El 'Mirlo blanco' y un depredador
El topo de ETA que salvó a la corona de España en Mónaco ·
Cuarta entrega del serial sobre la operación antiterrorista que evitó el secuestro de la Familia Real en Mónaco en 1974El topo de ETA que salvó a la corona de España en Mónaco ·
Cuarta entrega del serial sobre la operación antiterrorista que evitó el secuestro de la Familia Real en Mónaco en 1974OSCAR BELTRÁN DE OTÁLORA
Miércoles, 11 de julio 2018, 14:24
El hombre que había conseguido infiltrar en el comando de Mónaco a Jokin Azaola era José Sáinz González, un cántabro de dos metros de altura, un gigante serio y estoico que, sin embargo, en las pocos fotos de él que se conservan -falleció en 1987- ... aparece siempre con una sonrisa entre los labios. Sáinz era un hombre atrapado entre dos mundos. Nacido en 1917, procedía de la policía franquista, en concreto de la Brigada Político Social, conocida por sus torturas en comisaría y las declaraciones de culpabilidad arrancadas a puñetazos y golpes de fusta. Los apodos con los que le conocían sus víctimas eran 'Pepe el secreta' o 'Pepe el gordo'. Pero antes de que falleciera Franco este agente ya era consciente de que los cuerpos de seguridad tenían que adaptarse a los nuevos tiempos que se avecinaban. Una de sus obsesiones fue modernizar la Policía y comenzar a trabajar de forma más profesional. En especial, mediante operaciones de inteligencia centradas en infiltrarse en organizaciones terroristas. Sáinz González, además, tuvo el valor de declarar en público que el problema del terrorismo en Euskadi era también político y cualquier medida que se adoptase con respecto al País Vasco debía tener en cuenta la situación social del País Vasco. ETA acaba de iniciar su escalada terrorista y nadie entendió esta afirmación del policía.
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En las tres entregas anteriores de esta serie que concluirá el sábado, se ha narrado la historia de Jokin Azaola, el colaborador de ETA que aceptó actuar como agente doble de las fuerzas de seguridad españolas en 1974 para evitar que la banda secuestrara a don Juan Carlos y doña Sofía en el puerto de Mónaco. ETA llegó a disponer de una sofisticada infraestructura en la Costa Azul para ejecutar su plan. Hasta allí se trasladaron una docena de etarras obsesionados con atentar contra la Familia Real.
Es la apuesta de Sáinz por los infiltrados la que ha conseguido que haya un segundo topo colaborando con las fuerzas de seguridad en el momento en el que se está preparando el secuestro de la Familia Real en Mónaco. Se trata de Mikel Lejarza, 'El lobo', el agente doble más famoso de la lucha contra ETA. Quien ha reclutado a Lejarza para que los servicios secretos del Ejército le entrenen es el comisario José Sáinz. Cuando 'Pepe el Gordo' fue destinado a la Jefatura Superior de Policía de Bilbao ya conocía a un vigilante jurado cuyo sobrino estaba dispuesto a infiltrarse en la banda. En 1972, Sáinz gestiona que el Servicio Central de Documentación (SECED, los servicios secretos creados por el almirante Carrero Blanco) le conviertan en uno de sus agentes dobles. Así comienza la historia de 'el Lobo', quien llegará hasta la cúpula de la banda y llegará a ser uno de los hombres próximos al jefe de ETA, Ignacio Mújica Arregui, 'Ezquerra'. Durante la operación policial que se está desarrollando en Mónaco, la labor de este topo es imprescindible para que las fuerzas de seguridad puedan saber lo que está ocurriendo en Bayona, el refugio de ETA en el País Vascofrancés y en el que se decidirá el futuro del Rey si es secuestrado.
Con Jokin Azaola, José Sáinz había llevado a cabo la misma misión que realizó con 'El Lobo'. Cuando este bilbaíno fue detenido por su relación con el comando que secuestró al empresario Lorenzo Zabala, Sáinz se dio cuenta de que era «una persona decente y razonable, sin fanatismos ni radicalizaciones», escribiría el propio policía en sus memorias. El comisario consiguió que se le rebajaran los cargos para que apenas tuviese una condena mínima y a cambio le pidió que si alguna vez tenía alguna información importante se la comunicase. Por ello, José Sáinz fue al primer policía al que recurrió Azaola cuando supo que ETA iba a poner en marcha la operación de Mónaco y su conciencia le impidió seguir adelante. Nada más comenzar su conspiración con el nuevo confidente el policía bautizó la operación como 'Mirlo Blanco'.
