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Sergio García
Enviado especial Roma
Jueves, 24 de abril 2025, 00:15
Hay circunstancias capaces de echar por tierra todos los planes y de hacer saltar por los aires cualquier logística. La muerte del Papa Francisco ... es una de ellas. El Vaticano y sus alrededores amanecían este miércoles al son de un lúgubre tañido y con el traslado del féretro del pontífice, primero sobre ruedas y luego cargado a hombros de los sediarios pontificios, un cuerpo de laicos romanos que se encargan de esta tarea desde hace siglos.
La ceremonia era seguida con expectación, pero para la mayoría desde la distancia al tener que superar controles de la Policía, los Carabinieri y el Ejército, apostados en la Avenida de la Conciliazione o en la Porta Angélica. En la Sala Stampa de la Santa Sede, donde los periodistas batallan por conseguir su acreditación, el personal no da abasto: 3.000 peticiones se han cursado en los últimos dos días, cuando durante la hospitalización en el Gemelli apenas fueron 600.
María José Azurmendi y Olga Miquelez, leonesas, miraban con tristeza al cortejo cruzar las puertas de San Pedro camino de la capilla ardiente. Tenían concertada desde el año pasado una audiencia con el Papa para ayer, «que finalmente se sustituyó por una misa y luego ni eso». Ahora se dirigen a San Pablo Extramuros, una de las cuatro grandes basílicas, cita que les impide demorarse. «Tenemos que salir escopeteadas», lamentan. Conocieron el fallecimiento del Papa «en el mismo embarque, cuando facturábamos las maletas. Lo hemos vivido con pena, pero estaba muy malito y si tenía que marcharse, mejor hacerlo rápido que sufriendo». A su lado está Inmaculada Díez, también en la Ciudad Eterna cuando murió Juan Pablo II. «A esta, si la ves por Roma, mala señal», bromean las tres.
A escasos metros, Lucía Ferrandis, de Alfafar (Valencia), uno de los pueblos más castigados por la dana, trataba de mantener el ánimo. «Nosotras tenemos mucho que pedir al Papa, al de antes y al que venga, figúrese. Que nos ayude a salir adelante después de todo lo que hemos sufrido». Viaja con otras 63 personas que han venido en peregrinación de tres parroquias (también de Albal y Benetúser), pastoreadas por Engracio, que abre el aplauso cuando se ven los restos del Papa subiendo las escaleras. «Su muerte nos ha revuelto por dentro. Francisco ha abierto muchas ventanas que estaban cerradas y ha propiciado un diálogo social que agradecemos: con las mujeres, con los migrantes, con los homosexuales... todo eso al mismo tiempo que se mostraba firme con los curas pederastas que se habían apartado del espíritu de Dios».
«Muy fan de Benedicto»
Bajo la columnata de Bernini, Ann Gamilla, una filipina de 41 años, se marcha de Roma en cuatro horas, pero no desespera. «No tengo tiempo más que para despedirme de él», dice esta mujer que quería ser monja hasta que conoció a su marido. «Honestamente, su muerte me provoca esperanza. Hasta para irse hizo el esfuerzo de esperar a la Semana Santa, lo que dice mucho de su compromiso», admite esta mujer que se confiesa «muy fan de Benedicto XVI, aunque a veces parece que sea la única». Sabe que en las quinielas de papables figura un compatriota suyo, Luis Antonio Tagle, pero no parece importarle demasiado. «Del cardenal que resulte vencedor sólo espero que sea un buen servidor de Dios. Africanos, asiáticos, europeos... todos somos instrumentos de Dios».
Por el pasillo de salida asoma una hilera ininterrumpida de fieles con el cansancio dibujado en los rostros. «Nunca pensé que iba a pasar por esto. Han sido cinco horas y media de cola, pero ha merecido la pena», relata Sofía Negruzzi, de Buenos Aires. «Le he pedido por nuestro país, que buena falta le hace con gente como Milei, que está resultando nefasto; y le he agradecido todo lo que ha hecho por la paz y por una Iglesia más abierta». Su padre, Roberto, asiente. «Francisco era un hombre que vivió con total honestidad y es hermoso ver a tanta gente de lugares tan alejados cautivados por su mensaje». «Mira, somos argentinos y la gente nos da el pésame por la calle, como si nuestro dolor fuera doble. Te da un subidón terrible, es como estar jugando en casa». Ambos coinciden en definir el Pontificado de 'Carucha' como una mezcla de humildad y fortaleza. «'Sueña en grande', solía decir. Y esa es ahora la tarea que nos ha legado». «Si hay que buscarle un pero -se suman Liliana Carrizo y Sandra Rey, compatriotas-, es que no haya venido a Argentina en todo este tiempo, aunque tampoco se lo pusieron fácil los presidentes que tenemos».
Irene Hendry Chová, 67 años, peregrina de Praga, ha aguantado como una jabata cuatro horas al pie del cañón. «Atrás queda ese Papa de aspecto lozano; está demacrado, pero como lo están los bravos, después de plantar batalla». Irene, que dirige una agencia de viajes en su país, dice mientras muestra un rosario con el rostro de Francisco que llevará siempre en el corazón a «este hombre de maneras suaves y decisiones difíciles».
Los navarros Quino Rodríguez, su esposa Laura Irigibel y sus dos hijas, Alba y Daniela, han tenido más suerte, cualquiera diría que han cogido la ola buena. «Solo hemos estado tres horas y media y salimos con la sensación de haber vivido un momento histórico. Ojo, que nos ha dado tiempo para hacer la señal de la cruz y poco más, con los policías repitiendo 'andiamo, andiamo'. Yo he sentido más haciendo cola en el pasillo central que pasando a su lado», confiesa Quino, el más religioso de los cuatro. «Impresiona el féretro en el suelo, reflejo de su campechanía, sin ninguna parafernalia especial». Su hija Alba, que estudia Informática en la Universidad de Deusto, lo tiene claro: «No hay inteligencia artificial que reproduzca lo que se siente ahí dentro».
«Venía al mercado en busca de verdura y fruta para los pobres»
Godoy Miguel Ángel y Óscar Bellido son dos porteños de viaje por Europa con sus esposas. Venían de Croacia y hoy marchan para España, pero los planetas se han alineado para que su estancia en Roma no fuera lo que habían previsto. Se van con un «inmenso dolor», ya que conocían a Francisco de su época de cardenal en Buenos Aires. «Venía al mercado central donde los dos vendemos verduras y fruta desde hace 41 años en busca de ayuda para los comedores de los pobres. No se puede ser más humilde, más respetuoso con los que menos tienen -detalla Godoy-. Para nosotros era lo más, ¡aunque fuera hincha del San Lorenzo! (uno es del Rácing de Avellaneda y el otro del River Plate)». Es difícil ser perfecto, hasta para un Papa.
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