisco comentó en una ocasión medio en broma: «¡Se necesita paciencia y los guardias la tienen! Y eso que tienen de bonito: repiten cosas, explican... Mucha paciencia. ¡Felicitaciones!». La última 'tarea', la que no han tenido más remedio que asumir, es la de salir en los 'selfies' porque los impertérritos guardas suizos, ataviados con el vistoso traje renacentista que los distingue, se han convertido en un reclamo de primer orden para los turistas.
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En 1506, siendo Papa Julio II, este pidió a los nobles suizos que le proporcionaran un pequeño ejército para su protección. Se eligieron mercenarios suizos para tal tarea porque venían avalados por la fama de buenos luchadores que se habían labrado en las Guerras de Borgoña. El 21 de enero de 1506, un total de 150 suizos del cantón de Uri, bajo el mando del capitán Kaspar von Silenen, entraron por primera vez en El Vaticano atravesando la 'Porta del Popolo'. Fueron bendecidos por el Papa Julio II y pudieron entrar en servicio.
En aquel tiempo, los mercenarios suizos abundaban, ya que los cantones suizos originales estaban superpoblados y sufrían mucha pobreza. El de mercenario era un trabajo bien pagado (recibían sueldo, además del 'botín' de guerra que sacaran) y las autoridades concedían permisos para reclutar soldados a cambio de trigo, sal y mejores condiciones comerciales. Se calcula que entonces había unos 15.000 hombres dispuestos a desempeñar este trabajo, que fue fundamental en las guerras italianas, ya que a los soldados suizos se les creía «invencibles» por sus tres virtudes: coraje, nobleza y lealtad, según explica la historia la web de la propia Guardia Suiza.
Los miles de voluntarios de hace cinco siglos son hoy una población menguante, de ahí que existan escuelas de reclutamiento para captar nuevas 'vocaciones' para enrolarse en la Guardia Suiza. Aunque no solo basta la vocación, también se exigen unas determinadas condiciones: ser hombre, suizo, católico practicante, tener entre 19 y 30 años, medir al menos 1,74, tener carné de conducir, haber pasado por la escuela de reclutas del ejército, gozar de buena salud (incluyendo dentadura arreglada), pasar una prueba psicofísica que avale su capacidad para soportar el estrés, tener estudios al menos hasta Secundaria y estar soltero (podrán casarse quienes tengan más de 25 años, lleven cinco años al menos de servicio y acepten quedarse por lo menos otros tres).
Una vez aceptados, tienen un periodo de capacitación de dos meses en los que se les instruye en psicología y derecho, seguridad personal, extinción de incendios, protocolo para salvar una vida, entrenamiento de tiro o defensa personal. También se les enseña italiano básico y se someten al entrenamiento militar específico de la Guardia (los ejercicios incluyen saludos, marchas en solitario y en escuadrones, diversas rotaciones y, por supuesto, familiaridad con la alabarda, la característica arma blanca de asta con cuchilla). Como mínimo, deben permanecer al servicio del Santo Padre 26 meses.
«Juro servir fiel, leal y honorablemente al Pontífice reinante y a sus legítimos sucesores, dedicándome a ellos con todas mis fuerzas, sacrificando, si es necesario, incluso mi vida en su defensa». Así arranca el juramento que pronuncian los nuevos guardias que se incorporan cada año al cuerpo. El juramento se celebra cada 6 de mayo, en conmemoración del 'Saqueo de Roma'': el 6 de mayo de 1527, la Ciudad Eterna fue atacada por las tropas del emperador Carlos V. Durante este saqueo los suizos intentaron resistir el asalto, pero solo 42 de los 189 guardias papales que había entonces sobrevivieron a la masacre y consiguieron poner a salvo al Papa Clemente VII.
El traje de pantalón bombacho a rayas rojas, azules y amarillas que lucen los guardias suizos es el llamado de gala, el más característico (tienen otros). Consta de 154 piezas, se tarda en confeccionar 39 horas y su diseño está inspirado en los frescos de Rafael. Aunque manteniendo siempre la misma estética, el uniforme ha ido sufriendo cambios, como la sustitución del sombrero por la actual boina a principios del siglo XX o el sencillo cuello blanco que reemplazó a la barroca gorguera plisada de antaño. «Cuando realizan tareas de seguridad, los guardias usan guantes blancos y para funciones honorarias durante las ceremonias papales llevan cascos negros. En las recepciones de estado también portan la antigua y venerable arma mercenaria, la alabarda», explican en la web de la Guardia Suiza.
La indumentaria varía, sin embargo, según el evento (en Semana Santa, Navidad y durante el juramento, los guardias visten una coraza del siglo XVII sobre el uniforme de gala), la estación del año (en invierno y cuando llueve se protegen con una capa), el rango (los guardias del tambor llevan un uniforme de color amarillo y negro con un casco negro decorado con plumas de color amarillo y negro) y la actividad (el uniforme de instrucción, que usan durante el entrenamiento y el servicio nocturno, es azul).
Los futboleros pueden enrolarse en el equipo FC Guardia, que compite con otros conjuntos del Vaticano, como la Gendarmería o los Guardianes del Museo. También cuentan con una sala de fitness para ejercitarse. Quienes prefieran la música al deporte pueden iniciarse con un instrumento de viento y pasar a formar parte de la banda de música de la Guardia. De alimentar a la tropa se encargan cinco monjas albertinas, originarias de Polonia, que preparan cada día comida tradicional italiana y delicias suizas.
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