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Siempre se ha dicho que a Carles Puigdemont no le interesa demasiado la política interna de los partidos. Y de hecho, no hace mucho, sus planes no pasaban por ponerse al frente de Junts. Su objetivo era más ambicioso: ser el líder del movimiento independentista ... catalán. Un capricho de la aritmética parlamentaria le hizo cambiar de tercio en 2023, tras las generales. En 2022, había cesado como presidente de Junts para centrarse en su labor de presidente del Consejo de la República. Empezaba a apartarse de los focos, mientras veía cada vez más lejos la posibilidad de regresar de Waterloo. Las urnas en las generales, situando a Junts como fuerza clave para la investidura de Pedro Sánchez, le han dado una última oportunidad.
Las carambolas son una constante en su trayectoria, pues llegó de rebote a la presidencia de la Generalitat. En las elecciones catalanas de 2015, concurrió como número tres de Junts pel Sí por Girona. Era más que un tapado. El 'no' de la CUP (tras un empate en la consulta a la militancia) a investir a Artur Mas, le abrió las puertas del Palau de la Generalitat. Era 2016.
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Miguel Ángel Alfonso
Puigdemont vuelve a coger formalmente las riendas de su partido, cuatro años después de su fundación, y lo quiere convertir en el actor central del soberanismo. Necesita ampliar la base, aunque esta expresión, de Junqueras, no gusta a los postconvergentes. Lo que durante años fue Convergencia, pero tomando como base programática la independencia. Con una ERC con riesgo de escisión en plena guerra civil, Junts tiene la oportunidad de erigirse en el espacio que aglutine a la mayoría nacionalista, como ocurrió en Escocia con el SNP. Ahora que buena parte de los dirigentes del independentismo han asumido que la separación del resto de España no es cuestión de meses, ni de años, pero tampoco de décadas, como ha reflexionado recientemente Lluís Llach, presidente de la ANC, el primer reto de los soberanistas es construir una alternativa a Salvador Illa. Les va a costar, porque el presidente de la Generalitat está intentando articular un programa con acento social en el que se sienta cómoda una amplia parte de la sociedad catalana: lo mismo se reúne con el Rey en la Zarzuela o en el portaaviones Juan Carlos I, que abraza el concierto económico, reivindica la figura de Companys, defiende el catalán o fija el objetivo de que Cataluña vuelva a ser el motor económico de España. Junts debe afrontar una etapa en la oposición, con el independentismo muy desactivado y enfrentado y sin mayoría parlamentaria. El breve retorno de Puigdemont a Barcelona del pasado 8 de agosto, y su posterior fuga, fue una metáfora de cómo está el secesionismo. Regresó por primera vez en siete años a Barcelona. Pronunció un discurso y se marchó. Estuvo tres días y dos noches en la capital catalana. No reunió a las masas que hubiera conseguido años atrás, pero sí quedó más o menos claro que su detención no le convenía a nadie en Madrid ni en Barcelona.
Illa, Puigdemont y Junqueras se perfilan como los tres primeros espadas de la política catalana de los próximos años. A los dos nacionalistas, antes socios, ahora enemigos, les pasa algo parecido: tienen una asignatura pendiente. El de Junts no ha ganado nunca unas elecciones catalanas. Su obsesión es ser el líder del movimiento independentista y fagocitar a Esquerra, como en 2015 con Junts pel Sí. Intentó ser el líder del secesionismo con el consejo de la república y no lo consiguió. Junqueras, en sus 13 años al frente de la nave republicana, solo ha podido liderar las listas electorales de su partido en dos ocasiones. El gran duelo entre ambos queda pendiente. Hasta que no firmen la paz, el independentismo será un reino de taifas.
El expresidente de la Generalitat, desde la oposición, no puede reactivar el 'procés'. Pero le queda la bala de Madrid y la va a exprimir hasta el final. Tras el congreso, los postconvergentes tienen que tomar decisiones que marcarán el nuevo rumbo del partido. De entrada, tienen sobre la mesa la negociación de los Presupuestos Generales del Estado. Un voto a favor, que será muy caro para el PSOE, supondría apuntalar al Gobierno, cuando Puigdemont espera aún la resolución del Tribunal Constitucional sobre su amnistía, negada por el Tribunal Supremo y que era la contrapartida principal de su pacto con el PSOE para investir a Sánchez. Además, deben calibrar si se suman al acuerdo sobre la financiación singular de Cataluña del PSC y ERC, responder a algunas llamadas que les llegan desde el PP para contemplar escenarios de futuro y decidir qué tipo de oposición ejercen a Illa: si se abren a participar en acuerdos amplios o apuestan por el bloqueo. El líder de Junts no ha dado pistas sobre cuáles son sus planes de futuro. Aunque de entrada, en el congreso no ha perfilado quién podría ser su delfín.
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