'La sal de la tierra'
JOYAS IMPOPULARES ·
La obra de Herbert J. Biberman destaca por su lucidez y compromiso en plena época del 'mccarthysmo'Secciones
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JOYAS IMPOPULARES ·
La obra de Herbert J. Biberman destaca por su lucidez y compromiso en plena época del 'mccarthysmo'Lo que sorprende aún no es su atrevido equilibrio entre lo documental y la ficción, que también; ni esa conjugación de factores que permitieron el desafío de una serie de profesionales señalados por el mccarthysmo, sino la lucidez, transparencia y capacidad de compromiso de un filme pionero en su militancia.
'La sal de la tierra' (1954) de Biberman (medio siglo después es el mismo título que elige Wenders para su filme sobre la creación de Sebastiao Salgado) es una mirada semidocumental, profeminista y lúcida sobre las reivindicaciones de un grupos de mineros apoyados por la movilización clave de sus mujeres.
El trabajo con personajes reales, con un reparto prácticamente exento de actores profesionales, la intensidad de las imágenes, la mezcla de efervescencia social, justicia y amargura es una constante en el tempo y la forma de este documento tan citado como poco visto, entre el melodrama y el grito militante que elude el panfleto y el amarillismo. La cámara se adentra en la médula espinal de la huelga de un grupo de mineros de Nuevo México y el reflejo en pantalla revela energía, fuerza, complicidad, sencillez y un volcánico desgarro.
'La sal de la tierra' sabe ir más allá del conflicto puntual y aporta un perfil universal, poderoso en su militancia y con una serie de elementos narrativos y emocionales pioneros en ese cine de los años cincuenta: su voz feminista absolutamente actual, su apasionado carácter reivindicativo y su valentía en el tono.
Las consecuencias no se hicieron esperar. El filme fue perseguido, apenas encontró lugar para su estreno y sus artífices sufrieron la caza de brujas. Además de Biberman (sólo volvió al cine para rodar 'Slaves' a finales los sesenta), el productor, Paul Jarrico, el guionista Michael Wilson, y el actor Will Geer estaban en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy.
Todos sufrieron la represión y se encontraron fuera de la industria. Pero el mayor ejercicio emocional que subyace en esta obra –que paradójicamente ahora forma parte de los fondos de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos por su valor histórico y cultural- reside en esa atmósfera de autenticidad que transmiten sus imágenes. Una pieza visual afilada que se sitúa más allá del docudrama y más acá de la crónica militante, superando los márgenes y estereotipos de un cine político o de ese documental de denuncia tan explorado en los últimos tiempos, incluso despojado de los dogmatismos de un Michael Moore, por ejemplo.
Pese al boicot, la obra de Biberman posee intrínsecamente un pulso y un latido que despierta esa llamada a la colectividad y lo ciudadano. Las asambleas sindicales, las demandas sociales, las exigencias de igualdad laboral y, sobre todo, las voces femeninas empapan el discurso de un filme que tuvo que ser rodado en pleno desierto, en la clandestinidad.
Resistencia y apelación a pasar de la teoría a la acción política acompañan a estos hombres y mujeres que integran una comunidad desde el derecho a pensar diferente y a reclamar sus derechos, de manera paralela e idéntica a los creadores de la película. Vigente, comprometida, insólita, construida en un contexto absolutamente incómodo y hostil, esta inmersión en la huelga de mineros de zinc en Bayard, en Nuevo México, superó otros obstáculos como las limitaciones presupuestarias.
El rodaje también se vio alterado, el estreno boicoteado, la actriz Rosaura Revueltas fue deportada a México y el FBI abrió una investigación que acabó con las carreras de muchos de los que participaron en esta producción. Medio siglo después un filme, 'Punto de mira', más interesante que certero, dirigido por Karl Francis, con Jeff Goldbum y Angela Molina como protagonistas, contó los entresijos y conflictos que rodearon el proyecto de Biberman.
Al cabo, un drama social realista, contundente, con recursos tan insólitos como la voz en off femenina que abandera la lucha social general y la de las mujeres, en particular. Una obra necesaria, una crónica solidaria en lo colectivo y lo personal, histórica en el desarrollo de la industria y política por su afrenta a la caza de brujas, que como patrimonio cinematográfico debería formar parte de esa educación de la mirada que asusta a mucho poderes.
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