'Orfeo'

"El viaje de los sueños a través del mundo de los espejos es una búsqueda de la inocencia", dijo Jean Cocteau. El suyo podría pasar por ser un manifiesto provocador de anticine de enorme y honda expresión visual.

En ese contraste, paradoja y contradicción, entre la intensidad poética y la belleza extraña de algunas de sus imágenes y lo endeble de su tratamiento dramático y la inconsistencia de sus personajes, reside buen parte de lo insólito de este proyecto. 'Orfeo' es una de esas obras muy citadas y poco vistas, que arrastran la atmósfera intelectual y la personalidad creativa del artista único Jean Cocteau.

Una mezcla inspirada de drama, fantasía poética y, a su juicio, "respuestas a preguntas silentes", fundamenta un filme singular que abre una ventana vanguardista y sigue desconcertando. Orfeo y Eurídice. La vida y la muerte. La desesperación y el deseo de vivir. El mito, entre la originalidad y el atrevimiento, se expanden con esta película de los años cincuenta al mundo actual.

El autor de 'La bella y la bestia' y 'La sangre de un poeta' navega por una serie de simbolismos visuales y abstracciones por lo que la obra resulta tan difícil en apariencia como seductora. Hay plasticidad, escenografía y una estética muy definida que ratifica ese aire de fascinación y extrañeza que rodeó todo el universo de Cocteau. El pintor, poeta y escritor, plural y disperso en su creatividad, colaborador de muchos otros artistas como Picasso, concibió una trilogía que nace dos décadas antes con la citada 'Le sang d’un poète', pasa por 'Orphée' y concluye al inicio de los sesenta en 'Le testament d’Orphée, ou ne me demandez pas pourquoi!'. El rescate de su mujer Eurídice del inframundo, la advertencia de que tras llevársela no podrá mirarla hasta que sea bañada por los rayos del sol se funden y dialogan en el filme de Cocteau a través de una ambientación contemporánea, la del París existencialista con referencias literarias, citas y guiños, jazz y un atractivo cosmos intelectual. Profundo, extraño, pasional, místico, extravagante...

Cocteau se movió entre la desmesura cultural y el valor simbólico de la belleza. Su filme tiene algo de hipnótico e invita a dejarse llevar, en una sugerente miscelánea de viaje, inmersión y desorientación. Entre lo sensible e inquietante la sorpresa de sus primeras incursiones cinematográficas dio paso, en su disección personal del mito griego, a una reflexión sobre el creador y la creación, el amor, el vértigo, la pérdida y el deseo frustrado.

Reinterpretación y reinvención del mito, las imágenes que lo alimentan a este lado y al otro del espejo, entre lo cotidiano y lo trascendente, desprenden una estética sutil y pegadiza. Es un filme duro pero de mirada blanda -como los relojes dalinianios- en el que, en todo momento, como en 'El proceso' de Welles domina una sensación de pesadilla onírica, en la que siempre late la tentación de caer en la búsqueda permanente de la simbología en lugar de dejarse llevar por la poética desconcertante de sus hallazgos visuales y ácratas zarandeos narrativos.

Lo mitológico, la belleza, lo desconocido en una ecuación de lirismo, amor, deseo, fatalismo, muerte y más allá. Con el espejo como médium, el filme discurre en un vaivén, una oscilación de simplicidad y complejidad, de hondura y superficie, entre el juego visual y el desconcertante y complicado guión. Reflejos de agua y cristal, la memoria y el olvido, los efectos, la metáfora y esa conjugación fluida entre lo literario y lo cinematográfico que dota a la obra de Cocteau de una fluida navegación de sueño y vida. Turbiedad, extrañeza y surrealismo en un trayecto visual ante el que cada uno puede hacer añicos el espejo o aceptar el reto de su reverso.