Hasta que la ciencia descubra un medicamento específico de eficacia demostrada, las vacunas constituyen el único remedio con garantías para proteger a la población de los letales zarpazos de la covid. La esperanza suscitada por la aparición de varios preparados en un tiempo récord amenaza con desvanecerse ante los inquietantes problemas de suministro surgidos en la UE, que retrasan la llegada de las dosis previstas y ponen en peligro el objetivo de tener inmunizada en verano al 70% de la ciudadanía y, por tanto, al virus bajo control. Si algo han puesto en cuestión tales problemas de aprovisionamiento cuando el proceso apenas había comenzado es la estrategia diseñada por la Comisión Europea, que se ha revelado fallida y ha colocado en la picota a su presidenta, Ursula von der Leyen. Las injustificables improvisaciones en la firma de contratos con las farmacéuticas, la opacidad con la que ha actuado y su vano empeño en presentar como éxitos la reducción de los viales comprometidos por Pfizer o AstraZeneca han ofrecido una imagen de caos impropia del Ejecutivo comunitario y soliviantado con toda razón a diversos Gobiernos.

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Bruselas ha actuado con una manifiesta falta de pericia en la compra centralizada de vacunas. Cerró tarde los acuerdos con las compañías del sector, lo hizo sin amarrar las debidas garantías en el cumplimiento de los plazos –por ejemplo, mediante las cláusulas de penalización habituales en las relaciones mercantiles– y, cuando ha estallado la crisis, ha sido incapaz de resolverla de forma satisfactoria por mucho que Von der Leyen presuma sin motivo de lo contrario. El resultado es que, mientras la inmunización avanza a buen ritmo en Reino Unido, EE UU, Israel o Rusia –que sí se han asegurado suficientes inyectables para ejecutar sus planes y los administran al ritmo previsto–, en Europa lo hace con una desesperante lentitud en medio de la frustracion e incertidumbre de sus habitantes.

Este fiasco, atribuible en buena medida a una personalista gestión de la presidenta que causa recelos en la UE, no solo retrasará la solución a la emergencia sanitaria y, en consecuencia, a la recuperación de la economía y el regreso a una cierta normalidad social. Además, merma la confianza en las instituciones europeas, que hasta ahora habían actuado con una prontitud y solvencia muy superiores a las de crisis precedentes. Esa pérdida de credibilidad ofrece un caldo de cultivo ideal a un populismo al alza.

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