Entre Azaola y 'El Lobo' existía una diferencia brutal. Mikel Lejarza era un mercenario, aceptó la misión de penetrar en la cúpula de ETA y sabía que sería recompensado. Fue entrenado en todo tipo de métodos de combate y en las artes de un espía. Azaola era un amateur, un inexperto en los dobles juegos y las redes de mentiras del espionaje. No quería dinero y por primera vez en su vida se veía envuelto en un laberinto de intereses que le podía costar la vida en cualquier momento. Y todo ello lo hizo por una convicción íntima, por su rechazo a la violencia y su personal sentido del nacionalismo. A 'El Lobo' le daba igual que en sus operaciones muriese gente. Azaola, sin embargo, puso como condición que nadie fuese detenido y que no se vertiera sangre. Es difícil discernir si se trata de los límites que se ha impuesto para hacer más soportable su traición o su convicción pacifista le llevó a exigir esas cláusulas. Su personalidad poliédrica hace que sea difícil evaluar algunas de sus últimas motivaciones. Solo el agente que le controla puede conocer algunos de sus secretos.
José Sáinz había llegado a Euskadi de la forma más dura. El 2 de agosto de 1968 ETA asesinó al comisario de Policía Melitón Manzanas en Irún. Es uno de los crímenes fundacionales de la banda. A 'Pepe el Gordo', que está destinado en La Coruña, se le encarga viajar a San Sebastián para investigar el primer atentado etarra contra un mando policial. El policía se entera de que otros dos policías han dicho que no a ese encargo pero él decide seguir adelante. En el libro 'Pardines, cuanto ETA empezó a matar', se narra con decenas de detalles cómo Sainz se encuentra con una Policía incapaz de enfrentarse al recién nacido terrorismo. No disponen ni de agentes ni de medios. Él mismo revisó los archivos de Melitón Manzanas y descubrió que allí no hay nada sobre la banda. ETA es ese en ese momento una nebulosa, unas siglas en cuyo nombre se cometen asesinatos pero de las que nadie habla.
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Sáinz buceó en todo tipo de ficheros policiales, ordenó controles y espió los lugares de encuentro de los sospechosos. Puso en marcha seguimientos y vigilancias clandestinas. Empezó a cercar a los miembros de la banda y a hacerse una idea del problema. Utilizó la guerra psicológica. Sus agentes de paisano -apenas una veintena- se dividían en grupos de cuatro y realizaban cacheos y registros en bares en los que se reunían simpatizantes de la banda. Sáinz les ordenaba que llevasen una metralleta oculta bajo los abrigos pero que la dejasen ver de forma casual. Quería dar la imagen de que dominaba el terreno, algo que sabía que era falso. Algunos de los agentes, según confesará en sus memorias, entraban en pánico ante cada misión. Pero también en ETA se empezó a sentir el peligro y la presión policial. En abril de 1969 más de 434 personas habían sido detenidas, entre ellas, las principales responsables de la banda como Mario Onaindía o Teo Uriarte. El Proceso de Burgos, celebrado en 1970 y en el que los principales imputados fueron condenados a muerte, se convertiría en el mejor banderín de enganche para la banda, que no tendría problemas en recomponerse del efecto de las detenciones.
Sáinz sigue apostando por una solución política en declaraciones públicas y aún así es ascendido hasta ser un alto cargo de la Dirección General de Seguridad. En la Transición llegaría ser el director general de Policía, el primero de la democracia. En varias ocasiones, el Gobierno de Suárez no tendrá más remedio que recurrir a él y nombrarle comisionado especial para hacer frente al terrorismo. Era el único policía que sabía algo de ETA en todo el Gobierno postfranquista.
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En 1974, seis años después de las redadas puestas en marcha por Sáinz, la banda se ha recuperado; ha matado a Carrero Blanco y está dispuesta a secuestrar a los futuros Reyes de España en Mónaco. El policía que José Sainz envía a controlar la operación en la Costa Azul será muy famoso durante la Transición. Es Roberto Conesa, uno de los agentes que en 1977 ayudará a resolver los secuestros de Antonio María de Oriol, presidente del Consejo de Estado, y el general Emilio Villescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar. Dos de las más altas personalidades de España. Ambos habían sido capturados por los Grapo y Conesa consigue rescatarlos. Así se ganará el apodo del 'superpolicía'. En esos años, su hombre de confianza era Antonio Gómez Pacheco, 'Billy el niño', el policía ahora procesado en Argentina por las torturas que llevó a cabo contra miembros de formaciones de izquierda durante la dictadura y parte de la transición. Conesa, fallecido en 1994, también será acusado de propinar palizas a los arrestados.
