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Cristian Reino
Barcelona
Jueves, 30 de marzo 2023, 12:31
Laura Borràs es una de las dirigentes con más tirón entre la parroquia independentista. Carles Puigdemont es el referente del movimiento, pero la presidenta del partido le disputa el liderazgo en carisma y en gancho electoral. Sobre todo entre los nostálgicos del 'procés'. Tarde o ... temprano perderá la presidencia del Parlament de la que está suspendida. En cambio, tratará de retener la presidencia del partido. Como inhabilitada, podrá ejercer el cargo, como es el caso de Oriol Junqueras, presidente de ERC. Aunque su condición de política corrupta será una pesada mochila de cara al futuro. Al independentismo le quedan cada vez menos dirigentes de peso que puedan presentarse a elecciones. Junqueras está inhabilitado hasta 2031. Puigdemont está centrado en su pleito en los tribunales europeos y Borràs queda fuera de juego como futura candidata.
La presidenta de Junts explotará como nunca el victimismo y se presentará como blanco de la «represión» del Estado. Pero lo cierto es que su investigación se inició de rebote. Casi de casualidad. No la puso en marcha la Guardia Civil. Ni la Fiscalía. Fue la Policía catalana. Los Mossos investigaban a Isaías Herrero por tráfico de drogas y falsificación de moneda. Herrero, condenado como beneficiario del fraccionamiento de contratos, tenía el teléfono pinchado. Era informático y realizaba tareas para el Institut de les Lletres Catalanes, que dirigía Laura Borràs. En una ocasión, hablando con un amigo, le soltó que tenía unos «trapis» con la que luego fue presidenta del Parlament. «Facturo unos trapis para ella». Esta es la frase a partir de la cual los Mossos abrieron una investigación contra la dirigente nacionalista.
Era el año 2018 y un juzgado se hizo cargo del caso. En junio de ese año, Quim Torra la nombró consejera de Cultura. Dejó la dirección del Institut de les Lletres Catalanes y asumió la cartera de Cultura. A pesar de la imputación, inició una carrera política meteórica, que la llevó a diputada y jefa de filas de Junts en el Congreso y más tarde a encabezar las listas de Junts en las catalanas y ser elegida presidenta del Parlament. Su objetivo era ser presidenta de la Generalitat, pero ERC obtuvo un diputado más que Junts. Se quedó con la miel en los labios por 30.000 votos y un escaño. Se declara «hija del 1-O». Afirma que entró en política tras el referéndum ilegal, si bien para entonces ya hacía tiempo que estaba en la administración catalana. La fichó Mas para dirigir el ILC en 2013. Y en abril de 2017, Carles Puigdemont la eligió, entre los cientos de altos cargos del Govern, para leer el discurso, desde el patio de los naranjos del Palau de la Generalitat, con el que el Gobierno catalán en su conjunto se comprometió formalmente y se hizo «responsable» de «organizar, convocar y celebrar un referéndum».
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En 2021 fue investida presidenta del Parlament y ya entonces los grupos que facilitaron su elección, ERC, Junts y la CUP, eran conscientes de que a lo largo de la legislatura se encontrarían con la patata caliente de Laura Borràs. Ese momento ya ha llegado. Meses atrás, cuando fue procesada, ya fue suspendida como presidenta, en aplicación del reglamento de la Cámara catalana. Está por ver si amenaza con no apartarse. Hija y mujer de médicos, forma parte del sector más radical de Junts. Como filóloga, Borràs, que se autodefine de izquierdas, tiene una plaza de catedrática en la universidad, donde enseñaba literatura. Todos sus discursos tienen referencias literarias. Quien más apostó por ella como candidata a la presidencia de la Generalitat, frente a la opinión de Carles Puigdemont, fue Quim Torra. Tras la salida de Carles Puigdemont, se postuló como su sustituta. Asumió la presidencia que dejó el huido de Waterloo, pero en cambio el control del partido lo están concentrando los herederos de Convergència, con Jordi Turull, el secretario general, a la cabeza. Su sonrisa la define, pero se le está congelando, al menos políticamente. Tratará de mantener la presidencia del partido. Al menos hasta las elecciones. La dirección de la formación tendrá un dilema y tendrá que elegir qué es mejor: tener una presidenta corrupta o arriesgarse a una escisión antes de unos comicios decisivos.
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