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Carla Simón (Barcelona, 1986) cuenta que su cine está «muy próximo a su vida». En su debut, 'Verano 1993', se coló su infancia, cuando sus padres murieron de sida y se crió con sus tíos maternos. En 'Alcarràs' aparecen las tierras y las gentes que ... conoce bien, payeses de Lleida que se enfrentan a la última cosecha de melocotones porque tienen que abandonar esas tierras. El Oso de Oro en la Berlinale convierte a Simón en la única directora española que ha ganado el máximo galardón de un festival internacional de este nivel. Embarazada de siete meses, afronta con calma el estreno este viernes 29 de abril de una película protagonizada por actores no profesionales, que convivieron como una familia para lograr una naturalidad casi documental. Hasta el mismísimo director de 'El sexto sentido', M. Night Shyamalan, presidente del jurado en Berlín, preguntó a la directora catalana cómo había hecho este pequeño milagro, testimonio de una forma de vida en extinción.
-¿Cómo se lleva gente al cine para ver una película en catalán, sobre una familia de payeses y sin ningún actor conocido en el reparto?
-No sabíamos muy bien cómo convencer al público. Después pasó lo de Berlín y creo que eso ayuda mucho. 'Alcarràs' es la película que queríamos hacer y que tenía sentido después de 'Verano 1993'. Con todos los riesgos que conlleva, porque sabíamos que a nivel de público era más complicada y ya veremos cómo funciona. El Oso de Oro le da un empujón muy grande que permite que sea una película en catalán, con actores que no son conocidos y que la gente vaya.
-¿Qué hay de autobiográfico en la película?
-Mis tíos cultivan melocotones en Alcarràs. La familia de mi madre adoptiva es de allí y llevan cultivando la tierra desde siempre. El punto de partida es el deseo de retratar su oficio. Más allá de eso, la historia es ficción. Surge cuando muere mi abuelo y quiero poner en valor su legado, lo que ha hecho toda su vida. Investigamos cómo está el mundo de la agricultura y surgió la sensación de que es un mundo que se está acabando, al menos esa manera de hacer agricultura en familia que conocemos desde la Prehistoria. Se está quedando obsoleta porque no es sostenible, la gente está dejando las tierras.
-O cambiando los cultivos por placas solares.
-Ocurrió hace un tiempo en toda España. Después cambió la ley y mucha gente se arruinó, es un tema complejo. Ahora se vuelve a dar gracias a las ayudas europeas y a la necesidad de una energía renovable. Es algo que regresa cuando la peli ya está hecha. En el boom de las placas solares se arrancaron árboles para colocarlas, pero la cosa no terminó muy bien, los precios que se habían pactado no se dieron.
-No cae en la idealización del campo, muestra una forma de vida dura y sacrificada: hay que madrugar, pasar calor, cazar los conejos que se comen los melocotones… No pinta un paisaje bucólico.
-La idea de contarlo desde dentro de una familia pasa por ahí. Ellos no lo idealizan, saben lo duro que es. La piel de los melocotones pica. Siempre lo tenía presente, porque es fácil ir a filmar y dejarte llevar por una luz bonita. Y la cámara tenía que apuntar a los personajes, no al paisaje.
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-También tenía claro que los actores no iban a ser profesionales.
-El elenco era muy grande, con muchos niños y adolescentes, que ya iban a ser actores sin experiencia. Por el tono que busco, la gente mayor era mejor que no fueran actores. Probamos con actores de la zona, porque para mí era muy importante que hablaran el tipo de catalán que se habla en Lleida, un dialecto concreto. Es una zona cercana a Aragón, no hacen las neutras que hacemos en catalán, hay muchas palabras cercanas al castellano… Y no quería que viniera un actor de Barcelona a hablar con ese acento, no hubiera quedado natural. Además, un agricultor es un agricultor y lo notas en su piel, en sus manos, cómo sube a un tractor… También vimos actrices, pero nos gustaron más las que no lo eran.
-Aunque parezca mentira, los protagonistas no son una familia.
-Cada uno es de su madre, de su padre y de su pueblo. Alquilé una casa en Lleida rodeada de perales y durante tres meses quedábamos todas las tardes y los fines de semana. No ensayábamos la peli, sino que creamos una familia y pasamos mucho tiempo juntos. Un día venía el abuelo con la nieta y trabajábamos la relación; otro el padre y el hijo y sus marrones; otro los niños, todos los primos que juegan… Poco a poco fueron conociéndose y sintiendo esas relaciones como de verdad. Hasta que, cuando ya se sentían una familia, celebramos una barbacoa y leímos el guion por una única vez.
-¿Qué le han dicho al ver la película?
-Fue muy bonita la reacción de Quimet, el padre. Se sintió muy orgulloso de haber hecho la peli, porque tenía miedo de que nos riéramos del mundo del agricultor. Era difícil convencer a un payés, que en verano cosecha y no tiene tiempo.
-Tenían miedo de que les hicieran pasar por unos paletos.