El poder de estos policías en España era casi absoluto, a la inversa que en Francia. El franquismo carecía de apoyos en suelo galo y los agentes desplazados a Cannes y Niza sabían que debían trabajar en la clandestinidad más absoluta. No solo tenían que evitar ser detectados por los etarras sino que también estaban obligados a escapar de los policías galos. Se alojaban en hoteles y se camuflaban como turistas. Desde Madrid se envió a administrativas que trabajaban en las oficinas de la Dirección General de Seguridad para que se hicieran pasar por sus esposas y así les ayudasen a no ser detectados. Se mezclaron con los veraneantes que se deleitaban con negronis junto a la terraza del lujoso hotel Negresco y suavizaban las resacas en las azules aguas de las playas.
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Ese era el disfraz. Los policías españoles sabían el riesgo que corrían e incluso entrar en contacto con su topo era un problema. En una acción de riesgo deciden llenar de micrófonos la vivienda de Niza en la que se está preparando el zulo para los Reyes. Pero se dan cuenta de que es imposible. Carecen de los medios necesarios para garantizar que la operación salga bien. De esa forma, solo contarán con las vigilancias que los policías que se han desplazado a la Costa Azul consiguen establecer sobre los terroristas y las confidencias que les haga llegar Azaola, alias 'Van Put'.
Una de esas informaciones que el agente doble les relata les pone los pelos de punta. En España, el Gobierno de Franco acaba de cesar al general Manuel Díez Alegría, uno de los militares más aperturistas de la dictadura. Según lo que ha oído el infiltrado en el chalé de Niza, la propia Policía francesa ha comunicado a los etarras que el alto mando ha sido obligado a dimitir. A los agentes españoles les cuesta creer que exista ese grado de connivencia entre los servicios policiales galos y los terroristas.
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Los inspectores españoles están cada vez más nerviosos. El tiempo pasa y el plan de ETA avanza imparable. Las vigilancias han permitido comprobar que el zulo ya está preparado e incluso los etarras han instalado un sistema de ventilación para que sus víctimas no se asfixien. El 20 de junio es la fecha prevista para la celebración de la Fiesta de la Cruz Roja, en el Sporting Yacht Club de Mónaco, a la que han sido invitados Juan Carlos y Doña Sofía. Los agentes ya han avisado a la Casa Real pero no saben si los Reyes se tomarán en serio sus advertencias. Además, los datos que consiguen los dos infiltrados -'Van Put' y 'El Lobo'- revelan que los etarras siguen con otra operación paralela en Madrid de la que no consiguen extraer ninguna información.
En ese contexto, José Sáinz había redactado un memorándum para sus superiores sobre cómo actuar en Niza. El texto denota la preocupación de un agente que no las tiene todas consigo y cree que la situación puede convertirse en un caos letal que acabe con la Familia Real secuestrada o asesinada. Era una colección de medidas desesperadas. Una de las propuestas de Sáinz fue enviar una fragata a la zona de forma que, si los etarras abordaban el yate de los Reyes, se les pudiera rescatar. El problema de esta acción es que, según saben los agentes, los miembros de la banda se inmolarían con sus rehenes. Otra opción es avisar a las autoridades francesas. «Esto encierra el peligro de quemar nuestra fuente informadora hasta poner en peligro su vida ante los propios terroristas», escribe Sáinz.
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Pero hay una opción más terrible. «Si se cuenta con el personal debidamente preparado y adecuado, con capacidad para realizar una acción de comando, podría ser lo definitivo». Sáinz está sugiriendo una acción de 'guerra sucia' contra los etarras en suelo francés. En el texto es consciente de las repercusiones que tendría esta posibilidad por lo que escribe: «Esta gente (los comandos) no debiera estar nunca ligada a la Policía ni a otro organismo del Gobierno». Cuando Sáinz especulaba sobre una operación de este tipo -que sería un claro precedente de los GAL y otros grupos parapoliciales- lo hacía porque hay otras personas que ya habían pensado en ello. Según sus memorias personales, algunos mandos del Ejército ya habían barajado la posibilidad de emplear a mercenarios para actuar contra ETA. No obstante, los militares sabían, según asegura Sáinz, que «no disponían de nadie eficiente» para llevar a cabo asesinatos de miembros de la banda. Esto no impediría que en los próximo años se iniciase una escalada de actuaciones de mercenarios franceses y portugueses contra ETA que alcanzaría su momento más grave con la puesta en marcha del GAL.
En ese contexto, Sáinz sabe que se juega el futuro de España en Mónaco y que apenas cuenta con medios para evitar una acción de ETA. Todo su fuerza se limita a media docena de policías desplazados hasta Montecarlo que están actuando de forma clandestina y sin ningún tipo de cobertura legal. Para complicar todavía más la acción, Salvador Dalí se cruzó en su destino.
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