«La frontera entre Europa y África es una vergüenza para la humanidad»
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El cineasta y promotor social senegalés Mamadou Dia denuncia las otras mafias que provocan los viajes clandestinos de sus compatriotasAMamadou Dia le gustarían otras preguntas. Este cineasta senegalés está cansado de explicar por qué sus compatriotas se arriesgan a perder la vida en su empeño de llegar a Europa en miserables barquichuelas, y preferiría que los periodistas le demandaran las razones que utilizan los ... consulados para negar la concesión de visados y las mafias que, su juicio, se llevan la parte de león en este tráfico. «A mi país vienen un montón de occidentales, compran un billete de avión y llegan cómodamente en cuestión de cuatro horas desde Madrid, algunos para realizar un proyecto de investigación, otros para buscarse un futuro mejor. Hay muchos españoles allí y me parece digno, pero creo que los jóvenes africanos deberían tener el mismo derecho», lamenta.
El autor acaba de presentar su documental 'Doxandéem, los cazadores de sueños' en el Festival Internacional de Cine Invisible 'Film Sozialak' de Bilbao, organizado por la ONG KCD. El título de su obra se puede traducir como caminante en lengua wolof y la historia está basada en su peripecia, los ocho días que permaneció en un cayuco que partió de las playas de su país y arribó a La Gomera. «El viaje fue horrible», recuerda.
Pero embarcarse no fue el principio, sino la consecuencia de un imposible. «Estudié Trabajo Social y quería terminar mi carrera en París. Pedí el visado en 2002 no me lo dieron, luego en 2004 lo volví a solicitar y tampoco me lo concedieron», explica. «Pero lo más cruel no es que no te lo proporcionen, sino que los consulados europeos te advierten que el hecho de cumplir con toda la documentación requerida no significa que lo den. Tú pagas todos los gastos, te lo niegan y no te dan ninguna explicación».
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Las redes locales que venden los pasajes hacia esa esperanza no son, a su juicio, los principales beneficiarios de este flujo clandestino. «Esa es la parte minúscula del negocio», apunta. «La grande es para las grandes empresas españolas que se lucran con todo el sistema de seguridad. El mantenimiento de Frontex supone más de 100 millones de euros anuales que desembolsa la Unión Europea. La frontera es una vergüenza para la humanidad y esas firmas viven de la miseria, de que Bruselas siga pensando en cómo reforzarla con tecnología punta. Toda la industria del armamento está lucrándose a costa de la dignidad de los jóvenes africanos».
Su periplo es similar al que han realizado muchos de sus compatriotas. Desde Canarias fue enviado a Murcia. «Experimenté en carne propia lo de ser emigrante y también lo de ser consciente de quién soy, convivir y participar en el desarrollo». La trayectoria laboral de Mamadou en España comenzó en la restauración y fue ganando en ambición tras trabajar para la concejalía de Cultura de la ciudad organizando eventos solidarios con muchachos locales y foráneos, y dirigiendo la delegación de una multinacional. «Esa experiencia me hizo ser consciente de que un trabajo similar podía realizarlo en casa», indica. «Me había prometido a mí mismo que, ya fuera positiva o negativa, volvería a mi país. No quería vivir más de diez años en Europa y me quedé ocho».
El emigrante regresó a Gandiol, su pueblo natal, al norte de Senegal. «Pude quedarme en el confort conseguido, pero no olvido. Creo que uno tiene responsabilidades y que hay que participar en la consecución de nuevas formas de relación humana». La mencionada localidad es un lugar de gran belleza situado en el Parque Nacional de la Langue de Barbarie, allí donde desemboca el río que da nombre a la república.
Ahora bien, el paraíso no es ajeno a la miseria. A lo largo de la última década, tres grupos de muchachos han desaparecido en las aguas del Atlántico, tal vez unas trescientas personas, según sus cálculos. «Me encontré una realidad muy cruda con muchos políticos que se benefician de la desesperación del pueblo y otros ciudadanos que quieren construir su comunidad, así que promovimos grupos de reflexión y acción comunitaria».
Encontró todo tipo de opciones entre aquellos que permanecían en sus hogares. «Muchos jóvenes no quieren ir a Europa o Estados Unidos, pero de ellos no se habla, y hay otros muchos que, por muchos millones que ganaran en Senegal, quieren descubrir el mundo», alega y protesta: «Se les niega el permiso a viajar a profesores universitarios, a artistas con invitaciones para tocar o exponer, y también a individuos perseguidos por su posición política. Europa cierra la puerta a todos».
Su tesón abrió algunas. Dia fundó la ONG Hahatay, risas en castellano, y puso en marcha el Centro Cultural Aminata, germen de la futura acción. Pero la cooperación no es un camino sin socavones. «Sigue siendo un ámbito conservador y nada productivo», afirma. «Hemos rechazado aquella más paternalista y apostado por aquella basada en la cultura». Encontró aliados en el País Vasco, tanto en instituciones autonómicas como en las diputaciones de Bizkaia y Gipuzkoa, y municipios, caso del bilbaíno. «Escuchan, apuestan por la innovación y buscan empoderar a otras comunidades», defiende.
También ha conseguido apoyos en la catalana Fundación Probitas y la fundación del Club de Fútbol Barcelona. «El Festival de Cine Invisible también es un punto de encuentro y desde allí se han impulsado, por ejemplo, proyectos de preservación del patrimonio en colaboración con el Ayuntamiento de La Habana. Es muy importante esta nueva perspectiva Sur-Sur. Ojalá que la cooperación francesa y alemana aprendan de la vasca».
La gestión del promotor ha fomentado tanto la creación de escuelas y centros de salud como el impulso a microempresas. «Queremos encontrar respuestas locales a problemas globales, por ejemplo, poniendo en marcha una constructora que recurre a materiales sostenibles, en nuestro caso, barro, paja y neumáticos reciclados, porque estoy seguro de que se implementarán nuevas leyes que impedirán seguir inundando de cemento todo el paisaje. También tenemos firmas que fabrican mobiliario, prendas textiles o zapatos». Entre sus últimas iniciativas se encuentra la puesta en marcha de una planta de reciclado de plástico, producto convertido en serio problema medioambiental en todo el continente.
Pero Dia no cree que el vínculo entre el norte y el sur del planeta esté basado en la mera aportación del aparentemente rico al presuntamente menesteroso. «La pobreza de Occidente radica en la pérdida de su espiritualidad y humanidad y en su búsqueda de que otros la pierdan. Sólo pretende ganar dinero», asegura, mientras contempla la calle. «Las ciudades europeas nos fascinan, pero aquí todo está dividido por muros grandes y rígidos. Contemplas el exterior a través de un cristal, el olor no nos llega y, aunque parezca cercana, estás muy alejado de la realidad. Yo crecí en Dakar, Murcia, Barcelona, Hamburgo, La Habana, y se trata de circunstancias que suman. Me siento un senegalés ciudadano del mundo».
La conexión de Mamadou con nuestro país no se reduce a su historia personal y las actuales relaciones profesionales. Se trata de algo más profundo y permanente. Su pareja es española y tiene dos hijos de 8 y 5 años. «El mayor ha pasado un mes en Galicia intentando hablar en gallego con sus primos, luego dos días en Muskiz (Bizkaia) y volverá dentro de una semana al cole en Senegal. Ojalá tuviera esa oportunidad quien lo desee porque la belleza del mundo está en la diversidad».
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