-Sí. Cuando hacíamos el casting nos lo decían: ¿qué queréis contar? ¿no os vais a reír de nosotros? Creo que una vez se hizo una película que no les gustó, o algo así. La segunda vez que la vieron la disfrutaron más. El abuelo, por ejemplo, estaba muy tocado el día que rodamos el final. Lloró porque ha sido agricultor toda su vida. El chaval adolescente quiere dedicarse al campo, y las escenas de la manifestación las sentía muchísimo.
-La historia de unos payeses de Lleida ha conmovido al director de 'El sexto sentido', M. Night Shyamalan, que presidía el jurado en Berlín. Esa es la magia del cine.
-Es muy fuerte. Te das cuenta de que cuando eres cineasta te gusta todo tipo de cine. Él nos hizo un análisis increíble de la película. Me preguntaba cómo la había hecho, porque les sorprendió al leer los títulos de crédito que todos los actores tenían apellidos distintos, no eran una familia. Se pasaron toda la película pensando que eran una familia de verdad.
-'Alcarràs' es una película profundamente política.
-Nuestra idea era que lo fuera desde la sutileza, aunque es cierto que lo político surgió de una manera muy potente. Yo trabajo desde las relaciones en pequeño de los personajes, cómo se comunican y cómo no lo hacen, que también es muy importante. Los conflictos de las relaciones familiares. El tema de la agricultura estaba muy presente, y al girar la cabeza y ver que al vecino también le pasaba lo mismo vino la dimensión política. Desde lo íntimo y lo personal se puede hablar de lo político.
-Hasta se canta un himno político, que habla de una «tierra firme, una casa amada»…
-Es una canción de esa zona de Lleida que se ha recuperado no hace mucho. Tiene un origen religioso y no tiene letra, la gente improvisa. Escribimos una letra a partir de los cantos de cosechar de los Países Catalanes.
-El filme habla de conciencia de clase, de la unión de los trabajadores, de la lucha sindical…
Sí, en la vida no hablamos tanto de esos temas, pero siguen ahí. El mundo de los agricultores es complejo, hay muchas asociaciones, están agrupados pero a veces separados.
-Hablamos del auge de las directoras, que triunfan en los festivales internacionales. Una visibilidad que no se corresponde por desgracia con la presencia real de la mujer en el cine.
-Aún no, queda camino por recorrer. Este año en los festivales hemos dicho estamos aquí y nos vamos a quedar. No es una moda pasajera por el 'me too'. Hay una generación de mujeres haciendo cine que esperamos consolidar nuestras carreras rodando más películas. Después ves las cifras y compruebas que no estamos para nada donde deberíamos estar. No estamos contando la mitad de historias. Va lento.
-Es importante que una niña la vea a usted y quiera ser directora.
-Claro. Cuando yo estudiaba había muy pocos referentes femeninos. Ahora es distinto, tenemos un compromiso con la educación muy grande y estamos muchas en las universidades y en las escuelas enseñando. Hay que hablar ahora de este tema para que nuestras alumnas no tengan que hacerlo, para que cuando hagan películas exista la paridad total.
-¿Usted tenía algún referente femenino?
-Cuando estudiaba no, porque no conocía. Después empecé a investigar y ahora mis máximos referentes son femeninos: Claire Denis es Dios, Lucrecia Martel, Valeska Grisebach, que trabaja con actores no profesionales… Josefina Molina, Pilar Miró…
-En su experiencia, ¿diría que el mundo del cine es machista?
-Creo que es un mundo muy masculino, y poco a poco eso se va transformando. Aún no estamos en un sitio donde hay paridad ni en los equipos formas de hacer más allá de la masculina. Yo no me he encontrado con situaciones de machismo grandes, pero sí me he dado cuenta de que los equipos no están acostumbrados a ciertas maneras de liderazgo, que no sean las masculinas. Por ejemplo, yo dirijo desde la duda. Yo dudo cuando dirijo, puedo parar y decir: hostia, esto no me gusta, pero no sé cómo hacerlo. Eso no se estila en un hombre. El equipo te mira y piensa que esa tía no sabe lo que está haciendo. No hay una costumbre que se dirija desde la duda. Y seguramente hay directores que también lo harían, pero no se lo permiten. Es mentira que el director sea una figura que siempre tiene que saber lo que está haciendo. Si no dudas, mal.
-La familia es el eje de su cine. A punto de ser madre por primera vez, su perspectiva de la familia cambiará radicalmente.
-Lo he pensado y me alegra de que así sea. 'Verano 1993', 'Alcarràs' y la película que preparo están contadas desde la última generación, y me apetece cambiar a la generación de en medio. Revivir la infancia. Estoy convencida de que cambiarán cosas en mi manera de ver, porque mi cine está muy próximo a mi vida.
-¿Le asusta cómo va a ser la conciliación de maternidad y trabajo?
-Sí. Hay que afrontarlo, no puedes dejar de tener un hijo o dejar de hacer cine porque sea difícil compaginarlo. Soy consciente de que no va a ser nada fácil. Siento que estoy muy bien acompañada. El mundo del cine no es fácil para la conciliación, hay mucha gente joven sin hijos. A ver qué pasa.
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