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Escribo mientras el ruido del martillo neumático le hace la competencia al sonido de las teclas de mi ordenador. Obviamente, van ganado las obras de la casa de al lado, que me tienen turulata desde hace un año largo. Es en estos casos cuando echas ... de menos que la vida no se parezca a 'Sexo en Nueva York': si así fuera, la aquí escribiente se convertiría en una Carrie que, furiosa y enfundada con un pantalón de pijama de Prada y un 'tank top' blanco, cerraría el portátil de un manotazo para salir a enfrentarse con los obreros. Junto a la hormigonera, se encontraría con un trasunto del albañil del anuncio noventero de Coca-Cola Light. Sorprendida, balbucearía, se toquetearía el pelo coqueteando con el elemento, concertaría una cita, se lo ventilaría y, a la mañana siguiente, se lo contaría a sus amigas en Pastis con unos huevos Benedictine como únicos testigos. Todo eso en menos de media hora. Pero no: la vida se parece más a 'La que se avecina'. Por eso sigo tecleando y maldiciendo en arameo.
En la primera temporada de 'And just like that…', Carrie no hizo nada parecido. Por edad, por cansancio o porque aún sigue echando de menos a Mr. Big, aunque nos diera la impresión de que el duelo se había solucionado de un plumazo. Confiamos, por el contrario, en que Samantha sí iría a por el albañil («Los gays entienden lo que es importante: ropa, cumplidos y pollas»), y por eso seguimos esperando su reaparición (telefónica), tanto como la de Aidan, el antiguo novio de Carrie, también anunciada para esta segunda parte de la serie. Ambos son los dos ganchos de los nuevos episodios, a ver si sus presencias les dan un poco más de chispa a esta desnaturalización de 'Sexo en Nueva York' que estamos viendo y viviendo a base de personajes pasteurizados, desnatados y descafeinados, empeñados como están en convencernos de que, a partir de los 50, nos volvemos idiotas. Y no. Quizás nos sintamos un tanto perdidas en medio de un mundo que avanza a una velocidad de vértigo; quizás añoremos el tiempo en el que fuimos las reinas del cotarro (o, al menos, eso quisimos creer); quizás hayamos comprobado con amargura que, por mucho que nos echemos dos chupitos de tequila al coleto, nos resulta imposible bailar reguetón. Pero idiotas, no.
Tampoco te vuelves idiota si, tras toda una vida heterosexual, te enamoras de una mujer. Excepto si lo haces de Che Diaz, la hartura hecha personaje. Qué cansinas son sus lecciones. ¿Y son necesarias? A veces, sí. Pero nos vale con que nos dé una sola explicación porque, a diferencia de Miranda, nosotras seguimos teniendo la cabeza en nuestro sitio. Y entendemos las cosas a la primera.
Por el contrario, los creadores de 'And just like that…' entienden las cosas a la segunda. Lo único que queríamos al ver la serie era reencontrarnos con nuestras amigas, aquellas a las que hace veinticinco años que no vemos, pero que, al primer café, tienes la sensación de que hablaste ayer con ellas por última vez. Y eso no sucedió. Lo reseñable es que han intentado darle la vuelta al calcetín: ante las críticas a la primera temporada (la pérdida del espíritu de los personajes originales, el poco carisma de los nuevos, la inclusión forzosa y chirriante, la necesidad de resultar profunda tocando temas trascendentales como el racismo, la cancelación, la muerte o la homosexualidad), en esta tanda de episodios parece que han vuelto la mirada hacia la serie original.
De hecho, ha regresado la voz en off de Carrie, aunque solo sea como cierre del capítulo. Y, en el episodio cuatro, nos encontramos con cameos increíbles (y me refiero a Gloria Steinem, que el de Hannah Gadsby mejor lo obviamos), la reaparición de personajes estupendos, como el de Enid, la antigua editora de 'Vogue' interpretada por Candice Bergen y, al fin, chistes sobre sexo. En el episodio cinco, además, nos reconciliamos con la serie al recuperar esos momentos de desconcierto femenino ante los comportamientos de algunos hombres (atención al encuentro sexual de Seema) y, para rematar, Carrie vuelve a tener citas. La cosa va mejorando.
Pero la mayor sorpresa es comprobar cómo cargan las tintas contra el personaje de Che Diaz. Y lo hacen de una forma inteligente: en este capítulo, la serie que protagoniza la humorista es sometida a un grupo focal para analizarla y ver cuáles son sus puntos fuertes y sus debilidades. Y todo parece que funciona, hasta que comienzan a opinar sobre el personaje que ella interpreta, realizando las mismas críticas que ha recibido por parte de los espectadores. Vaya. El pueblo ha hablado, y los guionistas le han hecho un poco de caso. Y más nos tendrían que hacer: hemos comprobado que recuperar el espíritu burbujeante, feliz y transgresor de 'Sexo en Nueva York' ya resulta imposible, pero agradeceríamos que dejaran a estas tipas madurar y envejecer con dignidad.
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