Es un empeño imposible resumir en un puñado de palabras la trayectoria política y humana de un hombre bueno como Rodolfo. Un hombre que dedicó su vida entera a defender la ... convivencia y a trabajar de forma incansable por la democracia, desde unos principios tan sólidos como su militancia socialista. Que dio un paso al frente, cuando más difícil era hacerlo, para que la esperanza pudiera abrirse paso en los momentos más oscuros. Que tantas veces ofreció su hombro para dar consuelo y llorar en silencio, ahogando así el dolor y la rabia en la fuerza de un abrazo cada vez que la violencia golpeaba con saña.
En la figura de Rodolfo Ares, quiero rendir tributo a una generación entera de socialistas que luchó con valentía y determinación por la paz en el País Vasco. Hombres y mujeres valientes, que, a pesar de las circunstancias, nunca se dejaron amedrentar. Que dieron la cara y desafiaron a los intolerantes en ayuntamientos y en las casas del pueblo; en las instituciones y en las calles. Siempre con la fuerza de la razón democrática frente a los que pretendían imponer su razón a través de la fuerza, la coacción y la violencia. Los que pretendían acallar la palabra para imponer la ley del silencio a través de las armas.
Esa generación, que lentamente se apaga por el peso de los años, contribuyó decisivamente a ganar la paz de la que hoy disfrutamos. Una paz cimentada en la derrota del terrorismo a través de los valores democráticos forjados tiempo atrás, en la lucha contra la dictadura en las calles. Tenemos una deuda eterna de gratitud con esa generación de valientes que se enfrentó a más de una tiranía a lo largo de su vida, y que nos legó a cambio la libertad.
La vida de Rodolfo Ares se resume en una palabra: compromiso. Con la tierra a la que emigró siendo niño, como tantas familias llegadas al País Vasco desde otras regiones para trabajar en las fábricas. Compromiso con el partido socialista, en el que empezó a militar en 1977, en un país todavía amenazado por el riesgo cierto de involución. Compromiso, en definitiva, con la libertad y la democracia, a cuya defensa consagró una trayectoria vital y política ejemplar.
Hoy sentimos como propio el dolor de su pérdida junto a la familia y sus más allegados, que tanto sufrieron sus ausencias. Que tantos sacrificios tuvo que asumir por la dedicación absoluta y sin límites con la que Rodolfo Ares se entregó a una causa a la que dedicó su vida entera.
Un hombre que se supo mil veces señalado en vida. Siendo concejal, miembro del Parlamento vasco o al frente de la Consejería de Interior, tuvo que aprender a convivir con la angustia. Como tantos otros socialistas, como tantos otros militantes de fuerzas políticas igualmente amenazadas, sabía que no podía flaquear ni venirse abajo. Porque su ejemplo de firmeza era necesario para alentar a los demás, como solo unos pocos pueden hacer.
Cuántos compañeros sintieron que había esperanza detrás del dolor viendo su gesto desafiante. Cuántos vascos vieron en su templanza una inspiración para seguir adelante. Cuántos demócratas sintieron en su determinación la fortaleza de un Estado de derecho que no se doblegaría nunca ante ETA.
Estoy convencido de que el paso del tiempo no podrá borrar jamás la contribución de Rodolfo Ares a la paz y la libertad en el País Vasco. Debemos garantizar que su memoria no se pierda en la tiranía del olvido. Corresponde al conjunto de la sociedad preservarla, protegerla y engrandecerla. No solo como un acto de gratitud hacia un demócrata ejemplar, sino como una obligación moral para recordar de dónde venimos y gracias a quiénes la democracia y la convivencia son hoy una realidad en nuestro país.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.