Habla una mujer que ahora tiene 45 años y que sufrió agresiones sexuales, que eran grabadas, cuando era una niña: «No hay recuerdos lineales, son flashes. El olor de la habitación, las sábanas de raso, los otros niños que había en la sala. Son ... sensaciones, olores. Mis padres me llevaban a un sitio donde me abusaban varios hombres. Había también otros niños y niñas. Tocamientos y besos, al principio. Cuando fui un poco mayor, penetración. También tenía que quitarme la ropa de una forma concreta. Si no obedecía, me golpeaban y encerraban sin luz, ni agua, ni comida en una habitación a oscuras. Mi padre recibía dinero por ello, y cuando protestaba me decía que tenía que hacerlo por el bien de la familia».
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Aquello era grabado y ella lo sabe. «Claro que tengo miedo a que esas imágenes lleguen a mí o a la gente que quiero. Son asquerosas, duras, difíciles de digerir. Pensar que mi niña se encuentra siempre expuesta no es agradable. Daña mucho saber que siempre estás ahí, que no hay forma de deshacerse de esas imágenes y que hay gente que se sigue masturbando con la niña que fui».
Esta historia real, y otras similares, puede servir para frenar a los pedófilos que navegan en red buscando pornografía infantil. Más que la amenaza de la ley, la empatía con las víctimas puede ser una herramienta para evitar que continúen los abusos sexuales contra menores, según un nuevo proyecto académico internacional de seis universidades europeas que tiene entre sus estrategias hacer que los consumidores de estas imágenes terribles se pongan en el lugar de las víctimas.
«Trabajamos para que se imaginen que están en esa escena, y reflexionen qué le pasa al niño, cómo ha llegado allí, quién le obliga... les ayuda a empatizar con la víctima», afirma Thuy Nguyen Vo, psicóloga forense de la Universidad Internacional de Cataluña (UIC), uno de los centros participantes en este estudio que va tras los pedófilos en internet rastreando búsquedas en redes sociales para proponerles entrar a un chat donde encontrar ayuda. «Deben ser conscientes del mal que genera la demanda de este tipo de material. Ellos creen que no hacen mal porque no han tocado al niño».
La víctima que creció sometida a aberrantes agresiones sexuales les señala como cómplices de esas violaciones. «La grabación fija unos abusos que ya son lo peor. Los que consumen esto son los que hacen que continúen, porque hacen que violen a niños para que ellos lo vean. Así que les diría que ellos también son responsables. Que si no lo consumieran, no nos harían esto a los niños y niñas».
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La motivación pedófila no es sólo sexual. Los objetivos del consumidor de vídeos y fotografías de agresiones de niños son variados, como crear fantasías para la masturbación, acceder a los menores para saltar a la pederastia, producir contenidos por dinero, ganar estatus en grupos cerrados de consumidores de pornografía, traspasar límites para vivir nuevas experiencias y alimentar la adicción al material sexual con visionados cada vez más extremos. Los pedófilos (que sienten atracción por menores pero no les agreden directamente) «se distancian del sufrimiento ajeno a través de la pantalla», insiste Esperanza Gómez-Durán, psiquiatra forense y subdirectora del Departamento de Medicina de la UIC.
En todos los casos, las víctimas quedan marcadas para siempre y el dolor que ocasionan se perpetúa cuando estas agresiones sexuales son grabadas. No hay posibilidad de una evasión. «Además de ira, miedo, indefensión, dolor y culpa, cuando hay una grabación se asocia la sensación de engaño y traición. Hay revictimización y queda un testimonio que impide que se pierda lo que pasó», explica la psicóloga Margarita García-Marqués, fundadora de la Asociación para la Sanación y Prevención del Abuso Sexual Infantil (Aspasi) y directora del Centro Hara. «La víctima está más expuesta, porque ya no es sólo lo que pasa en la intimidad con el abusador. Cuando se comparte con más gente, hay más vergüenza y culpabilidad. Los síntomas son mayores Y últimamente el móvil hace que se pueda grabar con mucha facilidad».
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Según estudios previos, la mitad de los consumidores de pornografía infantil desearían dejar de consumirla, un tercio ha intentado pedir ayuda y menos del 5% recibe tratamiento. También se calcula que por cada víctima conocida existen entre cuatro y siete ocultas.
Antes de liderar el estudio Stop Csam (siglas en inglés de 'Tecnología expansible para prevenir 'on line' el abuso sexual infantil'), Gómez-Durán tuvo que desarrollar un «proceso propio profesional y madurativo respecto a las personas que pueden tener riesgo de hacer violencia contra infantes o adolescentes», reflexiona. «Hay que comprender el fenómeno para poder sentarte frente a alguien con este esquema de atracción sexual, sin que me genere dificultades propias. Los que trabajan en esto tienen que tener presente qué hay en la cabeza del otro».
