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El mundo del campo que muestra 'Alcarràs' no es como el de los anuncios de pizzas Tarradellas, el sueño húmedo de un urbanita en busca de sosiego y comida sana. Entre los melocotoneros de Carla Simón se ven camisetas de Kortatu (en los pueblos del ... interior de Cataluña hay mucho indepe) y hasta plantas de maría para uso recreativo. La directora de 'Verano 1993' nos sumerge en un universo que conoce bien, una zona de Lleida que hasta ahora ha vivido de la agricultura, pero en la que los árboles están dejando paso a las placas solares. Se trabaja menos y se gana más. Un paisaje en transformación, como bien se advierte en la secuencia inicial, con unos niños jugando en un coche abandonado que retirará una grúa.
'Alcarràs' defiende una tesis: la agricultura familiar no es solo un modelo de explotación de la tierra, sino una forma de vida que se acaba. Tras ochenta años, los Solé se disponen a recoger su última cosecha de melocotones. Tienen que abandonar esas tierras arrendadas sin que exista un contrato en un papel. Poco más sucede en 'Alcarràs'. Casi nada y todo. Iremos conociendo a los miembros de la familia. Al abuelo callado y ya de retirada; al padre, malhablado y cabreado; al hijo, del campo a la discoteca… A todos les unen esos melocotones que se comen los conejos. El campo conforma los lazos laborales y sentimentales de la gente que lo habita. No hay crepúsculos bellamente fotografiados ni música épica en las imágenes de Carla Simón, sino un intento de atrapar la naturalidad y verdad de unos payeses que pronto van a dejar de serlo.
M. Night Shyamalan y el resto del jurado de la Berlinale se frotaban los ojos cuando descubrieron en los títulos de crédito que la familia protagonista de 'Alcarràs' no era tal familia. La directora catalana logra que resulte sencillo algo muy difícil, que un grupo de extraños, que nunca se habían puesto ante una cámara, parezcan hijos, hermanos y padres ante nuestros ojos. Los ecos del cine de Jean Renoir, Ermanno Olmi y hasta el Bertolucci de 'Novecento' resuenan en esta melancólica crónica profundamente política, que reivindica el orgullo de clase, la comunión con la naturaleza de un campesinado al que el capitalismo pasa por encima. El cine de Carla Simón siempre está atento al detalle, a los pequeños conflictos, a los gestos, a esa canción que suena de fondo ('Esa no soy yo', de Mari Trini), a los momentos de felicidad, como unos caracoles a la brasa o un baño de verano en la piscina mientras suenan las chicharras. Un Oso de Oro histórico.
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