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Salvador Illa, que apenas lleva dos meses en el cargo, ha dejado ya dos imágenes que marcan su mandato: visita al Rey en la Zarzuela y recepción a Jordi Pujol en el Palau de la Generalitat. Con la primera, normalizó las relaciones con la ... Casa Real para pasar página al 'procés'. Con la segunda, restituyó al fundador de Convergència, pendiente de juicio por blanqueo de capitales. A pesar de que la Fiscalía pide 9 años para él, le ensalzó como «una de las figuras más relevantes de la historia de Cataluña».
El nacionalismo de centroderecha ha agradecido el gesto. El expresidente llevaba más de una década sin ser recibido de manera oficial en el Palau de la Generalitat. Pero también hay quien advierte desde el independentismo del mensaje de fondo que supone la recepción. Si Junts y ERC no renuevan liderazgos, como se prevé, y confían de nuevo en Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, respectivamente, protagonistas de 2017, el dirigente socialista tendrá libre buena parte del carril central de la política catalana en los próximos años. Tiene 42 escaños (sobre 135) y cree que puede aumentarlos. Primero se llevó los votos de Ciudadanos, más tarde de los comunes y también algo de ERC y ahora busca los del nacionalismo moderado para asentarse en la Generalitat más allá de esta incierta legislatura.
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En sus dos meses en el cargo al frente del Govern, ha hecho gestos para contentar a los suyos y a los que aspira a que también lo sean. Ha sido recibido por el Rey, ha recuperado la enseña española en su despacho y ha viajado a Madrid haciendo bandera de su 'tarradellismo' –en honor al president de la Transición– para asegurar que «Cataluña ha vuelto para implicarse en la mejora de España». Estuvo arropado por seis ministros en la sede de la Generalitat en la capital del Estado, se reunió con empresarios y anunció una gira por varias autonomías.
El president, que es el principal aliado del Gobierno central entre una gran mayoría de barones autonómicos del PP, se propone recoser las heridas del 'procés' y rehacer puentes institucionales. También con el soberanismo, del que ha adoptado buena parte de su agenda política. De ahí el guiño a Pujol, una cita enmarcada en una ronda con los expresidentes catalanes, en la que Carles Puigdemont aún no tiene fecha.
Illa ha asumido la amnistía que rechazaba hasta el 23-J y ahora urge a los jueces a aplicar la ley «sin subterfugios». Pactó además con ERC la polémica financiación singular para Cataluña a cambio de su investidura. El pacto fiscal o concierto ha constituido una reivindicación histórica del nacionalismo. Illa se dispone a liderar esta reclamación. Artur Mas, con el que también se ha reunido, lanzó el 'procés' tras el portazo de Rajoy en 2012 a un cupo catalán.
La otra bandera del nacionalismo que Illa ha incorporado es la protección del catalán. El president no se ha movido ni un milímetro de lo que han planteado los gobiernos independentistas anteriores en lo que se refiere a la inmersión lingüística y la defensa del catalán como única lengua vehicular en la enseñanza. Por exigencia de ERC, ha creado una Consejería de Política Lingüística y ha situado en el cargo a Xavier Vila, que ya desempeñaba esta labor en el Govern de Aragonès pero sin el rango de consejero. Illa mantiene a 47 de los 167 altos cargos del anterior Govern. Del independentismo ha incorporado también a Miquel Sàmper, consejero de Interior con Torra, al frente de Empresa. Para este departamento, ha fichado a David Bonvehí, el último presidente del PDeCAT (el partido que sucedió a CDC) como director general.
Es una OPA en toda regla al nacionalismo moderado, cuando el sector de los negocios vinculado a Junts está huérfano. La formación de Puigdemont, que celebra su congreso a finales de octubre, no acaba de regresar al espacio que ocupaba CDC. Illa no solo coincide con las patronales catalanas en la necesidad de darle un vuelco al modelo de financiación. También en recuperar la ampliación del aeropuerto del Prat y el proyecto de los aerogeneradores marinos en el golfo de Roses (Girona). Del centro derecha ha adoptado también un discurso contundente en materia de seguridad.
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