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La mayoría de los profesionales rechaza especializarse en pacientes con inclinaciones sexuales hacia prepúberes, según datos de las investigadoras. Así que otro de los retos del proyecto, liderado desde Alemania por el Hospital Charité de Berlín y financiado por la Comisión Europea, está en tener personal con formación especializada al otro lado de la pantalla para responder en el chat, en sesiones de 50 minutos.
Para abordar el problema, «hay que entender la perspectiva de aquel que lleva a cabo este tipo de conductas. No la justificamos. Al contrario, confrontamos los factores de riesgo y tratamos de cambiar sus justificaciones cognitivas».
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85 millones
de vídeos y fotografías de pornografía infantil están registrados en el Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados, con sede en Estados Unidos.
24.000 imágenes
de prepúberes agredidos sexualmente es la media de cada consumidor de este tipo de contenidos, aunque otros estudios lo rebajan a mil, según investigadores de Instituciones Penitenciarias.
Al consumidor de pornografía infantil se le caza en redes sociales como Facebook o foros «donde entran personas con este tipo de atracción». Deben tener voluntad para hacer la terapia, ser mayor de edad, no estar en un procedimiento judicial, no tener una patología mental grave y no actuar 'off line' contra un menor. No se admiten pederastas (que ejercen violencia directa contra menores).
Después de una valoración de los investigadores, al usuario se le asigna un identificador único que garantiza el anonimato. «Muchas veces han desarrollado un patrón de conductas que viven como hábitos y nosotros ayudamos a cortar con esta cadena», sostiene Nguyen. «Nuestro objetivo no es cambiar una preferencia sexual. El éxito se puede medir en términos de reducción de la gravedad de las imágenes o de la frecuencia de acceso. Con datos preliminares vemos que la intervención en línea ya logra disminuir el tiempo de consumo».
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Con unos 250 pacientes dentro del proyecto, de los que la décima parte están en España, «hay resultados prometedores». Los verdaderos logros se verán en el futuro. «No consumir la explotación sexual infantil colabora a que no se produzca», ratifica Gómez-Durán. «Pero es un fenómeno con una alta cifra negra, con una magnitud desconocida de la que sólo vemos la punta del iceberg».
Las excusas que los pedófilos dan a sus psicólogos y a sí mismos suelen disolver su propia responsabilidad. «Se dicen que el niño quería, que el niño participaba, que lo que hicieron no es para tanto», explica García-Marqués, que también trabaja con pacientes que tienen una pulsión sexual hacia prepúberes, desde que uno le confesó que era un agresor de menores cuando ya tenían seis meses de terapia. «Sin justificar su maldad, me ayudó a comprender y abrir mi mente», dice. «No son capaces de ser conscientes de cómo sus acciones dañan al niño. Como en ocasiones el menor colabora creyendo que es un juego, piensan que no es importante lo que están haciendo. No quieren ser conscientes del daño que generan. Si realmente supieran las heridas que causan, muchos no lo harían. El que tiene conciencia de daño no es pedófilo».
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Esa conciencia del daño es lo que trata de inculcar la línea de investigación impulsada por las investigadoras que luchan por frenar el consumo de material de abuso sexual infantil. Las víctimas que han sido grabadas suelen desarrollar una gran desconfianza hacia otras personas. En este caso, la mujer que compartió su historia con este periódico, prefirió ocultar su identidad, incluso su voz a través de mensajes de texto. Está en proceso de sanación. ¿Ver a otros niños sometidos a las agresiones sexuales es verse a sí mismos? «Sí, sin duda. La mayoría se proyecta en el niño que está viendo, y sufrirá muchísimo. Sin embargo también puede suceder que se identifique con el abusador, en uno de cada cinco casos», explica García-Marqués. «Encontrar pornografía infantil más adelante en su vida probablemente le haga reabrir la herida. Sanar es posible pero siempre quedan secuelas».
La mujer que fue violada y grabada durante su infancia sigue una terapia en la que busca a su «niña interior». «Aprendo a escúchame, a acoger mis heridas, a sentir mi dolor y a perdonarme», confiesa. «Es un camino difícil, pero merece la pena. Aún me queda trabajo pero ya veo la luz al final del camino. Las heridas son emocionales. Sientes una tristeza profunda, mucha rabia... tienes un dolor como si tuvieras el alma rota. Han quebrado mi inocencia. Me desconectaron de mi esencia». Lo demás son flashes que irrumpen su cotidianidad.
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Los que disfrutan viendo las agresiones a menores no tienen un perfil definido. «Puede ser un compañero de trabajo o un vecino, un padre, hermano o marido», define la psicóloga forense Thuy Nguyen Vo, investigadora de la Universidad Internacional de Cataluña y miembro del proyecto Stop Csam. «Generalmente son jóvenes, entre la veintena y la treintena, pero también hay los que tienen dos décadas consumiendo este tipo de material. Pueden ver material accesible a todo público, como fotos de revistas de niños sin camiseta en la playa hasta menores claramente sufriendo con cierto grado de sadismo y bestialismo».
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