No ha sido el 41º congreso federal del PSOE, que este domingo cerrará Pedro Sánchez como líder del partido y jefe del Ejecutivo tras recibir el visto bueno de un millar de delegados a una ejecutiva sin sorpresas –la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús ... Montero, será la número dos como vicesecretaria general y Santos Cerdán el tres como responsable de Organización-, un cónclave reconocible para los socialistas con más trienios. Y no por la ausencia de discusión sobre el liderazgo interno. Incluso el dirigente autonómico más distanciado de Sánchez, el castellanomanchego Emiliano García-Page, defendió el sábado que es lógico que así sea «cuando se convoca un congreso desde el Gobierno». Lo peculiar de las tres jornadas de encuentro es que tampoco dejarán recuerdo de ningún gran debate ideológico de fondo. «Son otros tiempos», comentaba con resignación un veterano de peso en las ejecutivas de Felipe González.
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El intento fallido de una representante de la corriente Izquierda Socialista de abrir, en la sesión de mañana, una deliberación sobre el informe de gestión realizado en esta ocasión por Santos Cerdán resultó muy ilustrativo. «Nos gustaría, al margen del voto a favor o en contra, decir lo que creemos que en este tiempo no ha estado dentro del organigrama de nuestro partido como debería, con más participación. Dicho esto, si podemos, hablaremos y, si no, dejamos constancia de nuestra posición», solicitó el reafirmado secretario de Organización del partido al presidente del congreso, el cuestionado líder del PSOE andaluz Juan Espadas. ¿La respuesta? «Gracias, tomamos nota». Y el informe se dio por aprobado por asentimiento.
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Que este congreso tampoco iba a tener que ver con el celebrado hace tres años en Valencia se daba por descontado. Aquel se celebró en un momento bien distinto, tras la pandemia. El partido disfrutaba de enorme poder institucional, Podemos había dejado de ser una amenaza temible y Sánchez consideró llegado el momento de la reconciliación interna. Aquello fue una fiesta, en la que aún así hubo discusiones intensas sobre asuntos como la abolición de la prostitución. Fue una reivindicación de la socialdemocracia a la que se sumó incluso el expresidente González, que desde la época de José Luis Rodríguez Zapatero venía repitiendo aquello de que seguía siendo militante, pero cada vez «menos simpatizante», y que ahora, con la amnistía del 'procés' ha vuelto a las antípodas de Ferraz.
El 41º congreso federal, marcado por las causas judiciales que afectan al Gobierno -la de Begoña Gómez, la de David Sánchez, la del fiscal general del Estado, el 'caso Koldo'- no ha sido el de la ideas. Ni el de la reconsideración de unas alianzas políticas con el independentismo que, según el presidente de Castilla-La Mancha, han puesto en jaque al socialismo pero con las que la dirección dice haber recuperado «la normalidad» en Cataluña.
Ha sido el cónclave de la resistencia. Un trámite para dar el pistoletazo de salida a los congresos regionales, en varios de los cuales -Andalucía, Aragón, Cantabria, Madrid o Castilla y León- sí se prevé batalla orgánica, pero, sobre todo, un ejercicio defensivo. Con Zapatero como gran animador de la militancia.
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En privado, los socialistas ya se presentan como los damnificados por un Poder Judicial colonizado por la derecha, eso que el independentismo y Podemos llaman 'lawfare'. En público, casi también. «Nunca antes hubo en democracia un ataque similar contra un presidente legítimo», arguyó Cerdán. «Incluso en sede judicial», insistió. «Quieren que se hable de una corrupción basada en mentiras», proclamó también la número dos del partido, María Jesús Montero.
Solo Page, el único socialista que aún gobierna con mayoría absoluta, censuró que se caiga en el «victimismo» y pidió que también se asuma que algunas cosas no se han hecho tan bien. «Tendríamos más credibilidad», dijo. Nadie, salvo el líder de los socialistas aragoneses, Javier Lambán, ya de retirada, ha sido tan crítico en estos tiempos con las cesiones al independentismo como él que el sábado se definió como la «luz de emergencia» del partido para cuando «vuelva el PSOE» -según comentó en una conversación informal- no se venda «el solar». Y directamente se refirió al documento político llevado al cónclave como una «ponencia placebo», una definición que, sin embargo, muchas otras voces, incluso afines a la dirección, comparten.
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Ni siquiera hubo gran debate en torno a la financiación singular para Cataluña que en agosto sí puso en pie a buena parte de las federaciones. Un asunto sorteado con una redacción ambigua.
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