Rivaherrera

Palabra de Pedro

El líder socialista, que ha vuelto a rectificarse a sí mismo para retener la Moncloa caminando sobre el filo del apoyo del independentismo, sigue siendo fiel a su inquebrantable divisa: la voluntad de poder

Jueves, 16 de noviembre 2023, 14:11

Hubo alguno de sus compañeros que el sábado, cuando compareció en Málaga ante los socialistas europeos sin haber conquistado su objetivo de llegar a la cita investido ya presidente, percibió en Pedro Sánchez la huella del cansancio después de semanas «de tensión máxima». Puede que ... el reelegido jefe del Gobierno acusara la fatiga de una negociación múltiple, desplegada entre bambalinas desde agosto, en las horas posteriores a cerrar el pacto con Junts que ha enganchado el tren de su suerte, y con él la del país, al vagón del independentismo que pretendió separar Cataluña de España en el convulso otoño de 2017. Pero quienes compartieron con él la reunión semanal de la ejecutiva del PSOE este lunes, la jornada frenética en la que se conoció, al fin, la literalidad de la ley de amnistía y la presidenta del Congreso, Francina Armengol, fijó la fecha de la investidura, ya no atisbaron rastro alguno de desfondamiento en su líder. Antes al contrario, le encontraron «a tope, con las pilas puestas».

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Y, en verdad, el Sánchez 'alcalino' se ha solazado en su segunda investidura al límite, la cuarta a la que se somete si se cuentan las otras dos que perdió en 2016 y en 2019. El Sánchez que no solo resiste, con un discurso en que aguardó hasta la hora y media de pase de folios hasta llegar a la justificación de la amnistía total para los encausados del 'procés', después de haber levantado «un muro democrático» frente a «la ultraderecha» de Vox que parasita, a su juicio, al PP. El Sánchez que ve el tablero, decide de forma fulgurante y va a por ello, reivindicando sus contestados acuerdos con el conjunto de los soberanistas en unas réplicas en las que se carcajeó, desacomplejado, de Alberto Núñez Feijóo por sostener que si él no es presidente, es porque no se pliega a las exigencias de Puigdemont, Oriol Junqueras y el resto de aliados de los socialistas. El candidato a presidente, sin límite de tiempo para polemizar y liberado del corsé de no haber sido transparente con sus intenciones desde que comenzó la transacción de su investidura, devolvió desde la tribuna golpe (retórico) por golpe (también retórico).

Había prometido a los suyos, el día que fue a Ferraz para solidarizarse con sus trabajadores ante los disturbios ultras frente al cuartel general del PSOE en Madrid, que reeditaría el «Gobierno progresista» y con él al frente. Palabra de Pedro. La palabra a la que ha sido más congruente a lo largo de su azarosa trayectoria política. La inquebrantable voluntad de poder. El 'sí se puede' que ha terminado birlándole a un Pablo Iglesias que se apresta a volver a quitarle el sueño con Ione Belarra y los cuatro diputados de Podemos insertados, como una división de combate propia, en las filas de Sumar para defender, trabando la legislatura, lo que les queda de los tiempos airosos en que iban a «asaltar los cielos» y «romper el candado del régimen del 78». Según las derechas y un puñado de socialistas críticos, es Sánchez quien ha dinamitado ya el espíritu de la Transición adentrando al PSOE en el pantanoso terreno de ceder la gobernabilidad del país al rupturismo catalán y alejándose de las prestaciones que se atribuyen a un partido de Estado cartesiano. Cartesiano, al menos, según los estándares de la democracia española en las últimas cuatro décadas.

La jugosa biografía política de Sánchez, que en lo más significativo para la opinión pública y publicada empieza a escribirse en los albores de 2014 con su determinación de presentarse a aquellas primarias que acabó ganando a Eduardo Madina gracias al aval del poderoso aparato andaluz de Susana Díaz, está escrita no con la tinta indeleble de la palabra cumplida, sino con la de una fe en sí mismo sin desmayo y con la fidelidad al principio de que asir bien fuerte el poder es lo que te lo otorga. Ya lo dejó dicho para la posteridad un viejo tiburón como Giulio Andreotti, que donde se pasa frío es en la oposición. En el penúltimo episodio -la legislatura se asoma excitante para las crónicas- de su trayectoria sin tregua, Sánchez ha rebasado este recalentado noviembre el listón de ser el primer secretario general del PSOE en resucitar de una defenestración interna levantado en volandas por las bases que enmendaron a todas las luminarias históricas del partido; y el primer líder español, también, en alcanzar la Moncloa venciendo en una moción de censura. Lo ha superado todo al garantizarse su continuidad tras perder el 23-J ante un Feijóo que jamás había pisado el banquillo de la oposición. La misma voluntad de querer y de poder que se llevó por delante en 2018 a Mariano Rajoy, el gallego impertérrito por antonomasia.

Insomnio, sedición y amnistía

Aquel hito iniciático en el poder, el de la moción de censura, lo consiguió en buena medida gracias a la confianza que hace prender en los demás la suya, insumergible, en sus propias posibilidades: Iglesias, que hoy pena por el desdibujamiento de Podemos ante otra líder implacable, Yolanda Díaz, se trabajó aquel éxito aunque luego el presidente proclamara que iba a darle insomnio solo de pensar en que Podemos gobernara ministerios de Estado. Fue aquel -el pacto con Iglesias, la primera coalición de Gobierno en España desde la Segunda República-, un sonoro preludio del 'hacer de la necesidad virtud' con que el jefe de filas del PSOE justifica ahora la concesión de una amnistía plena, siempre negada, a los implicados en el 'procés' que vulneró la legalidad estatutaria y constitucional. En medio, Sánchez ha rectificado su intención de volver a penalizar la convocatoria de referendos por las bravas, una de las promesas con las que hizo campaña para las generales del 10-N de 2019 con un programa frontal contra los independentistas catalanes. También que no suprimiría el delito de sedición. Ni atenuaría, tampoco, el de malversación.

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De Sánchez no se fían ni sus socios; se lo espetó la portavoz de Junts, Míriam Nogueras, en la primera sesión de la investidura, cuando le sugirió con acidez que estaba aún a tiempo de desistir de unos pactos interpretados -lo dijo ella también, no solo Feijóo- como prueba de que el inquilino de la Moncloa es capaz de casi cualquier cosa por retener el poder. La noche del 28 de mayo, con el PSOE lamiéndose a duras penas la brecha abierta por la debacle de las municipales y autonómicas, Sánchez resolvió, centelleando como ningún otro dirigente partidario lo hace en este trance de la historia española, que se lo jugaría todo a la baza de unas generales adelantadas a pleno verano. El enésimo golpe de mano terminó descolocando a un PP que se abrazó a Vox en los gobiernos regionales minusvalorando el epidérmico rechazo que suscita la ultraderecha en amplios sectores de la ciudadanía; el mismo, en sentido inverso, que cunde en estos momentos ante la ley de amnistía. El entonces candidato socialista ya fiaba todo en campaña a la carambola que acabó otorgándole las urnas: que a Feijóo no le llegaran los escaños y el porvenir de la Moncloa quedara en el fiel de la balanza de Junts. El 23-J amenazaba con que el 'sanchismo' arrollara al socialismo en una derrota estrepitosa. Esta investidura ha mutado a todo el PSOE, que hoy ha ovacionado largamente en el Congreso a su reelegido líder, en un partido granítico que ata su futuro a un Sánchez encaminado a por su tercer mandato. Pese a todo y contra casi todas las apuestas, pronósticos y sondeos. Palabra de Pedro.

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